En el comienzo de Margen de error todo es felicidad: la fiesta de cumpleaños sorpresa que Jackie (Eva Bianco) le organiza a Iris (Susana Pampín) reúne a todas sus amigas, a la recién llegada Maia (Camila Plaate) y termina con todas bailando y cantando “Tengo el corazón contento” cantada por Palito Ortega. Pero esa canción popular, de una ubicuidad mayor a la imaginada, no hace referencia tanto a un estado presente de los personajes, sino que funciona como un anticipo de lo que vendrá. La letra dice, entre otras cosas, “Yo quisiera que sepas/que nunca quise así/que mi vida comienza/cuando te conocí”: esa historia de un amor que en la lectura original es el de una concreción, es una declaración posible de lo que sobrevendrá en Iris respecto de Maia. Iris nunca se atrevería a pensarlo en los términos de una canción popular, ella viene de la ópera (esa, “su” música entra luego en otro momento crucial para comentar, desde un aria de La Traviata, otro momento del personaje, cuando se escucha la voz que canta “Quien me dará el coraje”), de otra cultura. Por eso, cuando más adelante crea ser la destinataria de ese amor escondido de Maia, en la respuesta a ese correo electrónico equívoco, no elegirá los versos del comienzo, simples y contundentes, sino las filigranas y el reconocimiento cultural que implica la poesía.

La siguiente escena después de la felicidad es la de Iris limpiando todo, poniendo la casa en orden, juntando los restos de lo que fue alegría. Y allí también es posible ver, como referencia a todo momento amoroso, lo que ocurre luego del momento de la alegría, cuando se queda sola y hay que volver a poner las cosas en su lugar para seguir viviendo. De la misma manera, la película se cierra con otra fiesta, pero ahora de despedida, por el regreso de Maia a Tucumán a la casa de su madre. La alegría es apenas, ahora, una sonrisa en las caras de Iris y Jackie y la música ha desaparecido (la última vez que la música irrumpe en la historia es cuando en la estancia en la que festejan el casamiento de dos de las amigas, alguien canta “La llorona”), aunque todavía quede lugar para una coda que revierte ese final. Entre ese momento de poner la casa en orden y la partida de Maia, lo que ocurre es un desarrollo que trabaja sobre una serie de mecanismos relacionados con la comedia (ese margen de error del que habla el título), pero desplazados al territorio de lo que podría considerarse una comedia romántica. Ese desplazamiento –que por momentos parece coquetear con el drama, pero solo para rozarlo y volver a la fuente original- no tiene por objeto centrarse en el equívoco como motor de una serie de enredos que deriva en un final aclaratorio y que reinstala el equilibrio original. En todo caso, el equívoco funciona como un corrimiento de la visión que tienen los personajes sobre lo que los rodea. Más que entrar en el territorio pleno de la imaginación, se trata de comprender que hay un conjunto de indicios que van construyendo una posible historia (la condición es que los indicios se sostengan sobre un verosímil), en la cual se insiste con no revelar la certeza. En ese territorio de incertezas se mueve Iris, pero también Maia, y Jackie y de una u otra manera, todos los personajes de la historia (la amiga que le pregunta a Iris quién la tiene así, la madre de Maia que no sabe qué le ocurre a su hija). Hay dos momentos en los que esas incertezas parecen acercarse a un territorio real: una es la escena en el auto, cuando Iris acaricia e intenta darle un beso a Maia; la otra es la de la explosión de llanto de Iris después del enojo con Maia, en la estancia. La habilidad de la película es no permitir que se cierre en esos momentos, por la recurrencia al artilugio del alcohol: Iris en ambas escenas ha tomado de más, y la posible revelación de sus sentimientos se encuentra atenuada –de algún modo resguardada- para los otros involucrados, por el alcohol.

