
El caso Alcàsser, la serie producida por Netflix, trata sobre unos crímenes ocurridos en 1992 en ese pueblo valenciano de España. Para el espectador de otras latitudes puede tratarse de un caso más, de una serie más sobre homicidios reales. Pero lo cierto es que los crímenes de las tres chicas que aborda la serie tuvieron una repercusión muy grande en los medios españoles, convirtiéndolos así en uno de los casos más renombrados del país.
La serie consta de cinco capítulos que rondan la hora de duración. El primero de ellos presenta el caso, los hechos, lo que supuestamente ocurrió la noche en que desaparecieron las víctimas. Este capítulo es el que engancha al espectador, y lo hace por la propia fuerza del caso, pero también por la claridad y el buen manejo de las herramientas que posibilita un documental. Más allá de lo estremecedor del caso, el espectador es muy bien orientado por los testimonios, los mapas y los itinerarios trazados con líneas. Mientras tanto, en el presente se va mostrando el pueblo y sus habitantes. Resulta muy fácil entender el contexto, la idiosincrasia del lugar, y en definitiva empezar a manejar hipótesis, porque más allá de que se trate de un caso real, el documental busca y logra entretener.
Con el segundo capítulo comienza la investigación, y ahí se suman “actores” que irán creciendo en importancia. Conocemos el sitio donde se hallaron los cuerpos y el trabajo de los especialistas, pero un ojo con un poco de sentido común puede empezar a notar cosas “raras” que el documental muestra pero no enfatiza. Finalizado el segundo capítulo entonces, “conocemos” los hechos y la investigación que parece encaminarse sin problemas hacia un responsable.
El interés no decayó cuando llegamos al umbral del tercer capítulo, los dos primeros resultaron muy entretenidos como para poner pausa. Pero ahí, cuando este titulado “teorías” comienza, el caso arroja una sub-trama, o una arista paralela a la investigación en sí. El caso Alcàsser no sólo trata el crimen puntual, la investigación y el juicio, sino que hace foco en cómo los medios de comunicación trataron el tema. Es una radiografía de época tremenda, en la que vemos a una sociedad zombi arreada por la televisión. Es duro referirse como zombis a familiares movilizados por el dolor, podría decirse que hasta irrespetuoso, pero las imágenes son claras, y muestran a estas personas llorando, sufriendo, manoseadas por los medios que sólo persiguen rating. Podríamos pensar, una vez finalizada la serie, que se trata tanto de lo que les pasó a estas tres chicas asesinadas, como de la impunidad con la que los medios masivos manejan la información.

Para el cuarto capítulo el clima ya es espeso. Para los argentinos puede traernos reminiscencia al caso María Soledad o a algún otro. Y lamentablemente, en cualquier país que se mire, habrá el nombre de alguna otra mujer víctima de un femicidio para recordar. Pero lo que emparenta este caso con cualquier crimen parecido, a lo largo y ancho del planeta, es el papel y el accionar de la policía, la justicia y todos los profesionales que en la teoría están para velar por nuestra seguridad y justicia. Si bien cuando le serie termine lo hará sin hacer foco puntual en la complicidad policial y judicial para con el crimen, los testimonios enfrentados dejarán en claro que al menos alguien de estas instituciones tuvo que ser partícipe necesario de los hechos o del encubrimiento. Empezamos a entender que el caso Alcásser, para el dolor de los familiares y las víctimas, no tendrá resolución positiva ni justa.
Para una serie de cinco capítulos, resumir esta historia y todo el proceso judicial no es fácil. Más si tenemos en cuenta lo que señalamos, que la serie también funciona como una radiografía de época, de una porción de España y su relación con los medios y las instituciones. Pero intentando no caer tan duro sobre la Justicia española, o sobre los profesionales a los que escuchamos defender la historia oficial, resulta imposible no pensar en los detalles más simples que la serie va mostrando, y que nadie puede explicar. Hay dos periodistas que a lo largo de los episodios contradicen la teoría de los familiares, y lo hacen desde el presente, indagados en el ahora por los entrevistadores del documental. Es asombroso que haya gente tan ingenua, o tan sucia, capaz de sostener que los papelitos que se convirtieron en pruebas hayan permanecido sin volarse durante una semana a la intemperie en una colina. O que sean capaces de defender a un médico forense que no resiste el archivo, dando dos resultados totalmente diferentes de la misma autopsia. Resulta increíble también, odioso y perturbador, que en esta sociedad que vivimos una serie televisiva resulte más esclarecedora que la propia justicia.

Cuando todo parece marchar hacia el final marcado por la impunidad, a la serie le queda una última vuelta de rosca para terminar de llenar de tristeza al espectador. Venimos de cuatro capítulos fuertes que de no haber sido por el padre de una de las víctimas, Fernando García, no habrían llegado a la televisión. Porque desde el capítulo uno vemos cómo este hombre –calvo cuando cuenta, pero mucho más joven en las imágenes de archivo– se carga a los hombros la investigación y lleva el tema a los medios. Es a partir de él que el caso toma repercusión, gracias a su accionar, su movilización que fue impulsada por vecinos primero, pero luego por españoles de todos los puntos del país. Fernando García, una vez terminado el juicio, creó una fundación para ayudar a víctimas de crímenes como el de su hija. Pero en este último capítulo, el acusado pasa a ser él. No por un asesinato, sino por fumarse toda la plata donada. La sensación del espectador, una vez terminada la serie, es que en Alcássar no se salva nadie.
El caso Alcàsser (España, 2019). Creador: Leon Siminiani. Disponible en Netflix.
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