Hay un lapso de tiempo en el que un cuerpo atacado se convierte en un cuerpo desaparecido. Es un tiempo variable en el que no puede responder por sí solo a los llamados y las búsquedas de los otros. Durante ese tiempo, nada se sabe de esa persona, lo cual en estos tiempos de hipercomunicación se vuelve, significativamente, una mala señal. Sebastián Moro desaparece –en tanto se convierte en cuerpo anónimo, incapaz de moverse por sí mismo en un mundo que es puro movimiento- en la noche del 9 de noviembre de 2019, cuando sale a caminar por el barrio en que vive en la ciudad de La Paz en Bolivia. El tiempo en que permanece en esa condición no se puede mensurar en horas o minutos, sino en hechos puntuales: desde el último mensaje que le envía a una de sus hermanas contándole que ya va a regresar de su caminata hasta el momento en que Willy va hasta la casa y lo encuentra golpeado y tirado en la cama, todavía consciente. En ese lapso desaparece la persona –el cuerpo sigue existiendo- y desaparece el tiempo relacionado con ella. Hay algo allí que no puede reconstruirse –qué pasó, quiénes participaron, por qué lo hicieron-. Véase el contraste con lo que le hicieron al director de la radio en la que Sebastián trabajaba: no solo puede relatar lo que le hicieron –lo ataron a un árbol durante tres horas-, sino que hasta existe una filmación que da cuenta de la veracidad de su relato.
Ese cuerpo anónimo en el que se convierte Sebastián en ese lapso irrecuperable –en tanto solo se pueden formular hipótesis sobre lo ocurrido- lo liga con la historia de los secuestrados y desaparecidos de la dictadura –de cuyos juicios contra los responsables se había convertido en narrador periodístico en Mendoza-. El anonimato de un cuerpo en la calle o en una casa en la que vive en soledad, solo puede recuperarse a partir de la intervención del otro. El grupo que lo atacó arrojó –o pretendió hacerlo- el cuerpo hacia el anonimato; la familia desde Mendoza, Willy desde La Paz, le devolvieron el nombre, su estatus de persona. Lo rescataron del olvido de lo no identificable.
Puede pensarse que en Sebastián Moro, el caminante, la exploración de la vida del personaje, restringida a los últimos años y decidida a no convertirse en una biografía estandarizada –las referencias al pasado son ilustrativas antes de su militancia en la defensa de los derechos humanos-, es el registro de una amenaza. De algo que se cierne sobre el personaje. Lo que implica esa noción en cuanto al aspecto perceptivo queda en segundo plano: lo que importa es que, en el relato, lo que se establece es que son hechos y no percepciones, los que llevan a pensar en la amenaza.
En realidad, habría que ser más preciso. La amenaza no está directamente dirigida sobre el personaje, sino que forma parte de un movimiento que lo excede pero que lo incluye. No es casual que el documental comience con la voz del protagonista que, después de contar de su preocupación por “lo que está pasando en Mendoza” –aunque no sepamos exactamente a qué se refiera-, se remonta a unos pocos años atrás, recordando que se fue de la Argentina sin trabajo y perseguido políticamente. En esa referencia, y en la explicitación posterior que involucra al programa que hacía en Radio Nacional Mendoza, lo que se vislumbra es una práctica, un intento de borramiento de la actividad periodística comprometida con los valores humanos. En el relato que hace una de sus hermanas, lo que aparece es que con la asunción del gobierno de Mauricio Macri a fines de 2015, Sebastián Moro pierde su espacio radial (“Despacito y por las piedras”) y es desplazado a otras áreas de la emisora pública. Lo notable es que en ese movimiento político no parece alcanzar con el retiro de su voz –y su cuerpo- del espacio público, sino que se debe borrar todo rastro del pasado. En el hecho de que una emisora pública decida borrar los archivos que contienen los textos y entrevistas de un periodista no hay solo un intento de acallar, sino de negar el pasado, de retirarlo del espacio de conocimiento, a la vez que negar la existencia de quien lo relató.
Esa forma de operar sobre los discursos públicos de la que Sebastián huye en su pasaje de Argentina a Bolivia -aún bajo la presidencia de Evo Morales- se repetirá en su nuevo destino. Pero lo que aquí era una forma meramente discursiva que se apoya en lo ideológico –borro, elimino del debate público todo aquello que no conviene a mis intereses de clase o a mi ideología de mercado-, en La Paz se vuelve más violento. La diferencia puede encontrarse en la forma en que una y otra se producen en relación con un marco institucional –aquí, un gobierno elegido por las urnas; allá, el desconocimiento de un resultado electoral que termina derivando en un golpe de estado- y es justamente allí donde el documental enlaza el recorrido de Moro en esos días con las imágenes documentales que muestran la violencia creciente. Como si se tratara de una actualización del relato sobre los días que llevaron a ese golpe, el documental avanza desde la euforia –algo contenida, por cierto- por el triunfo de Evo Morales en las urnas, atraviesa los primeros momentos de la crisis (“El día pertenece a las organizaciones sociales y la noche a los grupos de choque de la derecha”) y va decantando hacia la violencia en las calles y la destrucción del otro.
De esa manera, el logro de Sebastián Moro, el caminante es su estrategia de avance sobre dos caminos que se manifiestan en paralelo. Mientras las imágenes de Moro, la sucesión de sus notas y su articulación con los mensajes de whatsapp que enviaba a su familia en esos días (y a propósito de esto, es interesante la manera en que se vienen utilizando esos mensajes telefónicos como documentos en los documentales de los últimos tiempos) marcan la evolución del conflicto que lo rodea, la película plantea, a su vez, algo que se va cerrando sobre él y que se percibe en la agitación de su voz, en la angustia por una situación que se sale de cauce y ante la que solo puede pensar en escapar. Pero a la vez que construye ese relato, instala una mirada sobre el poder y la dinámica adquirida en los últimos años en el enfrentamiento entre los gobiernos populares y las élites dominantes. En ambas se opera de maneras similares: el otro se convierte en un enemigo que debe callarse o eliminarse.
Resulta inquietante leer en la historia de Sebastián Moro la posibilidad de que los sucesos de Bolivia en 2019 puedan replicarse en Argentina en un futuro no demasiado lejano. Más que como advertencia, el documental plantea la evolución de un proceso. Y en ese proceso es posible comprender cómo un ejemplo de violenta toma del poder en un país vecino puede repercutir como forma a actualizar por grupos similares en otros territorios.
Sebastián Moro, el caminante (Argentina/Bolivia, 2022). Dirección María Laura Cali. Guion: María Laura Cali y Marcelo Schapces. Investigación periodística: Gloria Beretervide. Fotografía: Sergio Bastani (Bolivia), Libio Pensavalle (Argentina). Sonido: Jorge Sevilla. Montaje: Camila Menéndez. Música: Cergio Prudencio. Testimonios: Raquel Rocchietti, Penélope Moro, Melody Moro, Hugo de Marinis, Gloria Beretervide, Marco Antonio Moscoso Alvestegui, Percy Katary, Alfonso Ossandon, José Aramayo, Huilly Ugarte Gutiérrez. Duración: 95 minutos.
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