La película abre con un contrapunto entre imágenes del niño que hace de Messi y un bombardeo de declaraciones de diversas personalidades del show bussines del fútbol y Mascherano. Se lo califica de monstruo, extraterrestre, diamante, iluminado, genio, “el mejor jugador del mundo y de la historia”, un héroe. Quizás por ello es que el director prefiere prescindir de la voz del protagonista máximo, o quizás por el carácter de la «Pulga»; quién sabe, poco importa, pero sí resalta su ausencia.
Álex de la Iglesia, quien ha tenido una filmografía muy irregular pero con un par de sobresalientes, dedica unas cuantas horas de su vida y algunas menos de la nuestra para regalarnos una fantochada de proporciones pantagruélicas. Una escenificación en un restaurante en cuyas mesas se encuentran amigos de la infancia, ex maestras, periodistas, futbolistas, ex directores técnicos, todos devenidos en comentaristas. Van alternando charlas sobre el pequeño astro de un modo un tantito asqueante, por lo almibarado, claro, y por lo guionado. En la intencionalidad de dar la sensación de que todas las charlas ocurren en el mismo lugar y al mismo tiempo (aunque es evidente que no es así), y donde el montaje es central, hay que destacar un par de perlitas: cuando alguno de los comensales dice cosas como “Mirá, allá está Menotti” o “En esa mesa está Sabella”. Un momento inaudito es cuando un supuesto mozo interactúa de modo pretendidamente espontáneo con la fauna antes citada, haciéndonos preguntar al manicero si no nos hemos equivocado y esto es Cebollitas.
Cuando pensamos que no pueden haber más sobresaltos, entramadas con imágenes de videos caseros y con los diálogos en el restaurante, aparecen escenas ficcionadas de momentos de la vida del futbolista que no aportan nada al retrato hablado pero que son una delicatessen. Inclusive algunas son actuadas por los propios protagonistas, como cuando, en el colmo de la insensatez, sus amigos de la infancia saltan de la mesa a la representación y aparecen, junto a los actores, relatando el momento en que Messi va a visitar la tumba de la abuela. Apartado, el de la abuela, por demás encajado para generar el efecto sensiblero necesario para levantarnos de la butaca llorando.
En definitiva, es lo que haría Cris Morena si se dedicara al rubro documental. Solo faltan algunos cuadros musicales, el resto de los ingredientes están todos: malos actores, un guion mezquino, heroísmo infantil, escenas cursis, componentes dramáticos como la carencia hormonal que complicó el crecimiento de Lionel -que parece ser lo que motivó al director a aceptar este proyecto, quizás por estar más cercano a su mundo freaky-. Luego, a partir de su comienzo en el fútbol profesional, esta dimensión ficticia afortunadamente merma en forma considerable dando un espacio merecido a imágenes de archivo que superan ampliamente al intento de telenovela. O sea, es una bizarreada, pero qué se pretendía que hiciera Álex de la Iglesia; lo kitsch le tira del poncho, es así.
Así se va construyendo esta biopic, con un fuerte tinte de relato épico, como no podía ser de otra manera, que irá hilvanando tópicos de la carrera de Messi como su vital relación con el Barça, su malparida historia con la Selección y su destreza a través de una importante recopilación de jugadas. Sin embargo, la película, y probablemente no se lo proponga, adolece de ausencia de fútbol: no hay. Falta cancha, falta grito, falta tribuna, falta pasión, falta mugre; lo que hay es demasiado aséptico, anodino: ya la propia elección de un restaurante pituco como escenario único donde se ponen en juego los testimonios habla de una concepción poco futbolera y más triunfalista. La narración científico mediática de cómo un pibe esmirriado llegó a ser una figura central del fútbol actual es lo que obnubiló al director y al guionista. Las propias imágenes de Messi jugando parecen puestas allí para ver su virtuosismo, pero sin arrebatarle a la trama ni un pase que se acerque a la dimensión humana y social de este deporte. En otras palabras, falta sangre.
Y falta, además, un actor fundamental que hace aún menos futbolera la propuesta de De la Iglesia: el hincha. Apenitas una referencia hacia el final, sobre las críticas de la hinchada hacia el supuesto pechofriísimo que esgrime con la casaca nacional, y eso que al momento de salir la película faltaban el Mundial de Brasil y la Copa América de Chile para sumar leña al fuego. Pero el encare es el mismo: proteger la figura soberana de Messi. Quizás Menotti es el más atinado al relativizar todo el fenómeno y reconocer el derecho del hincha a exigir al ídolo. Pero tibio todo.
Como no podía ser de otra manera, la figura de Maradona sobrevuela el relato hasta que en un momento se hace inevitable dedicarle algunos minutos comparativos como todos esperábamos -¡Hasta los dos goles contra los ingleses tienen su réplica en la Pulga!- y en definitiva, pero sin exhibir los detalles, la conclusión sería que Messi es un niño bueno y Maradona no. Como corolario: una abrupta y descolgada (quizás tomada de algún programa televisivo) intervención del propio Diego -el único testimoniante que no aparece en el restaurante-, hablando a cámaras y a Lionel en concreto, deseándole suerte, diciendo que lo quiere y aconsejándole mesura, humildad y disfrute. Sí, Maradona pidiendo humildad, como un gran dios dándole la venia desde su trono y aceptándolo a su diestra. Cerrá y vamos. Pero ese lugar, en esta película, no se lo da Diego, sino que se lo da la dirección, como si hubiera que pedirle permiso para hablar de otro que no sea él. Triste, De la Iglesia, triste y básico. ¿Alguien sabe si Álex es futbolero? A mí me parece que no. Que es una película por encargo es clarísimo, pero por qué a él. Nadie sabe.
Messi no es un relato plural pues está demasiado flechado por la obnubilación de los invitados; de hecho no tienen voz los que lo discuten, los que lo rechazan, es como si fuera una reunión de amigos que hacen una semblanza. Podríamos preguntarnos por qué no se recurre a otros periodistas, a otros jugadores. La propia película, por lo que no hay que estar muy empapado en el mundo del fútbol, da las señales de un puñado de personas que deberían haber participado. ¿Y hay algo más que la loa? No, nada. Varsky en un momento menciona al Che y pareciera, quiero creer que no, que propone que Rosario es un semillero de… ¿de qué?, por favor… ¿en qué ápice son comparables?
Con la excusa/fachada de no sesgar el curso natural de las voces, en el filme no hay reflexión, no hay investigación periodística, no hay ahondamiento en la persona en su actualidad (¿Messi era humano solo cuando era niño?). Y el ensalzamiento constante cansa, no convence, nos deja un sinsabor, porque, además, no está la visión panorámica del fenómeno que solo la posteridad podrá dar, como el propio Maradona aconseja y desoye De la Iglesia.
Messi (España, 2014), de Álex de la Iglesia, c/ Lionel Messi, Johan Cruyff, Diego Armando Maradona, César Luis Menotti, Alejandro Sabella, Andrés Iniesta, Gerard Piqué, Javier Mascherano, José Manuel Pinto, Jorge Valdano, Hugo Tocalli, Claudio Vivas, Cintia Arellano, Diego Vallejos, Diego Schwarzstein, Walter Barrera, Santiago Segurola, Ezequiel Moores, Juan Pablo Varsky, 93’.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: