La noche de enfrente, de Raúl Ruiz.
Domingo 14. Cómo dejar pasar una película de Raúl Ruiz. Cómo dejar pasar la última película de Raúl Ruiz. Su película póstuma, su testamento fílmico. Ahora bien, cómo hablar de una película de Raúl Ruiz, cómo explicarla, cómo intentar dar cuenta de lo que es esta película de Raúl Ruiz sin sentir que no hay palabra que pueda reflejar, aunque sea mínimamente, algo de lo que en ella sucede. Ruiz es todo. Su cine es todo y, por lo tanto, es inabarcable, literalmente inabarcable (ha filmado más de cien películas: 119, para ser exactos).
La noche de enfrente nos introduce en un viaje por el desierto de Antofagasta para luego dejarnos de cara al Pacífico e imprimir sobre esa superficie endeble un cuento fantástico, como se anuncia en ese primer travelling aéreo que da inicio a la película.
A Don Celso (Sergio Hernández, quien ya trabajó con Ruiz en Diálogos de Exiliados) el tiempo se le escapa, los relojes se le caen de los bolsillos, las ocurrencias se le han ido, y las figuras que lo rodean tienen la carnadura frágil de un fantasma: son sombras que remiten al pasado. Don Celso intuye que alguien viene a matarlo, por eso aguarda cada noche a su redentor, en esa casa llena de objetos y rincones espectrales. La noche de enfrente es una película barroca que va acumulando texturas y capas de cine que se asientan sobre un fondo artificial que se disipa con cada puerta que se abre. La poética de Ruiz se revela cautivante y sensorial. En ese funeral al atardecer, en esa prostituta que entrega su cuerpo a la noche para mitigar el dolor y la rabia y regresa con el alba, en esos temblores que presagian la tragedia, Ruiz construye su sueño último y embriagador.
Es notable cómo la cámara del director chileno recorre los espacios interiores, cómo trabaja las dimensiones de la casa, volviéndola profunda e interminable, cómo transforma esa sensación de estar, si es que acaso alguien está ahí, frente a nosotros, en un dejar irse casi inconsciente. La espera de Don Celso responde a una intuición, porque no hay certezas que trasmitan la seguridad de estar ahí, en el mundo, ni de verse reflejado en el espejo para sentirse vivo. Porque acaso la muerte, y con ella la noche, sucedan en otra parte. Porque acaso nadie ha dado muerte a nadie y porque, tal vez, sólo se trate de mudarse a otro mundo.
La noche de enfrente conecta la obra de Ruiz con la de Borges y Welles, no sólo por el carácter fantástico que la envuelve (la idea de aguardar la muerte cada noche fue trabajada por Borges en su cuento La espera, donde un compadrito adoptaba el nombre de aquel que vendría a matarlo, finalmente), sino por la importancia de esa palabra que ha obsesionado a Don Celso desde chico y que la conecta inevitablemente con el «Rosebud» de Charles Forster Kane: Rododendro. ¿Qué es Rododendro? Don Celso adopta ese nombre, se lo enseña a los demás, se los hace pronunciar como si se tratara de un conjuro, de una palabra mágica que descubre una revelación. Rododendro acaso sea, como sucede con Kane en su lecho de muerte, la última palabra que pronuncie Don Celso antes de partir. Rododendro, como el trineo que se quema al final de El ciudadano, es la patria y es la infancia de Don Celso. Una tierra irrecuperable, un recuerdo que se apaga lentamente.
Las obras de Ruiz y de Welles están conectadas por la palabra de Borges, por la definición que éste hizo de la primera película de Welles: La noche de enfrente, como El ciudadano, es un laberinto sin centro, una película que no tiene salvación porque no va a ningún lado, que es también una forma de abrirse a toda dirección.
¿De qué trata la película?, pregunta un Beethoven construido por la imaginación del protagonista en pleno siglo XX. “Es muy difícil de explicar”, le responde el Celso niño.
