“Año Cortázar 2014: Cien años con Julio”, o año momia, como preferiría ponerle. Encima, lo festejan, los muy descarados. La cara, la cara, la cara del escritor argentino (nacionalizado francés) replicada hasta la náusea sobre cualquier superficie imaginable: en banners, en folletería, en diarios, en pantallas, en agendas, en afiches callejeros, en posters. Instintivamente, reacciono buscando cobertura. Ironizando. No presenta ninguna dificultad apreciar los efectos en el campo cultural de este año con auspicio literario: excelentes oportunidades de negocio y aturdimiento generalizado, dilución de todo análisis o juicio divergente sobre la vida y obra del auspiciante. Ingresos materiales, egresos mentales. ¿No sería mejor, siguiendo a Lewis Carroll, festejar el “no-cumpleaños” todo el año que el centenario cada cien años?
Tampoco moralizo, sin dudas nos podría haber tocado un mundo peor, sólo que, en las presentes condiciones, bajo la extorsión del mercado y las bellas almas que creen no acompañarlo, no se puede leer nada ni a nadie. De modo que nomás describo y enumero. Año momia: Cortázar con gato, Cortázar con barba, Cortázar sin barba, Cortázar jazz, Cortázar mirando por la ventana, Cortázar en combi, en carretera. El endiosamiento del apellido (su trademark) y la proliferación de sus imágenes (su iconografía) han promovido la transformación de un prosista de notable mérito y talento −no un semidiós− en un brulote del mercado y del sentido común más recalcitrante, ofreciéndonos a cambio ¿qué?
¿Cuál fue el último comentario interesante que leyó, Ud., lector, sobre el auspiciante? ¿La “polémica” broma de Aira del buen Cortázar como mal Borges? ¿Dónde respiran, dónde viven hoy sus textos, abiertos a sentidos otros, iluminándose?
Si hasta Google le dedicó uno de sus “doodles”, los logitos del buscador. Sancionado y santificado como el escritor consentido de la industria editorial y de las masas, este año no celebramos su nacimiento, sino su paso a la inmortalidad zombie. Cortázar se pudre en un sarcófago rosa. Ha ganado en cantidad y perdido en calidad de lecturas y lectores y el único gesto realmente noble que queda es salvarlo de sí mismo. Decapitarlo, llenarlo de agujeros, ¡basta de Cortázar en historietas de Liniers! ¡Basta de Liniers! ¡Basta! Que descansé en paz, aunque sea unos años. Fin −provisorio− de la filípica.
También hay unas pocas buenas noticias. Aferrémonos a ellas como nuestra única tabla de salvación. A contracorriente, de entre las aguas del diluvio, de vez en cuando, y aunque más no sea por variación estadística, algunas joyas se salvan del naufragio. Ante la pregunta sobre cómo se infunde aliento a un muerto, cómo se rejuvenece una obra que “no ha envejecido bien” −retomando otra provocación airana− contestamos: desmontando sus piezas e insertando nuevos elementos, retomando y resignificando esa obra hasta arrancarle acentos insólitos, probablemente −seguramente− incalculados por su autor. En esta empresa y en esta nave de los locos se embarca con singular éxito Julio Ludueña, el director, guionista y animador de Historias de Cronopios y Famas, película donde desarma y reconstruye (desarma y sangra) el esqueleto del texto cortazariano, regenerándolo con los aportes −sangre, músculo y espíritu− de grandes maestros de la pintura de nuestro país: Carlos Alonso, Daniel Santoro, Antonio Seguí, Patricio Bonta, Crist, Ricardo Espósito, Luis Felipe Noé, Magdalena Pagano, Luciana Sáez y Ana Tarsia.
(Antes de continuar, quisiera utilizar este largo paréntesis para dejar asentado que Historias de Cronopios, versión libro, me parece de lo peorcito del repertorio del escritor franco-argentino. Contra la opinión común, sostengo que se trata de un rejunte de textos banales, tribuneros, que buscan empaquetar cierta sensación e intuición de lo maravilloso, siguiendo de mala manera un surco que ya habían trazado con mejor tino autores como Girondo o el cordobés Filloy, los patafísicos, Marechal en diversos pasajes. En fin, que no me gusta).
Pero, como decíamos, Ludueña re-anima la letra cortazariana, valiéndose de una destreza notable e insumos de primerísima calidad. Hablar en términos de “animación”, de hecho, constituye un pequeño desacato. Historias de Cronopios (la película) no puede definirse como un compilado de ilustraciones de los textos −apuesta imposible, por otra parte−, ya que se trata una producción original en su materialidad, con Cortázar como excusa e inspiración. Es un apareamiento, más que una fecundación. Los pintores escogidos no son famas vasallas, sino que poseen una envergadura artística asimilable a la del escritor belga. Pares en otras regiones de la sensibilidad y la experiencia estética, creadores en buena ley, cuyos universos y producciones se mezclan sin diluirse con el torrente de creaciones literarias. De manera que la colisión de universos que la película propone transporta y trastorna al texto más allá de sí mismo.
Rebobinemos un segundo, dimensionemos. Los cronopios, los famas, las esperanzas, eran entidades o estructuras o funciones verbales. Nuestra mente, biológicamente formateada como lo está para leer en el mundo término de intenciones y agentes, les asignaba pedazos de impresiones sensoriales, un cuerpo, rostros. Ahí radicaba el chiste de Cortázar, ¿no lo habían entendido? Ludueña sí, pero no se quedó en el molde. Como los virreyes, declaró “se acata, pero no se cumple” y con su película −por las cualidades obvias del significante cinematográfico− da una fantástica vuelta de tuerca más, jugando a retratar y mostrarnos a estos seres, explicitando y distorsionando el chiste, siéndole bienvenidamente infiel a la premisa original del autor. Gran desafío este de ponerle colores, música y movimiento a los jueguitos mentales, verbales del escritor foráneo. A cada instante, Historias de Cronopios (la película) engorda la materialidad de la literatura, hace literatura con cine: toma textos que son, en realidad, piezas brevísimas, a veces de muy pocas líneas, y los reformula sin que jamás el producto final resulte exagerado, artificioso. Destaquemos el talento de este cineasta para armonizar frecuencias tan dispares.
Concluyendo, ¿qué se nos da, por añadidura, con esta película?, ¿cuáles son los colores agregados? Es difícil de enunciar en términos globales, ya que cada uno de los cortos que la integran operan como −en rigor, son− unidades autónomas. Un texto, un artista, esa era la idea. Pero simplificando los tantos, creo que la película potencia una serie de propiedades que se encontraban en estado embrionario en el libro y en el imaginario de Cortázar. Encontramos de todo: un claro componente de crudeza o crueldad en varios de los relatos (“conservación de los recuerdos”, “las líneas de la mano”, “la cucharada estrecha”), incluso de humor negro (“propiedades de un sillón”, “el baile de los famas”), el tono de la fábula alegórica o el cuento infantil, un anclaje en lo histórico nacional, en la alegoría política (“comercio”, “inconvenientes en los servicios públicos”) como se ve en los cortos basados en la obra de Alonso o Santoro, etcétera, etcétera. Si pueden, vayan a verla.
Historias de Cronopios y de Famas (Argentina, 2013), de Julio Ludueña, c/obras de arte de Carlos Alonso, Daniel Santoro, Antonio Seguí, Patricio Bonta, Crist, Ricardo Espósito, Luis Felipe Noé, Magdalena Pagano, Luciana Sáez y Ana Tarsia, 86′.
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