En el comienzo de la segunda parte de Terror familiar, lo que aparece ante nuestros ojos son filmaciones caseras, los típicos videos que filmaban las familias que habían comprado una cámara -tal vez en los tiempos del uno a uno en la década del 90-. Es navidad o fin de año. Se festeja, se encienden cohetes en la calle, en un espacio compartido entre padres e hijos, entre tíos y sobrinos. El paso del tiempo hace que la imagen haya perdido algo del color brillante que debe haber tenido originalmente, como si esa felicidad también se hubiera deshilachado. En ese tramo, austeramente llamado ”La familia”, Damián Galateo no solamente pone en pantalla a sus padres y tíos, sino que a partir de descorrer el velo sobre la historia de su abuela en sus voces, retoma el principio que guía a su documental y que queda planteado en el cartel del inicio. Porque es la muerte de su abuela, cuando él tenía 12 años, lo que funciona como disparador. Es ese el momento en que le cuentan la historia de su abuelo.

El rodeo que hace la película para pasar entre esos dos momentos es necesario, y sobre todo, pertinente. Hay una memoria fotográfica construida por el nieto sobre el abuelo, al que no conoció y que está ligada directamente al fútbol. Luis Alberto Galateo es, para su nieto, un recuerdo hecho de fútbol, de la mitología del crack -no por nada titula de esa manera la primera parte del documental- que recupera desde las imágenes y archivos periodísticos. Pero, como una paradoja, dentro de esa familia que en parte generó la imagen de Galateo como una coraza que lo protegía en el secreto del pasado, el futbolista no existe como mención ni como recuerdo. Ese quiebre aparente entre la vida de un hombre -lo público y lo privado mostrando dos caras opuestas de la misma persona- es resuelto no solamente por los puentes que tiende el nieto en la recuperación de la historia. Lo hace en especial encontrando las líneas que van llevando a la correlación entre esas dos imágenes. Puntos en los que el pasado parecía vislumbrar lo que sobrevendría. Galateo no lo dice, pero allí está la traición de su abuelo pasando de Colón a Unión, como un indicio (si se traicionan los colores de una camiseta, un hombre puede ser capaz de cualquier cosa). Y también la referencia a que se consideraba a sí mismo mejor de lo que era. Pero sobre todo es ese comentario casi al pasar que señala que en Racing jugó un solo partido, porque lo echaron por pelearse con un compañero.

Si el germen de la violencia aparecía en la etapa como futbolista -y derivaría en la paliza al hijo cuando iba a debutar en River- empieza a tomar cuerpo en el momento del retiro y hacia el interior de la familia. Las revelaciones que el documental dispone aparecen entonces como estallidos internos, puntos de no retorno que imponen una nueva mirada. Para el nieto, la revelación del pasado pone en crisis la imagen familiar. Para la familia, el punto de quiebre puede estar en el momento en que la abuela pierde la visión del ojo izquierdo por un golpe de su marido. Cada uno de los hijos establece a partir de allí las partes de un rompecabezas en el que la violencia es el único elemento en común. La imagen de felicidad de la familia Galateo se disuelve en tanto lo que queda para el padre y los tíos del realizador son solo malos recuerdos. Una sensación recuperada de situación sin solución: la violencia sobrevenía por cualquier motivo, ya sea que no se hiciera nada (la esposa), se hiciera alguna broma inocente (mojarlo con una manguera, como hizo su hijo Alberto), se le contestara (la hija Susana) o pudiera destacarse en el mismo lugar que él (Yiyi, en el fútbol).

Si en los hijos queda en claro que “ocurrió lo que tenía que ocurrir” como una consecuencia directa, como una reacción a la violencia, es notorio que en la tercera parte, relacionada con el hecho que constituyó la revelación al nieto, prime una convivencia extraña entre lo inevitable y lo espontáneo como reacción al borde de lo irracional. La violencia acumulada en el interior familiar genera otro estallido bajo la forma de disparos que acaban con la vida de Luis Alberto Galateo. En ese momento se unen la predictibilidad del hecho y la reacción intuitiva del hijo mayor que le dispara tres veces al padre, en un mecanismo de defensa de la madre y también de la hermana que lo protegía verbalmente. El pasaje del potencial femicidio o filicidio –sombra familiar desde el origen- al parricidio es un deslizamiento que se vislumbra como posibilidad latente, pero nunca pensada, ensayada. Una naturalización de la violencia al interior de la familia que se vuelve sobre su origen para cortarla de raíz (lo más pavoroso de esa naturalización es el recuerdo sobre la abuela que solamente atina, ante el cuerpo de su esposo asesinado por su hijo, a limpiarlo todo).

Más que la revelación del secreto familiar, interesa encontrar ese punto en el que las esquirlas familiares se reúnen alrededor de un relato que evitan con la excusa del olvido (“No me acuerdo nada más” se molesta Yiyi ante las preguntas de su sobrino) y que el documental explora hacia territorios que parecen excluidos. Coloca el hecho familiar, más que en un entorno, en un desarrollo temporal que lo reviste de lógica.

Lo notable es que lo hace, además, recurriendo al cruce de formatos que coinciden con la partición del relato. En ese movimiento, el documental pasa con fluidez de la referencia al cine mudo -los carteles del comienzo- al documental basado en lo deportivo -donde recupera la historia futbolística del abuelo en Santa Fe, su participación en el Mundial de 1934 y las canciones populares del pasado que lo nombran en sus letras- para pasar luego a la estructura familiar como relato de la violencia -donde imperan rasgos más cercanos al cine de terror, acentuado por las reconstrucciones ficcionales y la iluminación entonos oscuros- y de allí derivar finalmente al hecho de la muerte -con un formato más cercano al policial, reforzado por la referencia a la causa penal y al poco tiempo que Yiyi pasó en la cárcel-. Es esa capacidad para moverse en diferentes registros y hacer que todos confluyan en la historia que narra lo que hace que Terror familiar se despegue del formato tradicional del género.

Terror familiar (Argentina, 2022). Guion y dirección: Damián Galateo. Fotografía: Julián Babino. Cámara: Julián Babino. Música original: Pablo Crespo. Montaje: Leonardo Zito, Federico Rozas (sae-eda), Damián Galateo. Elenco: Norberto Gonzalo, Patricio Gonzalo, Joaquín Thomas Santillan Rodríguez, Noelia Prieto, Beatriz Afonso Gabino, Mila Marchisio. Duración: 74 minutos.

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