Antes el conurbano y la voz de Victoria Morán, ahora la ciudad y las palabras de Leopoldo Marechal. Un poco más atrás, tres películas de ficción alejadas de todo realismo, pero que ya evidenciaban la relación del cine de Juan Villegas con la literatura argentina (Los suicidas estaba basada en la novela de Antonio Di Bendetto y Ocio en el libro homónimo de Fabián Casas). Ahora es el turno de Adán Buenosayres, su película más personal (tanto es así que el director se muestra por primera vez en pantalla), pero también su película más breve, en la que intenta abordar, paradójicamente, una novela inmensa, inabordable.
En su corta -aunque justificada- duración, la película expone las imposibilidades de la adaptación.
Los pasajes documentales recopilan información y hacen preguntas, Villegas recorre la cuidad y viaja en busca de pistas y datos que le ayuden a comprender esa especie de maldición que pesa sobre el libro y que parece condenarlo al olvido. Villegas se pregunta por qué nunca se pudo adaptar la novela al cine. Allí aparece Manuel Antín, otro director que ha incorporado la literatura tanto a su cine como a su vida en general, explicando las razones que tanto el gobierno de Isabel Martínez como el de facto que vino después le dieron acerca de por qué la novela no podía ser llevada a la pantalla. En el primero de los casos, la excusa fue la cantidad de puteadas que había en el libro; en el segundo, la simpatía del escritor por la figura de Juan Domingo Perón.
Es decir que tanto un gobierno peronista como un gobierno anti peronista negaron la adaptación cinematográfica de un libro escrito por un peronista. Eso habla no tanto de los gobiernos de turno sino de una obra que nadie pudo comprender en su momento ni tiempo después, idea que tanto el crítico literario Martín Prieto como la propia hija del escritor confirman.
En una suerte de reparación histórica, Villegas recrea varios de los diálogos del libro. Las escenas que filma son a color y transcurren en el presente, y es en esa misma disonancia temporal donde la película parece reconocer la imposibilidad de la empresa, la imposibilidad de capturar la esencia de un libro esquivo. Sobre el final, en la escena más conmovedora, Manuel Antín lee en off fragmentos de la novela mientras la imagen se posa sobre el Río de la Plata. Ese acto de justicia breve y mínimo, permite imaginar una Buenos Aires posible, soñada por Marechal y pensada por Antín, configurada ahora por Villegas, al tiempo que guarda en su organización formal su destino trágico de película trunca.
El mayor mérito de la película se esconde allí, en la operación inversa que hace el director: no es la escritura, esta vez, la que lleva implícita el obstáculo de absorber el sentido completo de una imagen, son precisamente las imágenes las que no pueden dar cuenta de las palabras. No pudieron antes y no pueden ahora. Adán Buenosayres no puede ser una ficción ni un documental, es una película imposible, que puede intentar un acercamiento a ambos registros pero que siempre se sabrá consciente del fracaso, siempre tendrá la certeza de no ser cine.
Villegas acierta otra vez en la elección del formato y encuentra en esa estructura ambigua, incompleta, fragmentada, un camino posible para exponer las virtudes y las posibilidades del cine tanto como sus limitaciones. Pero sobre todo encuentra un camino posible para su propio cine, siempre complejo pero cada vez más simple en su transparencia, en su modo de decir las cosas, cada vez más personal.
Adán, Buenosayres. La película (Argentina, 2016), de Juan Villegas, 45′.
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