
Primera idea: un documental sobre una persona no necesariamente debe seguir una línea biográfica. Es más, esos documentales –ya tomados como un modelo de la industria del género-, suelen ser aburridos: se contentan con relatar e ilustrar. Una sucesión temporal marcada siempre por una lógica de causa y consecuencia, donde tienen el mismo peso la obra artística, la vida personal y el chimenterío farandulero que los convierte en un sucedáneo de los programas de Luis Ventura –vean si no, el Mystify que retrata a Michael Hutchence, por ejemplo-. Romper la línea de tiempo trae sus consecuencias: hay que tener mucho más claro qué es lo que se quiere decir, qué se intenta buscar en el personaje. Allí hay una primera forma de pensar a Retrato incompleto de la canción infinita: correrse un poco de los límites que imponen los documentales clásicos o canónicos y adentrarse en un terreno más cercano al ensayo, donde lo que importa no es la obtención de certezas, sino una puesta en escena en la que el personaje y la mirada del documental puedan confluir. En ese punto, la decisión del documental es interesante y está cifrada en un momento cercano al comienzo. Escuchamos una versión de “Líneas” uno de los temas del disco debut de Los Encargados, proveniente de un show en el Teatro Santa María en el año 1986. En un momento, esa versión se fusiona con la que el propio Melero toca en un show en el año 2018. Allí se resume no solamente la ruptura de la línea biográfica, sino la carencia de su necesidad: se trata del mismo hombre y el mismo músico, con diferencia de años, por cierto, pero allí subyace el concepto de unidad personal, antes que el de un devenir establecido por etapas. Una puesta en escena de lo que el propio Melero señala en algún momento, sobre su interés en el concepto musical antes que por los detalles. Melero es para el documental, un concepto que se construye sobre una serie de bases que el tiempo no ha alterado porque lo trascienden.

Segunda idea: un documental puede prescindir de la opinión del otro. Del otro en el sentido de la gente que ha rodeado al personaje a lo largo de su vida. También son construcciones más arriesgadas porque la tentación de la egolatría –o del fanatismo exacerbado, como ocurre por ejemplo en Gimme Danger,el documental de Jarmusch sobre los Stooges- se encuentra a la vuelta de cualquier imagen. El único que habla de Melero es Melero. Pero la existencia de una mirada detrás de cámara es innegable: el recorte de la textualidad de lo dicho no apunta –si es que en la totalidad podría haber existido, aunque no tenemos forma de saberlo- a sostener la figura de un músico a partir de lo acrítico. En todo caso, volviendo sobre los temas mencionados en la primera idea, lo que prima es el concepto. No hablar tanto de sí mismo como de la música como forma de expresión. De allí que lo que aparece como una narración en primera persona, adquiera un distanciamiento interesante. Melero habla de su música pero a través de su relación artística con Diego Tuñon, de la forma en que el intercambio roza el conflicto (“Si hay algo que detesto es la discusión y él me llevaba a la discusión”). Habla de sí mismo a través de la colaboración con Soda Stereo (“Cuando me convocan llaman también a un compositor”) o de la producción de otros artistas como Victoria Mil o Los Brujos (hay que seguir escuchando hoy cómo suena “Fin de semana salvaje” el primer disco de Los Brujos producido por Melero). Pero también cuando esas colaboraciones se dan en un territorio en el que la afinidad musical era un elemento inexistente. Acaso diga más de Melero como músico el relato de su participación como tecladista en “Oktubre” de Los Redonditos de Ricota (y esa breve anécdota con el Indio Solari), porque allí nuevamente hay un desafío de internarse en un territorio completamente ajeno, pero en donde no deja de ser quien es. Ese territorio que se abona en la dualidad que señala en algún momento el propio músico: la música como formación y como deformación. Algo de lo que en Los Encargados se hizo cargo cuando deconstruye y reconstruye con un nuevo significado, no solamente el himno hippie argentino por excelencia que es “La balsa”, sino esa cumbre de la música comercial al borde de lo rancio que es “Un muchacho como yo” de Palito Ortega.

