Esperás detrás de la puerta a un chabón que te mandó un mensaje de texto a la madrugada, ligeramente vestida, con una baranda a perfume impresionante, embadurnada en aceite de coco, fingiendo que no lo estás esperando hasta que finalmente él toca el timbre, te hacés la desinteresada y luego empieza la acción. La estás pasando bárbaro, después de todo es sexo ocasional, pero en un momento él hace un movimiento extraño y apunta directamente hacia tu culo y una se pregunta: “¿lo tendré bien dilatado?”. Fleabag, serie basada en una obra de teatro de Phoebe Waller-Bridge, hace su introducción con este tono salvaje, ríspido, repleto de sarcasmo y angustia solapada.
Fleabag tiene 33 años –la misma edad que tenía Jesús cuando fue sacrificado–, es dueña de un café, tiene una hermana pseudo-anoréxica, ha pasado recientemente por los funerales de su madre y su mejor amiga, padece una compulsión por el sexo y tiene un cobayo como mascota. La bancarrota moral, la ruina emocional y el dolor acumulado son constantemente encubiertos por el sarcasmo y la risa incómoda. Fleabag hace un espectáculo de sí misma, creando una versión estilizada de sí en la que la fortaleza, la inflexibilidad y la invulnerabilidad son sus armas de doble filo. Fleabag finge estar bien. Cada vez que le preguntan por el estado de su pequeño negocio la respuesta es unívoca: “le está yendo bien, en serio”. Pero, la imagen de un hombre negándose cortésmente a consumir cualquier alimento y/o bebida del lugar, conectando cables de su notebook y celular a un enchufe, demuestran lo contrario.
La vida cotidiana casi siempre se representa en cine y televisión como un espacio cargado de negatividad, conformado por personas alienadas, que es repetitivo, monótono, que se mantiene siempre igual. Fleabag le añade una fuerza heurística –creativa, inventiva– mediante la operación poética de representar personajes referenciales de identificación social –cuyos nombres de pila nunca serán pronunciados en escena, así como tampoco nadie proferirá el nombre de la protagonista – con una estela cuasi-metafísica. Los únicos personajes que tienen nombre de identidad son Claire y Martin – hermana y cuñado de Fleabag –, y Boo –mejor amiga de Fleabag–, el resto de los personajes son mencionados según sus roles sociales: el padre, la madrastra, el gerente del banco, el sacerdote. Fleabag propone un ejercicio de reflexión compartida con los espectadores. Se busca el efecto de ruptura de la cuarta pared como aliciente de la revolución inconsciente de la protagonista. Los espectadores somos testigos, cómplices y confidentes de su verborragia, sus desvaríos, pensamientos y emociones.
Fleabag habla a cámara para expurgar sus pasiones. Su confesión es un acto catártico de liberación, pero también un gesto anabólico de culpabilidad por no tener el cuerpo perfecto, temer a no sentirse deseada, pudor al paso de los años y a la amenaza malnacida de la soledad. Frente a estas actitudes, el espectador se encuentra interpelado, atravesado, se ríe a carcajadas, comparte ideas con la protagonista y el letargo de su nostalgia.
En la segunda temporada, el relato se torna más maduro y metafísico. Aparece un fuerte cuestionamiento a las entregas de premios a las mujeres como un síntoma que nos margina aún más, como un consuelo que logra equiparar el trabajo realizado por ambos sexos en las empresas multinacionales. Pero, sobre todo los aspectos, se devela a Fleabag como una mujer de carne y hueso. Un joven sacerdote descubre la manía que ella tiene por evadirse de la realidad cotidiana mediante esa intrépida mirada a cámara. En definitiva, ¿a quién le habla? ¿A su amiga muerta? ¿Al espectro de su madre? ¿A su pasado? ¿A su futuro?¿A Dios? ¿A una fuerza mayestática impersonal y misteriosa?
En los estudios teatrales, suele hacerse una marcada diferenciación entre el soliloquio y el monólogo. En el último, se conjetura la respuesta de otra persona, por eso Hamlet, a pesar de no estar solo en escena, proferirá: “Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia?”. Es decir, Hamlet supone la respuesta de otro que le dirá si realiza una acción o la otra. Y pareciera que Fleabag también busca en cada comentario a cámara la misma complicidad. Que no se trata únicamente de reaccionar frente a lo dicho mediante la risa o el llanto, sino más bien de un gesto afectivo, como una palmada en la espalda, un abrazo, una caricia, un voto de confianza. Fleabag nos habla aparte porque necesita una guía de vida, un estímulo, alguien que le diga por las mañanas cómo se tiene que vestir, qué tiene que desayunar y cómo se tiene que desenvolver en la tediosa vida cotidiana.
La operación narrativa de señalar a los personajes por sus roles sociales problematiza la estabilidad de lo cotidiano. No importa cómo se llaman, ese rol lo puede jugar cualquiera en la sociedad, y en la omnipresencia de ‘Fleabag’, el nombre que jamás será nombrado, estamos todas las mujeres. La negatividad de la vida cotidiana adquiere una dimensión sagrada, un poder mágico que posee entidad jeroglífica, opaca, desconocida. Fleabag se vincula afectivamente con un sacerdote y habla a cámara, desafiando las leyes del tiempo y de la distancia, para recordar algo que conoció en su vida y ha olvidado, para conocer algo de lo que nunca antes supo y ha venido a descubrir. Fleabag se asemeja a una santa. El estatuto del sacerdote es el de un chamán sanador, que pone su vida al servicio de la fe como instancia que excede su subjetividad, un intermediario de las potencias universales, que encuentra una forma de vivir, de habitar el mundo, de transformar la realidad. El amor le posibilita a Fleabag reinventar el vínculo con la vida y con su vida. El amor es la fuerza sobrenatural que religa lo cotidiano con lo espiritual, transformando la negatividad de lo que es siempre igual en dosis de esperanza y humanidad. Los seres humanos cometemos errores, “por eso los lápices llevan una goma en su punta”. Nadie es perfecto. Solo surfeamos la ola de la incertidumbre y lo intentamos una y otra vez. Como decía Beckett: “inténtalo de nuevo, fracasa otra vez, fracasa mejor”.
Fleabag (Gran Bretaña, 2016-2019). Creadora: Phoebe Waller-Bridge. Elenco: Phoebe Waller-Bridge, Sian Clifford, Olivia Colman, Jenny Rainsford, Bill Paterson, Brett Helmann, Andrew Scott, Hugh Skinner. Duración: 27 minutos. Disponible en Amazon Prime Video.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá:
Vi la primera temporada y me mate de risa con ese humor ácido del que por lo general carecen las comedias de treintañeras. Voy para la segunda!