Me hubiera encantado ver Vigilando a Jean Seberg en una sala de cine. Así vi hace muchos años, en mi adolescencia, Bonjour, tristesse (1958) y Sin aliento (1960). El rostro de la Seberg original que pulieron inauguralmente Godard y Preminger evoca misterio, tristeza y dulzura en partes iguales y nos convoca a revisitar un momento fundamental de la historia del cine en el siglo XX como fue el final de la década del 50 y el comienzo de la década del 60. Tiempo en el que el cine de autor surgiría en Europa, resignificando la idea propia de relato cinematográfico y contrastando con el sistema de representación de los grandes estudios de Hollywood.

El segundo film de Benedict Andrews está hecho a la medida de lo que significa el propio legado de Seberg (y de esa idea de cine que ella encarnaba). Volver sobre su historia es entonces visitar y redescubrir un periodo trascendente en la historia del cine que excede a la protagonista del relato. Sostenida en una gran actuación de Kristen Stewart que absorbe con su magnetismo y aura el propio magnetismo de la Seberg original, el film de Andrews oscila entre una biopic más bien convencional y un triller con ribetes existencialistas que denuncia el orden de cosas en los Estados Unidos en la década del 60. Como afirma el crítico Diego Brodersen en una nota publicada en Radar en marzo de este año, la actuación de Stewart se construye desde una contradicción latente entre lo que significaba y representaba ser una estrella de Hollywood en la década del 60 del siglo XX y lo que implicaba y representaba llevar a cabo una lucha política como la que llevaban adelante los Black Panthers.

Una de las grandes virtudes de la película es el espíritu clásico del relato. El conflicto argumentativo se centra en una tensión interna que vincula problemáticas sociales (el problema de la negritud y el racismo y el de un aparato de inteligencia al servicio del cercenamiento de las libertades individuales) con la descripción de una crisis individual propia de un sujeto sumergido en una tristeza radical. Y Andrews nunca recurre a explicaciones psicologicistas que le den al espectador la información deglutida sino que se preocupa por generar un clima en el que los diferentes aspectos de la trama se vinculen de modo orgánico. Vigilando a Jean Seberg es potenciada por el registro actoral que lleva adelante Stewart en el sostenimiento de una tensión que, por un lado, se desarrolla dentro de la estructura del thriller, pero que al mismo tiempo crece en intensidad debido a ese registro ambiguo y misterioso que en todo momento construye la protagonista del film.

La precisión en el uso de los recursos potencia el tono climático de la historia y remarca el conflicto manifiesto entre el mundo del espectáculo y el mundo de la política. Si un vértice del relato se ancla en la propia vida de Seberg, el otro punto estructurante de la narración es el que muestra al agente del FBI Jack Solomon, interpretado con notable solvencia y eficacia por Jack O’Connell. En el avión que lleva a Stewart/ Seberg a Estados unidos a filmar una película (la película que no se menciona es La leyenda de la ciudad sin nombre), Seberg conoce a un activista de los Black Panthers que comparte vuelo con la viuda de Malcom X. Al bajar del avión, Seberg se acerca al joven y termina sacándose una foto frente a los paparazis que alerta al FBI de las cercanías ideológicas de la actriz con la causa de este grupo militante. Luego de este primer encuentro en el avión la actriz y el militante mantendrán un amorío que será monitoreado por los servicios de inteligencia iniciando una secuencia de persecución y hostigamiento que hará mella en la psiquis de Seberg. Este es el inicio de un calvario individual que el film de Andrews toma como hilo conductor. Este calvario nos muestra a una Seberg que alterna entre una valentía política infrecuente para la época, propia de una angustia existencial producto de cuestiones que exceden largamente a los problemas propios de su vida de actriz, y una personalidad frágil a la vez misteriosa y cautivante.

Por otro lado, la idea del bien y del mal estereotipada también es un tema central de la película. En un momento vemos al agente Solomon leyendo una historieta del Capitán América. Es interesante ese gesto ya que el Capitán América (y la cultura del cómic en general) representa una idea del bien sobre la que se estructuran muchas de las ficciones salidas del corazón de la industria en los últimos años. El Capitán América o el FBI como garantes del supuesto mundo libre son presupuestos dados como naturales por el sentido común que promueve la industria que el film de Andrews delicadamente cuestiona. El film desanda por la línea del policial clásico esta obsesión del agente Solomon y su vínculo vouyerístico con la estrella.

