Los primeros planos fijos generales de la misma puerta de un colegio, de día en verano y de noche en invierno, la ambientación artística (dada por el tipo de vestimentas y vehículos), la de la textura de la imagen y la paleta de colores apagada (donde predomina el gris uniforme), son todos signos que sitúan a La profesora (Ucitelka, 2016), película del realizador checo Jan Hrebejk, a mediados de los años ochenta, en el declive del régimen comunista, en Bratislava (Eslovaquia).
Así entramos a una reunión de padres, convocada por la directora del colegio para dirimir la situación de la profesora de esloveno, ruso e historia, Mária Drazdechová (Zuzana Mauréry). La reunión fue establecida por la cúpula del colegio, sin la presencia de la implicada, y surge a partir de la denuncia de los Kucera, padres de la estudiante Danka.
De entrada resulta interesante cómo el director nos presenta a los personajes. Conocemos a la profesora cuando se presenta ante los alumnos el primer día de clases, a los alumnos por la lista con la cual los va llamando la docente, y a los padres de éstos por la presentación que realizan de ellos los jóvenes, a pedido de la maestra. Se perfila así un alumnado disímil, una micro-sociedad atravesada por diferencias socio-económicas, culturales y hasta ideológicas, que intenta convivir en armonía y homogeneidad. Hay alumnos con padres que realizan oficios artesanales, que son empleados promedio o pensionados por invalidez laboral, y otros de mayor nivel cultural: como un juez, un jefe médico y un astrofísico degradado a limpiar ventanas y vigilado, debido a la migración de su esposa hacia el extranjero capitalista. Estas diferencias van a determinar la posición que adopte cada padre respecto del porvenir de la docente y, por ende, para con los padres cuyos hijos se han visto perjudicados.
El director opta por una narración que avanza en tiempo lineal en lo que hace al desarrollo de la reunión de padres en el presente, y que se ve discontinuada reiteradamente mediante el recurrente uso del flashback hacia el pasado cuando cada padre toma la palabra, reponiendo así información sobre lo acontecido. Este recurso le permite dosificar adecuadamente los datos que va brindando al espectador y crear así un efecto de suspenso, tanto en cuanto al motivo de la convocatoria, como al desenlace de la misma.
Al mismo tiempo, la alternancia temporal del montaje tiene la ventaja de permitirle diferenciar dos espacios: la franca y exultante claridad veraniega del día, propia del mundo de los adolescentes, y la oscuridad invernal que da cuenta de un mundo de desesperanza, mentiras y corrupción moral, propia del mundo de los adultos.
Mária Drazdechová es una mujer madura, sin hijos, cuya vida cambió a partir del reciente fallecimiento de su esposo (un militar de alto rango), que le aseguraba una buena posición. Su único familiar cercano es una hermana que vive en Moscú. Pero, además de ser profesora del colegio, es la presidenta del Partido Comunista de dicha institución. Esta posición le otorga un plus de poder, del cual comienza a hacer uso para procurarse diversos favores por parte de sus alumnos (que limpian su casa fuera del horario escolar) y de sus padres (de acuerdo a la ocupación a que se dediquen), a fin de recuperar su cómoda y privilegiada vida.
Todo parece ir muy bien en la sociedad entre la omnipotente profesora y los padres acomodaticios. Ella obtiene sus servicios gratis, a cambio de la ventaja de anticiparles qué temas les tomará en los exámenes, obteniendo así sus hijos buenas notas y avizorando la futura posibilidad de que ingresen en la universidad. Sin embargo, todo cambia cuando el padre de Danka, siendo contable, se niegue a realizarle “el favor” de enviar en un vuelo unos pasteles para su hermana en Moscú, ya que esto pone en riesgo su trabajo al tratarse de algo prohibido por el régimen. La represalia contra la niña no tarda de llegar y, aunque sus padres propongan realizar otro tipo de favores, la muchacha ya ha sido tomada de punto. Danka es una joven que se destaca en gimnasia artística, la cual practica fuera del horario escolar. La profesora le plantea a Danka una exigencia superyoica, insensata y cruel: cuanto más renuncie a la gimnasia para levantar sus estudios, peores notas obtendrá. Incluso llega hasta la estigmatización y el escarnio público de la joven ante sus compañeros de clase, tratándola de infradotada en cuanto a su inteligencia.
