¿Qué hacemos ahora con la música de Michael Jackson?  Es casi el único interrogante que deja Leaving Neverland, el documental dirigido por Dan Reed y producido por HBO que retoma las acusaciones de pedofilia en su contra. Acusaciones varias veces desestimadas por los tribunales en su momento, aunque nadie haya quedado muy convencido. 

La historia comienza mucho antes. El documental recorta desde mediados de los ochentas y su vuelta con el disco Bad, pero Michael Jackson era ya una estrella hacía tiempo. Una especie de niño prodigio famoso en su país y varias partes del mundo que en 1982 lanzó Thriller, el disco más vendido de la historia. Pero eso no dice mucho, sólo son cifras. Lo que es importante destacar es que Thriller tomó al mundo por asalto, era el disco que sonaba en todas partes, que se escuchaba en todo el planeta, era lo mejor del pasado y la vanguardia absoluta. Inclusive hoy lo sigue siendo. Un disco de siete u ochos canciones perfectas, una fiebre, como una beatlemania un par de décadas después. También inauguraba el video musical como una construcción cinematográfica para mercantilizar la música a nivel planetario, aquel registro audiovisual de siete u ocho minutos que daba nombre al disco, dirigido por el gran Joe Dante, era acaso el primer atisbo de globalización.

Jackson se convirtió en leyenda a sus veinte años, una mega estrella con toda una vida por delante. Lookgrooveswing y todo lo bueno que la cultura afroamericana había producido para el mundo en materia musical, resumido en este niño prodigio.

Leaving Neverland comienza el relato en 1987. Después de cinco años el rey del pop vuelve al ruedo en la absoluta cima de su popularidad, porque más allá de su anterior trabajo, esos años de silencio habían llevado a ese muchacho al nivel de mito viviente. El eje central son los testimonios de Jimmy Safechuck, a quien conoce en un comercial para Pepsi con 8 años y capta la atención absoluta de Michael que ya se encontraba en fase de total transformación física, cuestión que lo llevaba casi al terreno de lo fantástico por su apariencia. No tenía el mismo rostro que ostentaba en 1982, eso era más que llamativo, pero sólo una excentricidad más. Un tiempo después, de gira en Australia, conoce a Wade Robson, un pequeño imitador de Jackson de 7 años que gana un concurso y logra conocerlo. Deja fascinado Jackson. Los dos alegan haber sido abusados sexualmente por Jackson durante años.

La película está dividida en dos partes, 236 minutos en total. En la primera el relato es el acercamiento lento y paulatino a los pequeños y sus familias, detalles de métodos de seducción recurrentes como el acceso al mundo rimbombante de la mega estrella y las expresiones de Jackson sobre el calvario solitario que es su vida. Sin poder confiar en nadie y cansado de esa existencia, les manifiesta todo lo bien que todos ellos le hacen al quererlo y estar cerca de él.

Las madres, sobre todo, cuentan minuciosamente detalles de cómo se fraguaron esas relaciones, o aclaran que se trababa de una relación de amistad con sus hijos, a cambio de nada. O eso entendían. Giras en primera clase, los hoteles más extravagantes del mundo y la adrenalina de una vida que estaba más cerca de Hollywood que de sus contextos de clase media. Todos resultaron encandilados, llamadas por teléfono de horas de parte de Jackson desde lugares remotos del mundo afianzaban el amor que esta gente tenía ya por su persona. El artista y su mundo eran una garantía inquebrantable de que ese sentimiento era genuino. ¿Qué podía codiciar este buen muchacho, sensible, solidario con los niños pobres del mundo, a cambio de su cariño?

La segunda parte cuenta con igual detalle lo que Michael finalmente quería y ahí es donde asistimos al mismísimo infierno (dorado tal vez, pero un infierno al fin), una especie de terreno de ensueños plagado de lujos, flores, animales y decoración art decó, mucho más cerca de Disneylandia que de una tapera de criminales sexuales. Neverland era un puto sueño que esta película revela como una pesadilla para unos pocos, como todos los lugares donde habitaba el rey del pop.

