1. Cuando alguien dice de un músico que lo que hace es “meterse dentro de uno y expresar lo que se siente en sonidos”, lo que está formulando es un enigma. Algo que está escondido y que cuando sale a la superficie adquiere otra forma. Lo concreto, en todo caso, se convierte en un indicio de aquello que permanece como abstracto, o como algo que no puede formularse en otros términos que no sean musicales. Sumemos algo más: ese músico era autodidacta, es decir, no tenía una formación académica. “Tenía la música adentro” dice Fortunato Ramos, otro de sus músicos, para agregar elementos al enigma. Ricardo Vilca como un cuerpo que funcionaría solo como un médium entre algo que lo trascendía físicamente –esa música interior- y la concreción de ese interior en notas y sonidos.

2. El enigma Vilca tiene derivaciones que parecen alejarnos una y otra vez, en el comienzo, de cualquier posibilidad de resolución. ¿Cómo es que ese hombre de la Puna jujeña fue al comienzo de su recorrido un adolescente que formaba parte de un grupo llamado Sonido Libre, que tocaba en bailes y tenía una estética Beatle? Cuesta imaginarse a Ricardo Vilca al mando de una guitarra eléctrica como se lo ve en una foto que sobrevivió a los tiempos. ¿Qué música haría en aquel momento?¿Cuáles fueron las influencias que dieron lugar a ese grupo adolescente? El enigma persiste porque la memoria parece haberlo dejado en el pasado absoluto, apenas como un pequeño mojón esa experiencia juvenil. Como si ese Vilca no fuera Vilca. Como si todavía su cuerpo no hubiera encontrado la forma definitiva para convertirse en ese médium que el sonido interior estaba reclamando.

3. ¿Hay un momento en que Vilca empieza a ser Vilca? El documental siembra algunas pistas que deben seguirse. Uno de los hijos, Hernán, trae el recuerdo del origen de una de las canciones de su padre, en algo que les cantaba a él y a sus hermanos antes de dormirse. Graciela Volodarski, su primera mujer, aparece como una respuesta posible: el cruce con Vilca fue el encuentro de dos mundos musicales que provenían de órbitas diferentes. Un choque de planetas que empezó a definir el universo Vilca pero cuya forma definitiva parece provenir de un bigbang: la explosión de ese universo previo marcado por la separación, la distancia de los hijos y la pena que parecen haber actuado como punto de partida para su creatividad.

4. Hay otro momento que en el relato de Vilca, la magia del silencio parece un hecho cotidiano, desplazado de la centralidad de lo musical, y que sin embargo, en esa sucesión de elementos revela una potencia inusitada. Vilca termina aceptando, un poco por insistencia de su segunda mujer, un puesto como maestro de música en una escuela rural de Jujuy. Es en ese contexto que se forja la relación más estrecha del músico con el entorno, donde esa unión se vuelve indisoluble: Vilca va a volver siempre a esa tierra, como si su misión fuera registrar y registrarse en ese único contexto. Si en el momento de mayor reconocimiento, las giras y las actuaciones le permitían tener no solamente un público sino un pasar más tranquilo, la necesidad de volver a ese paisaje de origen era absoluta: sin ese lugar no hay música, no hay más que lo que ya estaba y era silencio.

5. De allí que entonces el enigma se reformula, o en todo caso se clarifica en una dirección. Vilca ya no es el médium entre su interior y la expresión del mismo, sino entre el entorno en el que vive y su expresión musical. Como si ese paisaje formara parte de Vilca, entendemos entonces que no se trata tanto de expresar su interior, sino de cómo ese interior entiende a su contexto. Cómo de ese lugar extrae los sonidos. Vilca es entonces un médium entre una música que ya existe en el paisaje y su expresión a través de una guitarra. Que esa relación no sea fácilmente explicable es lo de menos: en todo caso, el documental deja en manos del espectador las relaciones posibles. Una canción que surge de la experiencia de las llamas que no lo dejaban pasar por el camino a la escuela con su moto. Otra que resuelve “guardar” en unas piedritas del lugar para luego trasponer en un instrumento. Una música que solo puede ser tocada en el campanario de la iglesia del pueblo.