Aquí, a cambio de la resolución cancelatoria que implica la comedia en su sentido más clásico, lo que hay es un devenir que refleja la imposibilidad de llegar a ese restablecimiento del equilibrio. El equívoco no produce una sucesión de acciones que llevan a los personajes centrales a unirse, sino a despegarse, a constatar que no hay unión posible. Ni siquiera el fracaso en paralelo de Maia –que pasa por lo mismo que Iris: nótese que lo que provoca en Iris el alcohol como forma de salida de su frustración, en Maia se transforma en un auto-abandono del que sale solo por la llegada de su madre- la lleva a decantar hacia un destino inexorable de unión con la protagonista. Por el contrario, es ese abandono lo que abre las puertas para que los indicios que estimularon la imaginación y el deseo se choquen con la realidad. Como en un efecto dominó, cuando los indicios que Iris cree que ha sembrado Maia (su enamoramiento por una mujer mayor que su madre; que esa mujer además está en pareja) se convierten en la realidad de un relato (la mujer en cuestión es una profesora de la carrera que cursa en la universidad), lo que produce es el desmoronamiento de la historia de amor imaginada por Iris (además de la crisis que desata en la pareja de su amante ocasional). La verdad aparece en escena para anular ese margen de error que la falta de algunas piezas en el relato de cada personaje han diseminado: el equívoco se vuelve la certeza de lo no correspondido, en una reacción en cadena que arrastra a todos los personajes. Es la verdad también, la que vuelve a conciliar a Iris con Jackie –aunque ésta última deje sembrada, desde lo no dicho de manera explícita, la semilla de una duda con la que Iris deberá lidiar- y la que establece un final diferente en la relación entre Maia y su madre.

Si el mecanismo de la comedia romántica que utiliza Margen de error es el de personajes que interponen distancias con otros, ampliándolas, es porque son esos pequeños –o no tanto- espacios, los que marcan la diferencia entre lo que se sabe y lo que se puede esconder. El signo de esa distancia está marcado ya en el comienzo, cuando Iris y Maia pasean en el bus turístico y mientras la primera habla, la segunda tiene puestos los auriculares. Como si esa distancia implicara un desfase entre los mundos de los personajes, pero que se pretende que sea reducida al mínimo o anulada. La tecnología le permite a Iris jugar con esas distancias (alejarse de Maia cuando la llama Jackie, alejarse de Jackie cuando quiere llamar a Maia, obsesionarse con el correo electrónico, buscar la señal de internet para poder enviar el mensaje que queda trunco). Pero curiosamente, en el caso de Maia no es la tecnología, sino lo eminentemente físico lo que interpone la diferencia. Irse primero de la casa de su madre, cambiar de Tucumán a Buenos Aires; irse luego de la casa de Iris a un departamento que le deja una amiga; dejar de salir a la calle, incomunicarse en su autoabandono; finalmente el planteo de regresar a Tucumán que termina abortado a último momento, para volver a arrancar de cero. Mientras para Iris, la irrupción de Maia implica una suerte de renacimiento, una salida imaginada de un lugar placentero pero en una suerte de piloto automático a otro más riesgoso y adrenalínico (desde el auto que le provoca el choque a la piña que recibe de la ex de Maia –al grito de “Maia, ¿te suena o no te suena, vieja puta?”-, desde la aventura de soñar con el amor juvenil al temor a que se entere Jackie), para Maia se plantea como una primera configuración de vivir su vida. El final lo explicita no solamente porque es necesario que lo haga, sino porque hasta ese momento, su vida estaba pendiente de esas redes de contención que podían ser su madre o Iris.

Lo notable de la película de Paolinelli no es solamente la fluidez con la que transcurre, sino la forma en que la directora consigue naturalizar la comedia basada en el amor entre mujeres. El de Margen de error es un mundo en el que su consistencia está dada por la ausencia casi total de los hombres –que en todo caso, ocupan lugares extremadamente secundarios en la historia-, sobre todo como elementos reguladores de ciertos modos sociales. Ese mundo de mujeres en el que el amor y el deseo se naturaliza es un signo de los tiempos, una sensación de una lucha social que ha sido ganada y que ya no tiene punto de retorno. Es ese triunfo el que le permite a Paolinelli no tener que caer en el subrayado ni en la tentación de seguir enfrentando las visiones retrógradas de la sociedad, para concentrarse en esas mujeres que aman, que sufren y desean, pero que se sostienen sobre todo, unas a otras, indiferentes a ese mundo que logran construir como ajeno.

Calificación: 7.5/10

Margen de error (Argentina, 2019). Guión y dirección: Liliana Paolinelli. Fotografía: Soledad Rodríguez. Cámara: Alejandro Ortigueira. Sonido: Leandro de Loredo, José Caldararo. Montaje: Lorena Moriconi. Elenco: Susana Pampín, Camila Plaate, Eva Bianco, María Pessacq, Mónica Gonzaga, Victoria Carreras, Daniela Pal, Elvira Onetto. Duración: 82 minutos.

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