En la imaginería popular, el cine francés aparece siempre con carácter ampuloso y grave, un cine de temas importantes y gestos adustos. Los temas ya conocidos que desgarran la familia como institución vuelven a reproducirse, pero en este caso sin grandes miramientos, sin poner énfasis en las formas trágicas, sino aceptando casi con naturalidad todo elemento ajeno que horade dicha institución.
Gilbert y Simone pasan sus días de retiro jubilatorio en una pequeña localidad del sur francés, donde el precario equilibrio de la relación es quebrado por la inminente mudanza de Étienne, amigo de Gilbert y consabido amante de Simone. Ante esta partida, lo que estaba tenso termina por romperse, ocasionando la huida de la mujer y la consecuente persecución de Gilbert.
El abandono que comienza como la escapatoria de una ama de casa oprimida termina como la búsqueda de libertad de un personaje que se cansó de cumplir el rol social de esposa, de madre e incluso de amante. Sin embargo, los personajes se manifiestan con actitudes que los vuelven caricaturas, con rasgos estereotipados que se revelan sobre todo en la dicotomía un tanto chata entre los dos caracteres masculinos: el trabajador, precavido y esquivo marido, contrapuesto al amante de pelo largo, distendido y soñador. Mientras con uno aparece la luz que violenta los ojos, con el otro aparecen las sombras de la intimidad; mientras con uno baila lento y tiene frío, con el otro, baila rock ‘n roll. El rol en sí mismo del marido excede incluso a los personajes: siendo simplemente ideas pueden intercambiar cuerpos sin problema, pero es Gilbert quien finalmente hace un viaje para recomponer su relación con los demás y recomponerse así mismo a partir del abandono. Abandono que se repite en los personajes, casi como una maldición familiar a exorcizar, en base a recopilar del pasado las partes desgranadas de las relaciones ahora rotas.
Las fotos proyectadas en una sábana blanca recuerdan el pasado de rebelión de los protagonistas, con ideales que a Gilbert lo han abandonado para dejar a un hombre amargado cuyo único resabio de juventud díscola yace en su brazo izquierdo, en forma del tatuaje de una estrella con el puño levantado. Porque la rebelión siempre se asocia con la juventud, y es eso lo que el director José Alcala pretende subvertir, componiendo personajes que a partir de una ruptura con la quietud jubilatoria buscan emprender una aventura hacia el pasado: es así que Gilbert vuelve a abrazar su época de mecánico, de idealista libertario -contrapuesto al marido opresor en que se había convertido-, y quien de esta forma comienza poco a cambiar su relación con el espectador. Si al comienzo es repelente, al transcurrir su Odisea de enredos en busca de Simone comienza a tornarse cada vez más simpático, y es en él donde la cámara pone la atención, buscando constantes planos cortos en los que la expresión se sostiene en tonos dramáticos para cortar abruptamente con gestos de comedia picaresca.
Los tintes de comedia ayudan a distender la intención de moraleja agitadora, porque finalmente no se trata de destruir la institución familiar, sino de hacerla subsistir a pesar de las deficiencias de los individuos que la componen, y la única forma de hacerlo es reformar los prejuicios que son base de la familia burguesa.
Calificación: 7.5/10
Nosotros tres (Qui m’aime me suive!; Francia; 2019). Dirección: José Alcala. Guion: José Alcala, Agnès Caffin. Fotografía: Philipe Guilbert. Edición: Feédérique Broos, Mónica Coleman. Elenco: Daniel Auteuil, Catherine Frot, Bernard Le Coq. Duración: 90 minutos.
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