Tercera idea: puede pensarse a Retrato incompleto…como una constante puesta en tensión de elementos antagónicos. La dualidad mencionada entre Melero y Tuñon es la expresión más física y palpable de esos elementos que parecen entrar en contradicción. La referencia hecha previamente a esa versión de “Líneas” que establece un puente temporal, también trabaja en esa dirección. Porque, en definitiva, la contraposición de los elementos no implica la imposibilidad de resolver lo que aparece en principio como un enfrentamiento. Lo que el documental explora es justamente esa vía: la de encontrar la síntesis en la que se definen las oposiciones. Vemos a Melero hablando en un presente no del todo definido, pero también al Melero que aparecía en programas televisivos –La Cueva, Volver Rock, por ejemplo- de la década del 90, estableciendo entre uno y otro una relación de continuidad. Pero también aparece en la consecución de un objetivo que implica la disolución de aquello que permitió llevarlo a cabo (la idea de que cuando Los Encargados grabaron su disco ya estaban prácticamente separados; o la más contundente, respecto del Soda Stereo que grababa “Dynamo”, cuando dice que era “azotar a un caballo muerto al que ellos mismos estaban matando”). Donde parece afirmarse es, en todo caso, en nociones que están instaladas en la sociedad, y en la música, y que aparecen no casualmente en el final del documental, como si en ellos residiera el corolario de todo lo visto. “Mi carrera no existe, solo tengo una trayectoria y es bastante sinuosa”, sostiene, estableciendo una oposición entre los hechos producidos y la construcción de un camino que nunca parece cerrarse (“Un disco siempre es una obra inconclusa”, afirma en ese sentido). “La fama te la dan los otros, yo soy exitoso. Y los exitosos no tenemos fans”, aparece como una consecuencia casi directa de la afirmación anterior, en tanto la primera es producto de factores diversos pero que no están al alcance del artista y la segunda es la consecuencia del trabajo y la obra.

Cuarta idea: lo que subyace como otro hilo conductor a lo largo del documental es la idea del gusto. Desde afuera, puede pensarse en la trayectoria de Melero como un músico de cierta sofisticación en el marco de lo que puede consignarse como rock argentino (y de nuevo, allí la oposición manifestada en un músico que no sabe tocar en un sentido académico). Tanto Los Encargados como los discos como solista han mostrado a un músico refinado en sus intereses y que exige del oyente una ruptura del preconcepto (incluso en discos aparentemente simples como “Conga” o “Piano”). Hay un planteo en el comienzo del documental que refleja esa idea como central en su pensamiento musical: “Una mala nota en el tiempo puede ser una inflexión renovadora para la canción”. Y esa idea se completa con una concepción de la belleza: “Por lo general, la nueva belleza no es linda, no es de buen gusto”. El gusto como algo que debe cuestionarse en su estandarización, como forma de salir de la comodidad de lo establecido. “Mucha de la música que más me ha influenciado no es la que más me gustaba” señala como una consecuencia directa de esa afirmación, en la que el gusto personal es la materia que debe ser atacada una y otra vez, porque es la deformación continua la que lo sostiene (“Soy de soltar mis discos porque me empiezan a no gustar”). Pero en ese trayecto lo que hace es afirmar el gusto personal como elemento esencial. Puede parecer petulante, pero cuando sostiene que “si no te gusta es culpa tuya” está poniendo la ecuación en esos términos: es desde el espacio del individuo que se afirma la posibilidad de disfrutar de la música, de la belleza, de la genialidad.

Coda: Si el sonido atrae más que la música. Si el concepto es más importante que la armonía. Lo que hay en Melero es una concepción del hecho musical que el documental refleja de manera ejemplar, sin fisuras entre sus planteos y la forma de ponerlos en escena. La oposición –aparente- que refleja el título entre lo incompleto y lo infinito es lo que da lugar a ese final en el que tras el insert de “Primera parte” vemos finalizar la reproducción de un disco de vinilo. Como si se tratara del lado A que acabamos de ver, solo nos queda aguardar qué es lo que tiene para ofrecer el lado B de ese disco inacabado.
Calificación: 7/10
Retrato incompleto de la canción infinita (Argentina, 2020). Dirección: Roly Rauwolf. Guion: Leonardo Novak, Roly Rauwolf. Dirección de fotografía: Norby Ludin. Montaje: Roly Rauwolf. Dirección de arte: Lorena Gomez. Sonido: Luciano Fuseti. Música: Daniel Melero. Producción ejecutiva: María José Torres. Disponible en la plataforma virtual Puentes de Cine (www.puentesdecine.com)
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