En ese diálogo que la película establece alternando la infancia de Don Celso, transcurrida entre la admiración por el músico alemán y la historia de Chile, el amor por el cine clásico americano y los viajes de juventud, y esta etapa mayor donde parece ir retirándose del mundo poco a poco para perderse en la magia improbable de los cuentos que todas las noches relata en la radio local, la figura de nuestro protagonista, como la obra de Ruiz, se vuelve inconmensurable. De algún modo, y como bien se lo hacen saber sus compañeros, Celso siempre estuvo yéndose un poco, o nunca paró de irse. En ese sentido, podríamos pensar también que el cine de Raúl Ruiz siempre nos ha estado abandonando un poco, aunque nunca dejará de dejarnos.
En esa magia estábamos, cuando nos borró la luz de la sala.
Entrevista a Sergio Hernández, protagonista de La noche de enfrente de Raúl Ruiz
La figura de Sergio Hernández recorre los últimos cuarenta años de la historia del cine chileno. Ha trabajado con cineastas como Miguel Littín y Silvio Caiozzi, y más recientemente ha colaborado con directores más jóvenes como Pablo Larraín y Sebastián Lelio. Su participación en Gloria y La noche de enfrente, dos películas programadas por el festival Unasur Cine, dio lugar a esta entrevista donde el actor chileno repasa sus recuerdos junto a Raúl Ruiz, el panorama del cine chileno actual y la experiencia del festival.
La experiencia de trabajar con Raúl Ruiz en su última película.
– Con Raúl Ruiz trabajé por primera vez en el año 74, en la película Diálogo de exiliados. Ahí interpreté a un personaje muy tierno, bastante ingenuo, y ahora, casi cuarenta años después, vuelvo a trabajar con él en La noche de enfrente, donde también interpreto a un personaje que es muy similar a aquel del 74, muy cercano. Pero también me di cuenta que estos personajes son un poco él, sobre todo este último. Es una película donde un hombre muere al final, y él justamente murió poco tiempo después de terminarla. Fue muy emocionante, porque después de hacerla entendí que en algún punto yo lo había interpretado a él, que yo había sido él.
Tenía una forma muy particular de rescatar nuestra memoria y retratar la chilenidad, con un humor muy intuitivo y surrealista, muy de niño y al mismo tiempo muy inteligente. Esta película, de algún modo, es el rescate de esa memoria situada en Chile, en Antofagasta. Es una película con mucho humor, donde todo es y no es, no hay tiempos precisos y el espacio se transforma. Recuerdo que después del estreno una gran actriz chilena, Shenda Román, se acercó y me dijo: «¿De qué trata?». Y yo recuerdo que Ruiz entonces decía: “No me pregunten de qué se trata, las películas no son para entenderlas”. Creo que las películas de Ruiz hay que vivirlas, sentirlas, después de verlas algo te queda dando vueltas adentro, te involucran de una manera mucho más física que racional. Es un cine que establece una relación muy afectiva y con lo corporal, y eso me parece valioso.
El rodaje y la forma de trabajo.
– A diferencia de Diálogo de Exiliados, donde lo que yo hacía era ir y reproducir las conversaciones que Raúl había escuchado y anotado durante todas las noches que visitó un un bar que estaba abierto las 24 hs. en París, sin tener que leer un papel jamás, La noche de enfrente estuvo escrita punto por punto, se respetó el texto tal cual estaba escrito. Yo tengo mucho respeto por los guiones, y acá había que estar atento porque era una obra basada libremente en unos cuentos de Hernán del Solar, Pata de palo, Rododendro y La noche de enfrente, a los que Raúl les agregó partes de su propia invención. Por aquel entonces, Raúl estaba en condiciones bastante precarias de salud, lo habían trasplantado del hígado, llegó a terminar de rodarla, pero luego fue su mujer Valeria Sarmiento quien se encargó de las post producción de sonido.
