Un fresco alemán contemporáneo. La difundida escena entre la canciller alemana Ángela Merkel y Reem, la adolescente palestina refugiada con su familia desde hace cuatro años en la ciudad de Rostock, tuvo lugar en el mismo sitio de la contienda. Escena que hace unos días se viralizó mediáticamente generando efectos que oscilaban entre la indignación hacia la actitud entre la intransigencia y el cinismo de la canciller; y, en la vereda de enfrente, las declaraciones xenófobas mas impunes. Entre ambos, ciertas posturas indulgentes hacia Reem – tan cínicas como las de Merkel – comprendiendo que a la mandataria de una de las potencias mundiales no le queda otra alternativa que la deportación de refugiados. El abanico de efectos ante la escena completa una metáfora quizá útil para pensar las propuestas de los directores que integran el 15º Festival de Cine Alemán en Argentina. Dicho festival pareciera concebirse centralmente a partir del punto de vista de un Estado que se presenta ante el mundo ecuánime, demócrata, equilibrado y desconcertado ante problemas que lo desbordan; y, periféricamente, desde alternativas que ponen en cuestión tal autoindulgencia, dejando asomar intentos de pintar la aldea desde una problematización de la forma, comprometiendo al contenido.
Para comenzar, en general los realizadores coinciden en la perfección de relojería de la estructura de sus guiones, y la factura técnica de la representación; aspectos sobre el que se suelen centrar muchas reseñas y coberturas como valores agregados en sí.
El presente texto se estructura a partir de cinco películas representativas del festival.
Alemania para los alemanes. Dos ejemplos brindan un panorama de la promoción del país a partir de su centralismo: Somos jóvenes, somos fuertes de Burhan Qurbani y El fin de la paciencia de Christian Wagner: ambos se centran en la institución de un otro.
En el caso de Somos jóvenes…, el director utiliza los mecanismos del cine de género para trasladar al espectador a una semblanza sobre los hechos de 1992 que tuvieron lugar en la misma ciudad en la que la adolescente Reem pretendía quedarse: Rostock. Los protagonistas son un grupo de jóvenes neonazis atravesados por el vacío existencial y la consecuente imposibilidad de articular un discurso unificador, aunque más no sea para pensarse a sí mismos. El foco narrativo se ubica en la figura de Stefan, hijo de un político local, el cual integra el grupo a espaldas de su padre, quien sospecha pero se muestra impotente ante el avance de su hijo en tal dirección, progresivamente confirmada. La alternancia de planos tiene como estrella a los planos de conjunto por medio de los cuales el espectador acompaña a los neonazis en sus correrías previas a lo que devino en destrozo e incendio de viviendas. Los hechos concretos en los que se basa la película tuvieron que ver con un ataque a una zona urbana de monoblocks en los que se encontraban refugiados vietnamitas; hechos que se desencadenaron durante una noche de agosto con el aliento de vecinos de la zona que celebraban el ataque. En la película la policía se hace presente en el lugar, pero el acceso de los xenófobos se presenta con una sospechosa sencillez, con fuerzas policiales resignadas al fuera de campo. En el preocupado padre se puede reconocer la impotencia de un Estado que no puede, en apariencia, detener el curso de la situación. La referencia a dicho Estado como promotor de rebrotes neonazis que eligen como víctimas a inmigrantes aparece tímidamente mencionada en una escena. Porque es el grupo y sus acciones lo que se mueve por delante y obtura cualquier reflexión sobre la cadena de responsabilidades. ¿Se ubica Qurbani desde lo que piensa como impotencia real del Estado o asistimos a una impostura? Un pequeño monólogo del abuelo del joven a su propio hijo aporta aunque sea una sospecha al respecto: “Mi padre luchó contra la democracia porque era nazi. Yo luché contra mi padre porque era comunista. Tú luchaste contra mí porque eras demócrata. Ahora me pregunto qué estará haciendo Stefan”. El protagonista adulto de la película es el demócrata, es el punto de vista de la democracia. Una democracia que también se encuentra en condiciones de aceptar refugiados. Eso sí: siempre que trabajen. Lien, una mujer vietnamita y contrafigura central del grupo, escucha a su potencial jefe durante una entrevista laboral: “Los asiáticos me caen bien. Me gusta su moral laboral”. El plano corta y ya vemos a la mujer trabajando, produciendo para el país: su asilo se justifica.
El caso de El fin de la paciencia es más contundente todavía: la juventud que integra la comunidad libanesa de Berlín es básicamente marginal, son narcos y están definidos a partir del trazo grueso de un guión que les asigna una crueldad sin móvil: villanos en sí. El verosímil interno a la película no les asigna una subjetividad más allá de la delincuencia como forma de vida, ante la mirada impotente de sus padres y de un hermanito menor que podría llegar a salvarse. De dicha tarea se encarga la protagonista de la película, Corinna Kleist, quien existió efectivamente como Kirsten Heisig, jueza del juzgado de Tierganten, Berlín. Heisig puso en trance al poder judicial mediante el seguimiento personalizado de los casos, en función del salvataje de los menores. De este modo, la labor del juzgado comenzaba a integrarse, en forma más directa y mucho menos impersonal que hasta entonces, con la policía local. La idea no era modificar la legislación sino los procedimientos: que leyes ya establecidas se cumplan estrictamente. La judicialización del Estado por parte de su alter ego Kleist, protagonista de la película, una vez más expone el punto de vista de un país que presume una necesaria intransigencia: a través de la cámara y el guion se brinda la oportunidad de reflexionar a través de primeros planos que conducen al espectador a la identificación con alemanes ilustrados y, dialécticamente, lo alejan de los árabes marginales ubicados en el lugar del otro. Ilustrativa resulta una escena en la que la madre árabe le habla a la jueza sobre sus penurias económicas con muchísima dificultad con el idioma local. Y Kleist le contesta: “Usted no necesita dinero. Necesita clases de alemán”. Como anécdota que subraya más aún la brocha gorda de Wagner y confirma los efectos peligrosísimos de los mecanismos de identificación, finalizada la proyección un asistente a la función lanzó una exclamación hasta ese momento ahogada: “¡Necesitamos muchas juezas como esta en nuestro país!”. El procedimiento de género integra ambas propuestas, en las cuales confluyen también el punto de vista de un Estado autoindulgente e hipócrita que se ofrece al mundo a través del cine.