6. «La música de Ricardo es el silencio de la Puna» se dice al comienzo del documental.  Y si hay un hallazgo en el documental es el de no explicitar de manera recurrente esa relación que parece contradictoria. Basta con ver al músico caminando por Chaupi Rodeo, un pequeño pueblo puneño. Basta con escuchar las anécdotas que intercala entre los temas en sus recitales. Basta con escucharlo hablar, a él y a sus músicos, de una manera casi susurrada, como si la voz estuviera interrumpiendo ese fluir natural entre el silencio y su expresión sonora. Basta con imaginarse cómo habrá sido rechazada su música que venía a bajar los decibeles de la alegría de Humahuaca.

7. El documental se asienta por otra parte en la desmitificación, en la ruptura de los prejuicios posibles del espectador. “Fui pensando en grabar un grupo tradicional de música andina y de pronto empiezo a escuchar Bach”, dice Fernando Bustos, el ingeniero de sonido que conoció a Vilca durante la grabación de la banda sonora de Río arriba. Vilca admite no solamente esa múltiple lectura, sino una influencia que no se limitaba al sonido de la Puna: en todo caso ese sonido se articulaba con formas diferentes de comprender y emprender el camino musical. No es solo la música clásica lo que entra en contacto con el sonido de Vilca –como en el concierto con la Orquesta Juvenil de Jujuy, por ejemplo-, sino la relación que establece con otras músicas. Que Vilca se asocie con León Gieco –que grabó su “Rey mago de las nubes” en “Orozco”- tiene hasta cierta lógica si se piensa en esa búsqueda casi antropológica que significó el recorrido “De Ushuaia a La Quiaca”. Pero que toque con Skay en un Cosquín Rock o que logre que Divididos toque su “Guanuqueando” –en “Amapola del 66”, y con una anécdota hermosa sobre cómo se produjo el encuentro-, supera los límites de lo folklórico. Vilca trasciende en ese momento del documental esa etiqueta hoy algo desvaída que implica lo folklórico a secas. Si el folklore es aquello que se quedó inevitablemente en su época dorada ocurrida hace cinco o seis décadas atrás, no queda otra que despegarse de esa imagen y convertirse en otra cosa. En Ricardo Vilca.

8. Hay en el documental un momento hermoso, quizás el más ilustrativo de manera indirecta, de Vilca como músico. Es una foto en blanco y negro tomada por Lucio Boschi, el fotógrafo al que conoció cuando se le quedó la moto en medio de la Puna y éste lo llevó hasta Humahuaca. En la foto, Vilca está sentado en el suelo, con las piernas estiradas. Donde terminan sus piernas, levemente a un costado, en el piso también está la guitarra. La mirada de Vilca dirigida a ese objeto es de un amor inconmensurable. Es una foto romántica en la que solo están los dos amantes porque no hay espacio para nada más que no sea ellos.

9. «Lo que es, es; lo que hay, hay; donde llego, llego», dicen que dijo Vilca cuando comenzó a negarse sistemáticamente a la consulta médica por las molestias que estaba sintiendo. Pero es un concepto que excede ese caso puntual y puede aplicarse como una ética de vida. Pero lo que podría interpretarse como una autolimitación, sin embargo debe leerse como un camino de búsqueda, ese “ir al encuentro de las canciones” con una libertad aún mayor: no se trata de la exacerbación ni de la exageración sino de la construcción de lo que se puede lograr. La modestia de Vilca es parte del renunciamiento a ser encandilado por las luces de la ciudad que, sí, le daban sustento monetario, pero lo alejaban de la creación como elemento esencial de su vida. Su muerte forma parte de esa misma modestia. En ese punto, el documental se vuelve un reflejo de la música de Vilca, bajando la excitación del triunfo para sumirse en la tristeza de la despedida. Entre la sensación de orfandad y la idea de que en ese camino final al cementerio los instrumentos no sonaban sino que lo lloraban, lo que queda es aquello que Vilca supo reconstruir en su música: el silencio. Ese silencio de la Puna que ahora no tendrá a nadie que lo interprete.

Calificación: 7.5/10

Vilca, la magia del silencio (Argentina, 2019). Dirección: Ulises de la Orden y Germán Cantore. Productor ejecutivo: Ulises de la Orden. Dirección de Fotografía: Federico Bracken. Camarógrafa: Agustina Lasagni. Dirección de Sonido: Diego Martínez. Montaje: Germán Cantore (SAE). Música: Ricardo Vilca. Duración: 100 minutos. Disponible en Vimeo On Demand (www.vimeo.com/ondemand).

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