Por Nuria Silva
Un imponente tótem se erigía en el centro de la Plaza Canadá , ubicada en Retiro. Ahí estuvo durante 45 años. Una secuencia de imágenes postales documentan su resistencia al paso del tiempo, atravesando incluso los momentos más pérfidos de nuestra historia, hasta que la desidia derivó en su tala por falta de preservación adecuada, y posterior abandono en un playón perteneciente a la MOA (Dirección de Monumentos y Obras de Arte de la Ciudad ) en 2008. La promesa de Lombardi por restaurarlo quedó sin efecto y el Gobierno de la Ciudad decidió encargarle a Stan Hunt, hijo del tallador original, un segundo tótem que reemplazaría al original.
Franca González viajó con su equipo a Vancouver para registrar el proceso creativo y desentrañar el significado detrás de estas excepcionales obras de arte, pero en plena filmación debieron improvisar el contenido de la película debido a que, por cuestiones burocráticas que nunca se explican, el encargo fue cancelado. A partir de este quiebre, informado mediante una leyenda en pantalla, se diluye el discurso político acerca de las arbitrarias decisiones de un Gobierno que ha demostrado siempre un gran desapego por todo patrimonio cultural.
Lo que González no logra inscribir en imágenes, lo hace Hunt con sus escasas palabras. En la otra punta del continente, este hombre de origen kwakiutl explica, brevemente, que los tótems son las representaciones de sus antepasados, efigies que simbolizan la memoria ancestral. Pese a ignorar los avatares políticos nacionales, Hunt se siente orgulloso de ser quien vaya a sustituir la obra de su padre. Finalmente, y una vez que González y su equipo ya se encontraban de regreso en nuestro país, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires reanuda el pedido. Esta vez el proceso es registrado por su propio creador mediante fotografías exhibidas en una secuencia de montaje de gran simplicidad, y con esa misma sencillez la película cierra con la restauración del tótem en la Plaza Canadá , como si no hubiera nada más que contar.
Hay en Tótem un ánimo crítico que asoma pero nunca termina por mostrarse del todo, resultando en una crónica campechana que dista demasiado del espíritu inicial. La sistemática estructura del montaje y la renuncia a profundizar el discurso, concerniente a la política de nuestra ciudad o a la historia cultural de la tribu amerindia, despojan al documental del latente sentido grave que promete. González no alcanza a imprimir sobre su película la potencia de aquello que busca documentar, dando la sensación de que dijo mucho menos de lo que buscaba decir.
Tótem (Argentina, 2013) de Franca González, 60’ .
Por Santiago Martínez Cartier
Don Ca es un ameno perfil fílmico del colombiano Camilo Arroyo, conocido en el pueblo costero de Guapi como Don Camilo, un hombre cincuentón de clase acomodada que decidió alejarse de su familia nativa para pasar el resto de su vida con su familia del corazón: la gente necesitada del pueblo.
Don Camilo explica a cámara sabiamente que la primera vez que llegó a Guapi sintió que allí encajaba, que el pueblo lo necesitaba y él quería ser necesitado, entonces no tuvo más remedio que mudarse allí. Don Camilo también explica que la felicidad está en la distancia que hay entre lo que uno quiere y lo que uno tiene, y si uno no quiere nada, entonces lo tiene todo. Con esta parsimonia espiritual este hombre encara la vida. Ayuda a la gente del pueblo con problemáticas cotidianas y emplea en su hacienda a jóvenes bastardos que además se encarga de criar y educar.
A lo largo de la película, Don Camilo va contando su historia de primera mano, mientras por la pantalla desfilan imágenes de su presente, donde vive precariamente en una casucha de rancho con sus empleados/pupilos y un centenar de animales de granja, entre los que se encuentra un inusual número de primates. En el medio se cruza la cuestión de la guerrilla en Colombia, la intranquilidad de los momentos de tensión y la cuestión de la inevitabilidad a la hora de jugar para un bando u otro.
A pesar de todo esto, Don Camilo no se desespera. “Cuando el río se vuelve un pantano, el pez tiene que adaptarse para sobrevivir, pero si el río se seca, el pez debe mudarse porque si no morirá. Acá el río sigue húmedo, así que todavía me quedo.”, dice Don Camilo al respecto, y lo vemos irse de cuadro junto a sus perros y sus monos, siempre parsimonioso, creyendo en un futuro mejor.
Don Ca (Colombia, 2013), de Patricia Ayala Ruiz, c/ Camilo Arroyo,90’ .
Don Camilo explica a cámara sabiamente que la primera vez que llegó a Guapi sintió que allí encajaba, que el pueblo lo necesitaba y él quería ser necesitado, entonces no tuvo más remedio que mudarse allí. Don Camilo también explica que la felicidad está en la distancia que hay entre lo que uno quiere y lo que uno tiene, y si uno no quiere nada, entonces lo tiene todo. Con esta parsimonia espiritual este hombre encara la vida. Ayuda a la gente del pueblo con problemáticas cotidianas y emplea en su hacienda a jóvenes bastardos que además se encarga de criar y educar.
A lo largo de la película, Don Camilo va contando su historia de primera mano, mientras por la pantalla desfilan imágenes de su presente, donde vive precariamente en una casucha de rancho con sus empleados/pupilos y un centenar de animales de granja, entre los que se encuentra un inusual número de primates. En el medio se cruza la cuestión de la guerrilla en Colombia, la intranquilidad de los momentos de tensión y la cuestión de la inevitabilidad a la hora de jugar para un bando u otro.
A pesar de todo esto, Don Camilo no se desespera. “Cuando el río se vuelve un pantano, el pez tiene que adaptarse para sobrevivir, pero si el río se seca, el pez debe mudarse porque si no morirá. Acá el río sigue húmedo, así que todavía me quedo.”, dice Don Camilo al respecto, y lo vemos irse de cuadro junto a sus perros y sus monos, siempre parsimonioso, creyendo en un futuro mejor.
Don Ca (Colombia, 2013), de Patricia Ayala Ruiz, c/ Camilo Arroyo,
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