Herzog tiene 78 años; cincuenta y seis más que cuando cruzó desde Munich hasta París a pie, caminando, para conjurar la vida de Lotte Eisner.

Herzog viaja a Japón.

Herzog viaja a la isla donde el sol sale antes que en cualquier otra parte del mundo.

Herzog agarra -según él- una pequeña cámara 4k de mano y, por inspiración de un alumno, escribe un guion sobre una empresa japonesa que existe, y que su existencia misma es más irreal que cualquier ficción.

Herzog viaja al profundo Oriente a ficcionalizar lo ya ficcionalizado recordando (nosotros) que, como dicen Piglia y Saer, la ficción no es necesariamente la contraposición de la realidad, sino un mundo imaginario que toma elementos de la realidad para generar su propia autonomía.

Herzog se nutre de esa autonomía, en esa autonomía. Se alimenta de ello. En su épica si la hay.

Herzog ya no pasa barcos por montañas pero filma la mirada de robots japoneses humanoides que reemplazan a recepcionistas en un hotel viendo si les puede advertir algún sueño adentro, algún deseo, alguna chispa de rebelión, alguna pasión.

Herzog ya no hipnotiza a sus actores para filmarlos en una fábrica de botellas de vidrio pero les pone la cámara a centímetros de la cara para ver si los sentimientos que expresan son genuinos o actuados.

Herzog ya no trepa el Cerro Torre en la Patagonia por amor, pero filma adolescentes japoneses en parques públicos teatralizando batallas de samuráis con katanas de juguete para luego soñarlos combatir y matarse de la misma forma, pero sin las mismas armas.

Herzog ve sables milenarios y sueña sus ausencias.

Herzog filma a un actor haciéndose pasar por el padre de una niña; diciéndole que es su verdadero padre al que no ha visto en casi diez años y que vuelve a ella para tener una relación; la que se perdió al irse y formar otra pareja; la que la madre de la chica dice que tenga a cambio de un pago semanal; porque este actor es eso, un rol pago, un personaje pago, un significante que, por dinero, se autoimpone cualquier significado.

Herzog muestra cómo la agencia Family Romance LLC te vende el personaje que quieras comprarles; te llena -de representación- la verdad que quieras suministrarte; te ficcionaliza la realidad que te cuesta afrontar sin esa dosis de ficción.

Herzog filma peces androides en piscinas artificiales e intenta encontrarles belleza o patetismo, que en términos herzogueanos[1] suelen ser lo mismo.

Herzog filma cerezos en flor. Filma sus colores. Se distrae filmándolos a veces, mientras sus personajes se le van del plano sin interesarle que vuelvan.

Herzog filma deseos, lugares sagrados donde los japoneses viven pidiendo deseos, rituales seculares para pedir deseos dentro de en una sociedad hiper meritocrática/capitalista donde la “suerte” y el “azar” parecen ser el descarte del descarte para lograr el éxito.

Herzog filma las miserias individuales de sujetos miembros de una sociedad exitosa.

Herzog filma sonrisas tímidas. Herzog filma sonrisas naturales, que no están en su guion (si es que hubo uno).

Herzog filma alturas y desde las alturas.

Herzog filma trenes balas a toda velocidad impactando la realidad; la sumisión a la realidad; la humillación de la realidad.

Herzog filma cielos como estallidos nucleares, perennes, extáticos.

Herzog filma japoneses en Japón hablando en japonés, reflexionando en japonés, escribiendo, firmando en japonés.

Herzog es alemán y eso lo define por más que ice un dron entre los cielos de Japón para filmar sus plazas, lagos, calles y entrecruces atestados de personas que van y vienen, van y vienen sin saber a dónde van o de dónde vienen; sin que nosotros, los que observamos de arriba, lo sepamos.

Herzog no es Kiarostami y su Copia certificada(2010). Herzog no es Carax y su Holly Motors (2012). Herzog es Herzog y filmó Fitzcarraldo (1982). Kiarostami y Carax, no.

Herzog se entretiene más contando -al final de la película estrenada en la plataforma MUBI- la artesanía que hubo en la forma de filmar Family Romance LLC que en lo que filmó por más que lo sepa vender muy bien.

Herzog es un artesano tramposo, como la impostación de voz solemne que hace en cada una de las voces en off de sus documentales.

Herzog, como en la extraordinaria The Wild Blue Yonder (2005), usa la estética del documental para filmar la narrativa de una película donde lo que sucede no es mayormente importante a menos que se le pueda encontrar un final simbólico. Metafórico.

Herzog, a los 78 años, sigue filmando metáforas.

Herzog sabe que la “verdad como representación” es la herencia platónica que la modernidad y el Renacimiento europeo han impuesto -a fuerza de determinismo- en el mundo en los últimos seiscientos años, y que con esta empresa de representaciones, como lo es Family Romance LLC, dicho determinismo parece llegar, casi, a un punto sádico de patetismo.

Herzog sabe que lo mimético es patético.

Herzog, por ello, hace que su personaje principal, Yuichi (interpretado por Ishii Yuichi), sueñe con el seppuku: el suicidio ritual japonés. Donde un hombre, al matarse de esta forma, recupera su honor. Es decir, encuentra en el ritual simbólico y la muerte, la forma de romper con toda representación; encuentra la forma de ser uno mismo justo en el final de uno mismo.

Herzog entiende que representación, en cierto punto, es simulación.

Herzog entiende que la simulación trastorna; la conjuración salva.

Herzog dramatiza para desdramatizar. Para conjurar.

Herzog es un lobo que se ríe antes de comer una presa (su público). Lo que no sabemos es si se ríe por pérfido o por mera felicidad de alimentarse.

Herzog entiende que el libro El peregrino de J. A. Baker es un libro de fuerza y belleza sin precedentes dado que, entre otras virtudes, “captura la esencia de un hecho fugaz con todo detalle”.

Herzog busca eso en su Family Romance LLC: capturar la esencia de fugacidades con íntimo detalle; desde la sonrisa de una nenita mestiza discriminada por la crueldad de otros niños, hasta la peligrosidad de los pinchos de un erizo inofensivo al que se lo quiere tomar como mascota; desde un teléfono perdido en un risco de un acantilado frente al mar para llamar a los muertos, hasta la incomodidad de un actor que no cabe dentro de un ataúd donde quiere representar su muerte, simplemente, porque sus piernas no terminan de entrar en el mismo.

Herzog ha vuelto. Nunca se fue. Pero ha vuelto. Lo trae de nuevo a Ernst Reijseger para que le haga la música con su cello y a Mola Sylla para que cante sus coros memorables de tintes religiosos, místicos.

Herzog ha vuelto, en definitiva, para darnos otra película herzoguiana y eso es lo que importa: que en este mundo de verdades vaciadas (no vacías), sus películas nos sigan inyectando fatamorganas creadoras, formas (¡estéticas!) de transformar lo representado y sus representaciones, en poderosas conjuraciones; lo simulado en metáfora para seguir alimentando conjurados.


[1]Como “kafkeano” o “borgeano”, a esta altura del partido, Werner Herzog tiene su propio adjetivo calificativo, sin dudas.

Family Romance, LLC (Estados Unidos, 2019). Guion y dirección: Werner Herzog. Fotografía: Werner Herzog. Montaje: Sean Scanell. Elenco: Ishii Yuichi, Mahiro Tanimoto, Miki Fujimaki, Takashi Nakatani. 89 minutos. Disponibl en Mubi.

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