Para muchos padres, el accionar de la maestra no es un problema y condescienden a sus demandas sin ningún tipo de cuestionamiento. Alineados al régimen, consideran los favores prestados como “ayuda”. El problema es que la supuesta ayuda no es desinteresada, y que el favor se plantea bajo coacción e intimidación que deja poco margen de libre elección, dado el lugar de poder en el Partido que ocupa la demandante profesora.
Por otra parte, como ocurre en general, la posición de la mayoría de los padres es culpar a la víctima y su familia: “algo habrán hecho, por algo será”. Sostienen de ese modo la maniobra psicopática del poderoso, que justifica su violencia al descalificar o deshumanizar a su víctima a partir de un rasgo de diferencia: vaga para el estudio (en el caso de Danka), violento (en el caso de Filip Binder) o traidor a la patria (en el caso de Karol Littmann).
En relación a estas tres historias que destaca el director del conjunto de la clase, es interesante el trabajo que realiza con el espacio y los encuadres. Emplea ambientes reducidos, opacos y limitados por planos cerrados, transmitiendo así la opresión claustrofóbica en la que se encuentran estos personajes. Esta tensión es aligerada, introduciendo pequeños momentos de humor e incorporando un tono paródico de la figura del dictador.
En un primer nivel, pueden considerarse las acciones de la maestra y de los padres como moralmente condenables. El problema es que la cuestión no queda simplemente en un intercambio corrupto de favores entre adultos, sino que involucra a menores. En este terreno, la desigualdad de poder es mayor y los recursos psíquicos no siempre son eficaces o suficientes para tramitar la humillación pública y el bullying por parte de sus compañeros, ni tampoco para evitar un impacto con trágicas consecuencias, como es el caso de Danka. Aquí la cuestión deja de dirimirse a nivel moral, para pasar a tener implicancias éticas al poner en riesgo la vida.
La reunión de padres es propuesta por la Directora para exponer la gravedad del accionar de la profesora en presencia de todos, desactivar sus mentiras y así sumar adhesiones para presentar una queja formal contra ella. Entonces, la pregunta ética que se dirige a cada padre es: ¿actuarás silenciado por el miedo, tolerando, avalando y participando en la normalidad del engranaje corrupto del poder, o te opondrás a él, alzando tu voz?
La microsociedad escolar se presenta en la película claramente como una alegoría política y moral del líder totalitario y la masa enceguecida que lo sigue fanáticamente y participa de su maquinaria burocrática. El despertar de algunas ovejas permite visibilizar la discordia y la segregación del diferente en el interior del grupo y presentifica esa agresividad latente y estructural del ser humano, que persiste indestructible (aún abolida la propiedad privada), y que hace estallar el sueño comunista de una sociedad inclusiva e igualitaria.
Otro punto interesante del film es la habilidad del director para dar cuenta de la corrupción del poder, independientemente de su color ideológico, como da a entender hacia el final. Bien se trate del fascismo, el comunismo o el neoliberalismo capitalista, ciertos entramados de poder que desprecian lo humano y su singularidad no se eliminan: permanecen, se reciclan y transforman, acompañando al son de los tiempos.
Calificación: 7.5/10
La profesora (Ucitelka, República Checa/Eslovaquia, 2016). Dirección:Jan Hrebejk. Guion: Petr Jarchovský. Fotografía: Martin Ziaran. Montaje: Vladimír Barak. Elenco: Zuzana Mauréry, Zuzana Konecná, Csongor Kassai, Tamara Fisher, Martin Havelka. Duración: 104 minutos.
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