El 23 de septiembre de 2019, hace apenas una semana, la activista adolescente Greta Thunberg pronunció su discurso en la ONU en el que, hablándole directamente a los líderes del mundo, señaló que no solo a ella le habían robado la infancia, sino que ecosistemas completos estaban colapsando, que nos encontramos en los comienzos de una extinción masiva y que, aun así, de lo único que se hablaba era de dinero. Tres días después se estrena en cines argentinos Mujer en guerra, dirigida por Benedikt Erlingsson, película que encarna el espíritu guerrero y ecologista de esas palabras y de esta época tan particular.
El primer plano que vemos es de la Tierra, seguido de un instrumento destinado a un acto vandálico en nombre del planeta; así se nos introduce a nuestra protagonista, Halla, una profesora de canto de mediana edad dispuesta a intentar todo con el objetivo de colapsar la industria de aluminio islandesa y detener su crecimiento. Sin embargo, casi simultáneamente, se le presenta en su vida una oportunidad que no podrá dejar de lado: una niña de cuatro años la está esperando en Ucrania para ser adoptada.
Es interesante como Halla no piensa en la adopción como un tipo de obstáculo sino todo lo contrario, para ella resulta un incentivo para continuar su odisea verde ya que entiende que debe salvar a la madre tierra para poder convertirse ella en madre, así como también entiende que su hija y los hijes de su hija necesitan un futuro.
Para lograr su objetivo necesitará de ayuda. Durante su viaje conoceremos a otros personajes que representan, junto a ella, la parte buena, solidaria y desinteresada de la humanidad. Su hermana gemela y profesora de yoga, Ása; su “presunto primo” granjero, Sveinbjörn y a quien le pasa la información porque trabaja para el gobierno -y que asimismo es su alumno-, Baldvin.
Erlingsson logra mostrar con éxito una Islandia dividida, como así también a los medios de comunicación tradicionales que siguen moldeando la opinión pública y teniendo peso a pesar del uso masivo de redes sociales, la hipocresía de quienes se autoproclaman revolucionarios por usar una remera del Che, el racismo, la ignorancia de las autoridades y la loca pretensión del ser humano por querer controlar la naturaleza. Y lo consigue al situar una reunión de gente a favor de la industria en la mitad de un camino que atraviesa una colina, forjado a la fuerza por manos humanas que destruyeron formaciones rocosas a su paso, o cuando un policía dice que las ovejas no pueden andar sueltas en las montañas, en su propio hábitat natural.
La película es tan política como las acciones de Halla, y el hecho de que la historia transcurra en esa parte del mundo no es incidental o secundario. Si bien es el país en el que el director nació, es un lugar donde los animales, géiseres, espejos de agua y montañas abundan, por ende, el efecto de la contaminación ambiental se siente de manera más directa y letal. Al filmar una la larga escena de persecución en la que nuestra heroína utiliza un cadáver de carnero para ocultarse y aprovecha el calor geotermal para aliviarse, nos enseña todo lo que la Tierra nos puede dar.
Tampoco es irrelevante que su hermana sea una gemela idéntica, este hecho que en un principio resulta curioso juega un papel clave en la resolución de la historia. Con este elemento el guion deja en claro que no sólo las acciones para con el medio ambiente son importantes, sino que pone bajo la lupa las relaciones humanas, alentando a que el egoísmo sea dejado de lado para poder vivir mejor, para atender a la importancia de la colaboración con los demás y para tener presente que la empatía debe ser una práctica normal y posible.
La música se convierte en un recurso clave de la película. Además de ser canalizadora de todas las emociones que embargan a Halla, la acompaña en un sentido literal. Una banda de música tradicional islandesa y un trío de mujeres con ropa folklórica ucraniana la siguen durante la mayor parte de la película, como si todos los ojos de estas naciones estuviesen puestos en ella, para bien o para mal. Podríamos pensar que esa es la situación de cualquier activista ecológico: para unos puede ser el depositario de todas las esperanzas de la raza humana; para otros, en oposición, puede ser visto como un terrorista que atenta contra las empresas generadoras de trabajos.
Vivimos en una época confusa y llena de vicisitudes donde acciones y operaciones a favor de un futuro menos incierto son vistas como violentas y radicales. Es en ese contexto que Mujer en guerra resulta un intento sincero de acercarnos al reflejo de esta realidad.
Calificación: 7/10
Mujer en guerra (Kona fer í stríð, Islandia/Francia/Ucrania, 2018). Dirección: Benedikt Erlingsson. Guion: Benedikt Erlingsson, Ólafur Egilsson. Fotografía: Bergsteinn Björgúlfsson. Montaje: David Alexander Corno. Elenco: Halldóra Geirharðsdóttir, Jóhann Sigurðarson, Juan Camillo Roman Estrada, Jörundur Ragnarsson. Duración: 101 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá:
De los más interesante que se ha estrenado comercialmente en cines de Buenos Aires el último año.