Hay algún homenaje latente a La conversación  de Coppola, pero el film es personal incluso en el uso de las citas que el director utiliza para pensar el clima de época narrado. El policial le permite a Andrews sumergirse en la cuestión de la negritud y de la persecución que el FBI lleva adelante. Esta tensión explicita es potenciada por la actuación de Stewart que se apropia de la tristeza y el misterio de la actriz de Sin aliento en una interpretación por fuera de la dramatización del telefilm autobiográfico. Stewart y Andrews logran trasmitir esa tensión entre la primera juventud de Seberg y las posteriores nieblas de una carrera errática tensionada por tristezas insondables. La ambigüedad y el misterio a su vez se encuentran rodeadas de un sistema brutal y cruel que persigue de modo explícito a quien construye como enemigo y no tiene miramientos en relación al daño que puede ocasionarle. Las crisis anímicas de Seberg tendrán que ver en parte con esta persecución desembozada que el FBI lleva adelante con la excusa de que la actriz interviene favoreciendo financiariamente a los grupos radicalizados, pero no logran dar una definitiva explicación. Ese costado inasible del tormento de Seberg es una de las grandes virtudes del relato ya que rompe la cronología propia de la biopic para sumergirnos en el tiempo suspendido de la poesía.

Es interesante pensar cómo la persecución sobre el que piensa distinto funciona como una invariante histórica aplicable a la política contemporánea. A veces uno tiene la sensación de que está viviendo en un perpetuo déjà vu en donde las cosas se repiten, primero como tragedia y luego como farsa. El film de Andrews hace foco sobre estas cuestiones políticas endémicas de un orden específico de la vida democrática, en un contexto social donde a casi 50 años de sucedidos dichos acontecimientos seguimos leyendo horrorizados noticias que dan cuenta del asesinato de negros en Estados Unidos o del funcionamiento de aparatos de espionaje paraestales. Vigilando a Jean Seberg se enriquece cuando las ideas de bien y mal se confunden o se le confunden al protagonista masculino de la historia. El agente Solomon comienza a involucrarse con Seberg y en ese vínculo obsesivo está en juego un deseo que es sexual pero que también se ancla en una admiración sincera ante un compromiso político y una valentía que tendrá consecuencias. Seberg es una actriz que se compromete con la política y ese compromiso es lo que produce una modificación en la conducta del agente, y eso sucede en una notable escena en la que Salomon golpea a un compañero del FBI luego de una requisa en la casa de Seberg que finaliza de modo accidentado.

Por último, la idea central que atraviesa todo el film de Andrews es el amor al cine y en ese sentido la película podría verse en serie junto a Once Upon a Time in Hollywood en su intención amorosa de modificar la realidad por medio de la ficción. Así como en el film de Tarantino vemos en una escena que condensa la más pura cinefilia actual a la propia protagonista viéndose a sí misma y luego sorteando por medio de la ficción su muerte real, en Vigilando a Jean Seberg el contenido de la ficción también interviene resignificando la propia vida real de la protagonista. Esa fragilidad y misterio que es de Stewart pero también es de Seberg es lo que en sí representa la propia Seberg en la historia del cine, una actriz que introdujo una noción de naturaleza en la actuación como no había en el cine de los 50 y que junto a Anna Karina representan sin más un nuevo modo de interpretar a las mujeres en el cine.

En 1979 Jean Seberg apareció muerta de modo misterioso dentro de su auto. Ese acto final que el film describe como epílogo lo diferencia del film de Tarantino en su carácter de realidad (aquí la protagonista no evade la muerte gracias al artilugio de la ficción) pero sostiene el misterio de nuestra heroína. Vigilando a Jean Seberg no solo es un homenaje a una actriz central en un momento central del cine en el siglo XX, sino que reconstruye un momento en el que la violencia política estaba a la orden del día con el objetivo de disciplinar el tejido social. A 50 años de esos acontecimientos el conflicto social y político sigue igual de latente y la obra de Seberg permanece intacta en esa combinación de poder y fragilidad que el film de Andrews actualiza para que las nuevas generaciones de cinéfilos descubran a esa fuerza de la naturaleza a la que le bastaron un par de películas para ser parte indispensable de la historia del cine del siglo XX.

Calificación: 8/10

Vigilando a Jean Seberg (Seberg, Estados Unidos/Reino Unido, 2019). Dirección: Benedict Andrews. Guion: Joe Shrapnel, Anna Waterhouse. Fotografía: Rachel Morrison. Montaje: Pamela Martin. Elenco: Kristen Stewart, Jack O’Connell, Anthony Mackie, Margaret Qualley, Yvan Attal, Vince Vaughn. Duración: 102 minutos.

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