Todo lo que tiene que ver con las imágenes de Antofagasta fueron filmadas por un director de fotografía, que luego Raúl utilizó con el Croma, un formato que utilizaba por primera vez. Al principio no sabíamos bien cómo caminar, la cámara filmaba lentísimo y nosotros teníamos que hacer que caminábamos despacio. Pero se hizo en veintiún días: él tenía una gran concentración, era muy meticuloso y sabía lo que quería hacer. Con Raúl nunca te enterabas si estaba mal o estaba bien lo que habías hecho. La terminamos en mayo de 2011 y en agosto falleció. Fue muy especial.
Referencias e influencias.
Raúl tenía una cultura gigantesca. A lo largo de toda su vida siempre valoró y asimiló los distintos tipos de corrientes artísticas. Una vez invitó a Chile al hijo de Hernán del Solar, que es matemático, y estuvo meses trabajando con él; no podría definir bien cuál fue ese trabajo, pero sí puedo decir que después de esa experiencia hubo un determinado tipo de tratamiento cinematográfico alrededor de la física en su cine. Todas esas cosas que se ven en sus últimas películas, ciertos planos que van jugando y que van teniendo distintos tipos de importancias, son muy sorprendentes. También el tratamiento del tiempo y del espacio, que tiene que ver con la física, y las situaciones que remiten a nuestra cultura, a nuestra forma de ser, y que Raúl logra meter cuando uno menos lo espera. Ese atrevimiento de expresar determinado tipo de conductas y de maneras de ser muy nuestras, en situaciones que pertenecen a otros mundos, a otras sociedades, me parece muy atractivo y tiene que ver con esa memoria infinita que tenía Raúl para construir el ser chileno a partir de las cosas que vio, leyó y experimentó.
El panorama del cine chileno.
En los últimos años se ha dado un movimiento de cineastas jóvenes que se plantean una nueva escritura. Antes estábamos siempre muy pegados con el tema del golpe, con la dictadura, con lo que nos pasó, y eso fue en parte lo que cansó a la gente. Hoy en Chile se están haciendo muchos docudramas, películas que abordan hechos históricos a partir de la ficción, como la película No de Pablo Larraín, en la que participé; entonces ahí hay una escritura nueva, una nueva sangre, y hay, además, una tecnología muy buena que está al servicio de estos proyectos. Hay muy buenos documentales, hay muy buen cine de ficción, muy buenos cortos, y hoy se están estrenando más de cuarenta largometrajes nacionales por año, cosa que es bastante para este país. El problema es que muchas de estas películas se hacen para afuera, para los festivales internacionales. En Chile falta reformar el sistema de exhibición y distribución, hay muy pocas salas de cine independiente y no veo que se esté haciendo un esfuerzo muy grande por revertir la situación y darle lugar a este cine paralelo.
La experiencia del festival Unasur Cine.
Me parece un festival tremendamente importante, donde podemos encontrar un cine latinoamericano bastante completo. Hay películas de Perú, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay, México, etc. Creo que es muy importante este tipo de instancia, porque permite la posibilidad de ir construyendo nuestras redes. Creo que debemos aprovechar este contexto. En otra época – yo vengo trabajando en el cine desde hace muchos años, tengo cuarenta y cuatro películas sobre mis espaldas-, los sesenta y setenta, existían redes de cine que conectaban a los países, Glauber Rocha en Brasil, Jorge Sanjinés en Bolivia, lo que ocurría en Argentina, que de alguna manera es el cine que más se ha sostenido en ese sentido. Pero luego se empezó a ver menos cine latinoamericano en general, entonces creo que la importancia de este festival es una posibilidad para los trabajadores de la industria de buscar alternativas que nos permitan distribuir nuestro cine de manera que no tengamos que competir con las grandes producciones internacionales, que en su mayoría vienen de Estados Unidos, y suelen acaparar la mayoría de las salas.
Próximos proyectos.
Actualmente me encuentro trabajando en una película de Silvio Caiozzi, un gran director chileno, que se llama De pronto el amanecer, que transcurre al sur de Chile. Es una película muy hermosa, que habla de los últimos sesenta años de historia chilena a partir del encuentro de un grupo de amigos en distintas etapas de su vida. Es una historia de amor. Y es preciosa.
Aquí puede leerse la primera crónica de Unasur 2014.
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