Atención: Se revelan detalles importantes del argumento.
¿Hasta dónde puede el uso de un intérprete reconocido atraer espectadores y, posteriormente, subsanar deficiencias, aisladas o generalizadas, que evidencia una película? Todo dependerá de la afinidad que el espectador tenga con el actor o la actriz en cuestión y la labor que los susodichos presenten, pero por sobre todo depende de manera en que la película los trate. ¿Cuándo se neutraliza el garbo corrompiéndolo con desdén? En el caso de En un patio de París, se parte desde la base de que el personaje de Catherine Deneuve (Mathilde) no es el que guía la mirada de la película, sino más bien una compañera en el viaje angustioso que supone la vida del músico que interpreta Gustave Kervern (Antoine).
No se sabe qué, ni cómo, ni cuándo pasó, pero la angustia ataca a Antoine de tal manera que le arrebata el sueño y los nervios y lo fuerza a abandonar su carrera artística intercambiándola por la vida de un conserje en un complejo habitacional en donde no existe inquilino cuyo talante pueda envidiar. No le funciona como somnífero pero sí consigue alguien con quien compartir las horas de insomnio y la congoja de vivir: la dueña de los departamentos, quien a su vez sufre sin que se sepa bien el motivo, y busca en qué ocuparse para sentir que tiene una razón para estar ahí en el mundo. Su marido no la comprende ni acompaña debido a que él no pertenece a ese lugar de enseres apenados, dando como resultado la cercanía cómplice de Mathilde y Antoine.
La neurosis otorgada al personaje de Deneuve no termina de generar simpatía ni admiración en la interpretación, sino más bien incomprensión, distanciamiento e incluso fastidio. Ahí otra forma de contrarrestar la gala de la estrella: agotamiento y debilidad irrefrenables.
El edificio que acoge al patio del título se encuentra cementado sobre arcilla, es propenso a hundirse y a sufrir grietas en la infraestructura; estrías que se desgarran sufriendo las heridas que acarrean personajes cuyas historias se velan en incógnitas para el espectador como responsables de las laceraciones del presente. Finalmente la edificación termina figurada en una maqueta luego destruida, con la que juegan Antoine y su acompañante de vicios, Stéphane, futbolista cuya prominente carrera terminó frustrada por una lesión. Porque todo es decadencia irrecuperable, derrumbe y sueños rotos. Todos los personajes presentan una zozobra que se traduce en vergüenza, aunque es difícil determinar bajo qué moralidad la sufren, dado que el edificio funciona como una sociedad cerrada donde cada uno se aísla en la individualidad de sus males interiores. Matilde habla sobre el decaimiento de las relaciones familiares al crecer, porque el tiempo corroe todo atisbo de lejana felicidad. En momentos graves de depresión, Antoine tiene por paliativo la vuelta a los lugares donde se ha hallado felicidad en tiempos pasados, porque el pasado opera como refugio socavando la depresión del presente, pero uno tan endeble como la infraestructura agrietada del complejo donde trabaja. Ninguno de los dos amparos cumple su cometido de sanación por lo que sólo queda la tranquilidad de consumirse lentamente hasta apagarse por completo.
Uno de los deambuladores frecuentes del patio es un practicante sectario que solía señalar, como ejercicio místico, un lugar en el techo desde donde, afirmaba, aparecería el Salvador. De la misma manera, Antoine, al borde de la muerte a causa de una sobredosis, señala con el estupor de la muerte la grieta en la pared (La herida como mesías). No encuentra el término de salvación sino que su muerte, como la del profeta en sacrificio, salva a Mathilde (“Usted está hecha para la vida. Me da pena verla así.”, le confiesa). Él muere para que ella viva, pequeño agasajo que se le brinda a la actriz por parte de la película, que busca perpetuarla en la pantalla, aunque al costo de añorar, también como el personaje, tiempos pasados, ya históricos, que no funcionan en este caso como paliativo sino como agravante de una actualidad adolorida donde únicamente sobresale la congoja. Las plantas chamuscadas al momento de la llegada de Antoine florecen formando la corona póstuma que representa el legado del mártir, escena que acoplada con la voz en off de Mathilde orando un elogio al difunto termina de transformar el aburrimiento en una melaza compungida , excepto que en este plano el que la sufre es el espectador.
En un patio de París (Dans la cour, Francia, 2014) de Pierre Salvadori, c/Catherine Deneuve, Gustave Kervern, Pio Marmaï, Féodor Atkine, 97′.
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