Tanto Robson como Safechuck tiene un tono similar, una especie de serenidad, equilibrio que se denota en varios pasajes como profundos estados de angustia. Parecen igualmente rotos, las miradas en los momentos más literales de sus relatos, parecen estar viendo la misma escena que ellos vivieron. Ahí es donde la película acierta, al poder trasmitir las sensaciones de las víctimas.

Un relato lineal y cronológico es el que precede la puesta en escena que se basa en entrevistas, material de archivo de momentos de la carrera de Jackson que incluye muchas veces a los protagonistas, fotos y algunos planos aéreos de los lugares donde ocurrieron los hechos, que funcionan como una especie de respirador ante la incomodidad que genera la materialidad contundente que contienen los relatos.

Generalmente cuando se habla de abusos, y más cuando hay niños incluidos, no se cuentan los hechos explícitamente, por una cuestión de decoro, de cuidado con las víctimas, de buen gusto. Acá es diferente porque estos niños ya son adultos, padres y sí, desean contar expresamente lo que vivieron, eso incluye detalles espantosos.

Un tránsito incómodo de cuatro horas con planos cerrados, volcados sobre las expresiones de las víctimas y de su entorno, Reed filma-observa con una distancia media que nos sumerge en el seno de los acontecimientos de forma orgánica. Por ello podemos observar de ahí en más una verdad que no posee una respuesta conclusiva, porque no hay una prueba científica, ni registros visuales, sólo los relatos de la víctimas y su entorno. De ahí que la película se completa con nuestra visión, de ahí es que se encadenan un sinfín de planteos que tiene más que ver con nosotros y la relación con el músico, el artista y la figura. Además de tratar de entender cuáles pueden ser las consecuencias sobre niños vulnerados sexualmente durante siete y cuatro años respectivamente, digamos que el material sigue trabajando largo tiempo y que la puesta no maniobra, ni exprime las posibilidades dramáticas de ese abismo. Son ellos y nosotros mediados por la cámara que no tiene opinión en su construcción, porque la contundencia del relato evade cualquier forma de teatralización.

La apuesta de Reed es solvente y pensada para presentar un entramado acompasado que no se resiente en la extensión, no vacila en repreguntar o acotar cuando algunas de las personas quedan como congelados antes sus propios relatos, no sólo las víctimas, sino sus madres, que no pueden entender qué les paso, cómo no pudieron con tal aberración.

Evidentemente los abusos dejan una especie de cicatriz o ruteo para la victima que incluye un infierno emocional de por vida, eso es aun peor cuando los abusos son físicos y las víctimas niños. Tanto Jimmy como Wade se sienten seguros con Reed y su versión de los hechos. Ellos sienten que amaron a Jackson desde su más tierna inocencia, inclusive por ello lo defendieron públicamente en diferentes denuncias, porque estaban adoctrinados por Jackson minuciosamente. La idea de Reed es tener la cámara atenta al menor gesto, reactiva al infierno de las víctimas.

Después está el debate sobre si sus crímenes tienen relación con su obra. Hemos escuchado muchas cosas: “no estoy dispuesta a dejar de tararear Black or White, ni olvidarme de cómo nos divertíamos en el colegio”, declaró la actriz Mercedes Funes (?) para La Nación. Me pregunto si habrá visto la película. Creo que no, pero de lo contrario entiendo por qué hay gente como Jackson.

Hay películas que me gustarían que no existan por muchas razones, Leaving Neverland es una de ellas, aunque ya sabemos que no todo lo que brilla es oro.

Calificación: 7/10

Leaving Neverland (EUA; 2019). Dirección: Dan Reed. Elenco: Wade Robson, James Safechuck. Duración: 240 minutos.


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