Otra metodología para esquivar el protagonismo del Estado en cuestiones sociales y económicas es a través de lo que podemos pensar como un heitmatfilm contemporáneo: About a girl de Mark Monheim. Una fresca historia adolescente en la cual se presenta la quinceañera Charleen y sus conflictos que incluyen la separación de los padres, un intento de suicidio sin peligro alguno, la relación con su abuela, con su hermano y con un noviecito nerd. La película se estructura básicamente a partir de gags –uno tras otro-, con un pregnante tratamiento por medio de colores vivos que gobiernan el cuadro en cada una de las situaciones, y apoyada en cierta estética de videoclip. En una historia totalmente universalizable y que en algunos aspectos del relato atrasa varios años, en About a girl Alemania como tema está ausente.
El otro país. En ciertos casos, la mencionada factura técnica de las películas puede jugar a favor de los aspectos formales: es el caso de Las mentiras de los vencedores de Christoph Hochhäusler, uno de los talentos de la Escuela de Berlín, movimiento que renueva las posibilidades de que se produzca en Alemania algo que interrogue al espectador en sus parámetros habituales de percepción. Y, si de esto se trata, Las mentiras… es un entramado político/policial/periodístico pero, sobre todo, es una propuesta perceptual que no se define en función de embellecer o estetizar la puesta en escena, sino para ofrecer una estética del extrañamiento de las situaciones en función de una reflexión metafórica respecto a las estructuras de poder, al rol de las corporaciones mediáticas y a una realidad que se presume de una manera pero que constantemente se encuentra enturbiada; no se nos presenta límpida, sino enrarecida, anómala. En dirección a la notable propuesta, lo que comienza con una investigación periodística a partir de un suicidio, inaugurando la línea de investigación del periodista Fabian Groys, en el devenir de la historia se va alejando de la linealidad mediante la promoción de situaciones y relaciones malogradas. Un dato que aporta a la película: el director es arquitecto, y el planteo de los entornos físicos que (no) contienen a los personajes profundiza más aún la idea del contexto incierto. Probable lectura alternativa de la Alemania más contemporánea; una propuesta que sin embargo no puede liberarse de cierta pata posmoderna otorgada por el callejón sin salida que es el final.
Pero lo perceptual también puede concebirse como metodología a partir de una concepción clásica del encuadre: en El concilio de los pájaros, ópera prima de Timm Kröger, nos encontramos con un tratamiento bien renacentista del cuadro cinematográfico, tanto en el centrado de las situaciones como en la tendencia al plano fijo y frontal. Aquí la reflexión sobre Alemania puede pensarse a través de lo sublime como tema de la película, en una época – 1929 – en la que el primer horror ya había acontecido hacía diez años, y no se vislumbraba aún el redoble de la apuesta diez años más tarde. El compositor musical Otto Schiffmann invita a un amigo, Paul Leinert, a su cabaña del bosque a fin de hacerle conocer su nueva composición. El mismo se dirige al lugar con su esposa, para finalmente encontrar la cabaña pero no a Otto. El matrimonio se decide a esperarlo hasta salir en su búsqueda. Más allá del interesante agujero narrativo que hace a la desaparición física del músico, el trabajo con el tiempo en el plano, las situaciones planteadas desde cierta cadencia y, sobre todo, el trabajo con un sonido que cobra cada vez más presencia, llevan a descubrir una naturaleza que alimenta el bosque. Y en especial en virtud del protagonismo sonoro en el momento en que los pájaros se develan a promover un mundo que conecta al espectador desde sensaciones que si bien no explican la ausencia a que refiere el relato, llaman a abandonar la demanda de tal resolución. El concilio… es una propuesta para abandonarse a ese universo natural que se presenta como lo único necesario en el mundo. Un universo que se encuentra en condiciones de independizarse de sus personajes para valer por sí mismo.
Aquí puede leerse la primera entrega de la cobertura del 15º Festival de Cine Alemán.
Somos jóvenes, somos fuertes (Wir sind jung. Wir sind stark, Alemania, 2014), de Burhan Qurbani, c/Devid Striesow, Jonas Nay, Trang Le Hong, 123′.
El fin de la paciencia (Das Ende der Geduld, Alemania, 2014), de Christian Wagner, c/Martina Gedeck, Jörg Hartmann, Sascha Alexander Gersak, 90′.
About a Girl (Alemania, 2014), de Mark Monhein, c/Jasna Fritzi Bauer, Heike Makatsch, Aurel Manthei, 104′.
Las mentiras de los vencedores (Die Lügen der Sieger, Alemania, 2014), de Florian David Fitz, Horst Kotterba, Lilith Strangenberg, 112′.
El concilio de los pájaros (Zerrumpelt Herz, Alemania, 2014), de Timm Kröger, c/Thorsten Wiem, Eva Marie Jost, Daniel Krauss, 81′.
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