La imagen de un presidente dando un discurso a la multitud desde un balcón tiene en la Argentina una enorme carga simbólica. El balcón remite no solo a la relación entre un gobernante y su pueblo: el que habla desde allí no solo gobierna sino que es el guía de una muchedumbre, el que señala el camino a seguir. La ausencia del balcón, por el contrario, de manera implícita, refiere a la carencia de guía (los últimos años de la historia argentina brindaron ejemplos notorios de ello). En el transcurso de Viedma, la capital que no fue, hay al menos dos oportunidades en las que el archivo recupera la imagen de Raúl Alfonsín en sendos balcones. En el primero, formaliza en Viedma el proyecto del traslado de la capital en 1986. El segundo es de un par de años más tarde y allí resalta la idea de entregar el mando presidencial en esa ciudad en 1989. El documental incluye, antes de esos momentos, unas imágenes que funcionan como el contraste perfecto con el presente: la cámara se asoma a los mismos balcones, atisba el espacio que se ve desde esa altura. Uno y otro están vacíos, sintetizando en ese pasaje el abandono, lo que estuvo alguna vez y ya no está: el gobernante, el pueblo, el entusiasmo, el proyecto, el guía.

Sin embargo, hay algo curioso. Algo persiste incólume de aquel proyecto y en ello la paradoja se vuelve mayor. Lo que queda en pie son los barrios construidos para los obreros que trabajarían en el proyecto. Lo que se proyectó para ser demolido –hay una mención a que se estimaba que los edificios servirían para no más de diez años-, subsiste transformado en barrios marcados por las carencias y el abandono que deriva en problemáticas sociales. La otra paradoja es que esos edificios sobrevivientes son los que rompieron con el paisaje, instalando elementos ajenos en un territorio que no los reclamaba. Monoblocks de tres pisos en una planicie en la que apenas se levantaban casas de dos plantas. Pajareras, como las definen los habitantes de Viedma, que revelan una concepción que proviene de otro lugar, la persistencia de una visión centralista incluso cuando se plantean proyectos de federalización.

“Es indispensable crecer hacia el sur” dice Alfonsín en ese primer discurso, refrendando la idea que recuerda la ex vicegobernadora de Buenos Aires, Elva Roulet: “Para Alfonsín, había que incorporar esa Patagonia que había sido olvidada”. Lo que va poniendo de relieve sin subrayados es la manera en que ese proyecto se basaba en una idea –de la Patagonia, del crecimiento- que era la de Buenos Aires y no la de Viedma. Da la sensación que la única injerencia zonal supuso la ampliación de la zona, anexando Carmen de Patagones y Guardia Mitre (y hasta puede pensarse en que hay algo de candor, de inocencia, en la forma en que se incorporan esos cambios, los que revelan las formas de hacer política en los 80). Esos edificios que se mencionaban antes fueron construidos por empresas porteñas, que trasladaron un modelo que ya utilizaban, a un paisaje diferente. La decisión de otorgar esas construcciones a empresas poderosas con sede en Buenos Aires –empresas que persisten en el presente, se podría decir que con más vitalidad que sus propias construcciones- puede ampararse en cierta urgencia del momento aunque surja la sospecha respecto de la cantidad de negocios que el proyecto abría. De hecho, si se presta atención, la mayor parte de las visitas no gubernamentales a Viedma que son mencionadas tienen que ver antes con la posibilidad de hacer negocios con la concepción de una nueva ciudad como elemento transformador. La sospecha tiene más asidero cuando el documental registra un desplazamiento del entusiasmo inicial hacia un escepticismo que aún no tenía en mente que no se llegaría a la concreción.

La recuperación de planos –que como el proyecto, fueron sometidos al mismo abandono, guardados sin volver a ver la luz desde 1989- y maquetas de lo que debió haber sido la nueva capital, pone de relieve dos elementos que en algún punto van a entrar en colisión. Por un lado, un diseño de ciudad moderna y hasta cierto punto, desestructurada. Que anuncia adelantos que parecían insólitos para la época (desde calefacción centralizada a soterramiento de cables, desde la concepción peatonalizada al diseño de lo que hoy se conoce como bicisendas). Por el otro, la reafirmación de lo intrusivo como componente esencial del proyecto. La nueva capital no sería Viedma, sino una adenda a su estructura, cuya característica central era dejar de lado a la ciudad pre-existente, ignorando su historia hasta volverla un espacio marginal del proyecto. La concepción centralista del proyecto –que en definitiva se limitaba a trasladar la burocracia administrativa nacional a otro espacio, sin profundizar el concepto de federalización- se revela así en toda su dimensión: ausencia de consultas, falta de intervención de los residentes y negación de la historia y del lugar.

Por cierto que esa concepción no fue la que hizo naufragar el proyecto, en tanto queda claro que los habitantes de la zona no lo percibían de esa manera (¿no había allítambién una sensación de que ellos también podían hacer buenos negocios?). Tampoco los obstáculos que pudieron oponerse desde la política (y resulta interesante que el documental rescate que la voz defensora del proyecto es la de un senador por la ciudad de Buenos Aires y la del cuestionamiento de parte de representantes de otras provincias). Lo que muestra el documental es el pasaje de la ilusión al desencanto, de la explosión al abandono, que se refleja antes en la disposición y recuperación de archivos que en el discurso de los entrevistados (aunque alguno de ellos, como el del corresponsal del diario Clarín es revelador respecto del comportamiento de los medios de comunicación, ya en una época pre-multimedios). De la imagen de Alfonsín en la ciudad, recorriendo el río en un catamarán, saludado por el pueblo desde las orillas, hasta sus visitas secretas y su distanciamiento del lugar. De la llegada de funcionarios y empresarios a las dificultades para realizar los primeros trabajos sobre el suelo y para expropiar las tierras. En dos años, Viedma pasó de ser una imprevista tierra prometida a un espacio sumido en el desencanto naturalizado (ese que implica tanto el silencio en que quedó el proyecto como el hecho de que la ley que lo puso en marcha nunca fue derogada). Como si se tratara de un espacio de moda, esos que por un efecto inesperado se vuelven el centro de atención hasta que, sin ninguna razón aparente ni explicación ni cambio visible, se empieza a dejar de lado.

Viedma, la capital que no fue revela, de esa manera, una construcción de la argentinidad que resuena amplificada en el presente. Del proyecto monumental y refundacional a la imposibilidad de un acuerdo político mínimo para llevarlo adelante, de la visión del negocio al abandono social, de los discursos a la falta de concreción, lo que se pone en primer plano es lo que es y no lo que no fue. Antes que el sueño concretado de la refundación, lo que se pone en pantalla es la persistencia del abandono como forma de resolución de los proyectos que implican un cambio. Lo que deja asomar el documental no deja de ser inquietante: lo que vemos es el triunfo cíclico de la parte más conservadora de la Argentina que se devora el futuro mientras decide olvidar sus fracasos.

Viedma, la capital que no fue (Argentina, 2023). Guion y dirección: Jorge Leandro Colás. Producción: Carolina M. Fernández. Fotografía: Aylén López. Cámara: Sebastián Labaronne
Sonido directo: Álvaro Artero y Victoria Salama. Diseño sonoro: Camila Mauser y Carlos Olmedo. Montaje: Karina Expósito. Música: Francisco Seoane. Elenco: Gonzalo Álvarez Guerrero, Martín Bacigaluppo, Horacio Massaccesi, Elva Roulet y Omar Livigni. Duración: 78 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: