Un par de músicos está tocando una milonga en un cabarute del puerto entre borrachos simpáticos, viejos garcas verdes de baja estatura y putas seguramente buenas y de gran corazón. Una de ellas le guiña el ojo a uno de los artistas y poco después un compadre se abre paso entre el gentío, desenfunda la faca que lleva en la cintura y en dos movimientos le hace un tajo al bandoneón y corta las cuerdas de la criolla dejando sin música al bailongo. La escena, literal y metafóricamente animada, puede verse en Lo de Ribera, de Juan Carlos Camardella, y tras la precisa violencia del gesto el hombre, secándose una lagrima que despunta a la sombra del ala del funyi se explica diciendo que eso ha sido demasiado lindo, y repara el daño dándole a los músicos un fajo de billetes. La belleza, lo sabemos todos, puede ser criminal cuando roza lo sublime.
De la floja tercera tanda mis compañeros rescataron La donna, de Nicolás Dolensky, el corto acaso más profesional de todos, y uso esa palabra porque le aplica a un fotógrafo tan intimo y suntuoso como Fernando Lockett y al reparto compuesto por Erica Rivas, Claudio Tolcachir y Nicolás Mateo, que protagonizan una vez más el cuento del tedio de la alta burguesía para exclusivo lucimiento de los profesionales que lo ponen en escena. Ejercicio de estilo perfecto y vacio que, sobre el final, reclama con la mirada a cámara de carnero degollado de la prima donna que lo protagoniza una compasión que no soy capaz de sentir hacia un personaje como ese y hacia una película y una propuesta formal tan ampulosas.
La cuarta tanda no pudo empezar mejor que con el corto que acaso fue el único al que no pude pensar como algo terminado, con lo displacentero pero también esperanzador de eso. El poblado, de Florencia Percia, tiene un par de escenas magníficas de comedia entre una chica, su novio y el inesperado tercero en discordia que este trae consigo por razones de trabajo cuando la pareja había planeado pasar unos días solos. Para mayor sugestión atmosférica son numerosos los planos en los que vemos pasar a los integrantes de una convención de motociclistas, que a un cinéfilo nacional pueden llegar a parecerle la evidencia de que el gen campusaniano inoculó hasta la FUC. Pero eso no es todo: en el plano final – una de esas tomas largas de un vehículo en tránsito que ya se han vuelto clisé escolástico- creo que suena por primera vez José Larralde más o menos significativamente en el cine argentino contemporáneo (fue Santos Vega hace 40 años).
De El valle interior, de Alejandro Telémaco Tarraf, puedo decir que lo que me parecía una versión de La libertad río adentro se reconfigura sobre el final con la aparición breve pero harto significativa de un segundo personaje que da lugar a una pregunta universal para la que los neuróticos urbanos inventamos el psicoanálisis, que la pospone con indolora pretensión pero no la clausura, y un encadenado que se demora en sobreimpresión y construye un espacio-tiempo cultural que, por ejemplo, la informativa Casabindo, grito de la Puna ignoraba.
Finalmente, La reina no sólo es el mejor corto de la competencia, el único que los cinco jurados votamos ya sea en primer o segundo lugar, el más largamente aplaudido después de la proyección y uno de los dos (El Beto Fisterra fue el otro) que más reacciones inmediatas provocó durante ella. La reina es todo eso y una de las mejores películas argentinas que he visto (a partir de un evento similar Mariano Llinás filmó hace unos años su mejor película, el corto La más bella niña). La reina es una nena rubia de ojos celestes de Corrientes que las mujeres del pueblo preparan para el desfile de carnaval. Fuera de esos extenuantes preparativos la vemos aprendiendo tenis, patinaje y natación. A la reina siempre la están preparando, pero todo ese formateo cultural se concentra en la instancia de colocar la corona así como la película está casi totalmente compuesta de primeros cuando no primerísimos primeros planos –en todo caso, planos cerrados y no necesariamente centrados que realzan el poder del encuadre – de esta futura mujer sin cabeza a quien se la están haciendo mediante el continuo discurso de madres, parientes y vecinas que torturan sin culpa a la chica con todo el peso del artefacto en cuestión que le colocan pertrechadas de xilocaína, precintos y Poxiran para que para que no haya la más mínima posibilidad de que implante alguno se caiga. La mano en el cuello del último plano es pariente de las mejores garras de la historia del cine de terror.
Aquí pueden leer la primera y segunda parte de estas crónicas.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: