En el comienzo de Otra condena asistimos a la llegada de Sebastián al Centro de Contención Moreno. Es una reunión de bienvenida en la que los otros jóvenes que se encuentran allí dedican algunas palabras al recién venido. Hay cierta parquedad -¿producto del lugar o de la presencia de la cámara?- y hasta silencios un tanto incómodos. Pero de las palabras surge con claridad una idea que puede resumirse en lo que dice uno de ellos: “Todo lo que hagas va a ser para vos”, poniendo el foco de la cuestión en el individuo y su responsabilidad.
En ese planteo aparece un contraste que se revelará en su plenitud con el correr de los minutos. Lo que podría interpretarse como una salida puramente individual, se desarma rápidamente en la forma en que las responsabilidades que se le asignan incluyen al colectivo. Cada uno de los jóvenes del Centro de Contención tiene una tarea asignada que debe asumir y que está en función de una totalidad. El individuo, entonces, en ese proceso, se despega de sí mismo como instancia excluyente para incluirse en una forma institucional. Ese despegue es el que subyace en el documental como distanciamiento de la experiencia previa. Sebastián viene de un instituto y recala en el Centro como una opción mejor antes que ser derivado a un penal. Un primer indicio de esa ruptura proviene del diálogo que sostiene con María Marta, la organizadora de la huerta. Ella le dice que le daría miedo estar en un reformatorio y Sebastián le contesta que “si estás ahí adentro, no pensás en el miedo, querés vivir, no querés morir”. Lo Penitenciario, lo Penal -palabras que no son casuales y que remiten a conceptos cristianos como la penitencia y la pena como velo de una realidad condenatoria y humillante- se opone al Centro de Contención -que contiene en lugar de expulsar o excluir- como en el espacio en el que se piensa en cómo vivir, no en sobrevivir.
“Acá los tiempos son distintos. Todo es en función de lo que puedas hacer por vos” dice Rodolfo, director del Centro. Es la voz que representa lo institucional y que afirma el planteo de la diferencia. Pero su planteo es más abarcativo: se trata de oponer la lógica que guía a ambas instituciones. Si queda implícito que un penal tiende a profundizar lo malo de quienes ingresan en el sistema, obligados a procurarse la supervivencia por sí mismos, el Centro intenta rescatar lo bueno para que, desde ese lugar, puedan reingresar a la sociedad. La diferencia esencial entre un estado que abandona a su suerte y otro que se involucra para brindar una nueva oportunidad. Sin embargo, si hay algo de lo que prescinde Otra condena es de la idealización -algo que aparece sugerido en los títulos de inicio-. Si por un lado es el propio director quien en su discurso en la reunión con las familias reconoce la dualidad del estado -un Estado presente para condenar; un Estado ausente para brindar salud y educación- es la visita de alguien que estuvo en el Centro la que revela la dificultad que espera al salir de allí, con su carga de frustración y el reconocimiento de la tentación de la reincidencia.
Lo que importa es el inversión de la lógica condenatoria a la que alude el título del documental. La condena fría escrita en la sentencia que debe aplicarse, y cuando se lo hace, se tiende al aislamiento del individuo y a forzar en cada uno de ellos una transformación que le quita sus marcas de pertenencia -eso que la madre de Alejandro intuía en su hijo que se estaba “volviendo como los presos”-. Es ese el trabajo central que se plantea sobre Sebastián: despegarse de lo que pasó en Virrey del Pino no implica solamente olvidar el pasado -eso que para él es tan duro que no quiere recordarlo ni ponerlo en palabras y que de esa manera reactualiza la idea de los lugares de castigo como sombras amenazantes desde el fuera de campo- sino recuperar la propia voz en ese recorrido que hace el personaje desde el momento en que es recibido hasta el final en el que pasa a decir las palabras para un nuevo integrante.
Lo interesante de la construcción del documental es la sutileza con que se produce el pasaje de las instancias que marcan su recorrido. Lo que al comienzo parece centrarse exclusivamente en Sebastián, va abriéndose de a poco para registrar a otros de sus compañeros -Alejandro, Luis, Iván- en un corrimiento que derivará en la instancia de liberación de uno de ellos. Si esa deriva permite ingresar en el terreno de las expectativas y deseos que provoca la libertad –“Siempre soñé que el día que salía libre iba a llover” dice, poco antes de que ambas cosas ocurran- también permite entrar en la forma en que otro poder del Estado actúa. La audiencia en la que se decide la libertad de Iván no es detallada, pero expone la articulación institucional que involucra a las autoridades del Centro y a fiscales y jueces como conclusión de su proceso de trabajo. La libertad de Iván se vuelve entonces, respuesta definitiva de la acción del individuo en relación con lo institucional.
Ese pasaje mencionado también lleva a que cobre relevancia el lugar que ocupan los trabajadores del Centro. Es en ellos donde el principio de articulación entre los intereses del individuo y las necesidades y responsabilidades del Estado aparecen de manera concreta. Hay un momento en que es puesto en palabras, cuando en la reunión informativa se menciona la forma en que los trabajadores han decidido poner el cuerpo para que otros tengan una oportunidad. Y es allí también donde se evidencian los límites: cuando Rodolfo plantea que no va a seguir trabajando a partir del año siguiente, se produce una situación de inestabilidad visible. Algunas preguntas sugieren la incógnita sobre el futuro, señalando indirectamente la idea de que con lo institucional no alcanza si no hay un individuo dispuesto a trabajar y organizar en función de lo posible.
A lo largo del documental, Rodolfo va tomando un protagonismo cada vez mayor, en paralelo al de los jóvenes condenados. Su figura emerge no tanto por la cercanía que establece con ellos ni por sus antecedentes de militancia política, sino porque de él parten las definiciones más precisas sobre aquello de lo que se trata recuperar a los condenados. Si Iván parece representarlo desde la vestimenta que lleva en el juicio -una remera azul con la palabra Karma y un símbolo que puede asociarse claramente con el del reciclado, es decir con la capacidad de volver a hacer algo con aquello que se ha descartado- Rodolfo lo pone en palabras. Cuando recuerda que cada vez que pedía a un joven para el Centro le decían que se llevaba un clavo o que se compraba un problema; cuando señala que “no trabajamos con un producto, que puede salir bien o mal”, no solo está redimensionado la escala humana de su trabajo y de los jóvenes. Está sentando las bases de la forma en que su trabajo rompe con la lógica condenatoria, lo que lo lleva a cerrar su discurso ante las familias diciendo “no estamos arrepentidos de estar en contra de todo”.
Como el personaje, la película se sostiene en esa necesidad de romper hacia afuera con esa lógica, la idea de que quien delinque una vez es delincuente para toda la vida. Lo que el psicólogo le dice a Sebastián respecto del penal (“Allá te laburaron la cabeza durante tres años”) debe entenderse como una referencia que se extiende más allá de los límites del Centro, hacia una sociedad que ha sido formateada durante años con esa misma lógica. Esa naturalización de la penalización es lo que intentan romper el personaje y el documental. En ese sentido, Otra condena enfatiza el concepto de obra que viene construyendo su director. La mirada de Juan Manuel Repetto se vuelve sobre aquello que se invisibiliza -la posibilidad de acceder al estudio de los jóvenes con Síndrome de Asperger en Fausto también; el acceso a un trabajo como catador sensorial de un hombre ciego en El panelista– porque no se quiere ver, abriendo la perspectiva a las posibilidades que aguardan a quienes menos chances tienen, cuando el Estado y el individuo confluyen en los mismos intereses y en las mismas necesidades. En esa mirada reside no solamente la búsqueda de lo diferente, sino la creencia en la potencialidad de aquello que resulta posible para construir mejores individuos y un mejor Estado.
Calificación: 6.5/10
Otra condena (Argentina, 2021). Guion y dirección: Juan Manuel Repetto. Fotografía: Pablo Parra y Ariel Contini. Montaje: Carla María Gratti y Juan Manuel Repetto. Elenco: Sebastián, Iván, Luis, Alejandro, Rodolfo Gomez Humana, María Marta Bunge. Duración: 84 minutos.
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