
Primer cuerpo. En una ciudad del sur del mundo hay un edificio. Una construcción de estilo que evoca la época de la conformación de esa ciudad: es un símbolo del pasaje de lo aldeano a lo citadino, a lo metropolitano: altura, solidez, diseño. La voz en off lo describe como una fortaleza. La noción de fortaleza tiene una doble implicancia (aunque paradójicamente evoque un pasado lejano y medieval): por un lado, su construcción supone algo que se debe resguardar; por el otro, eso que se debe proteger implica que el edificio debe resistir los embates del exterior. Una fortaleza tiene una función: es un edificio público, pero no se limita a la profusión de oficinas que sustenten el corazón de una burocracia. Una Cinemateca no es uno de esos edificios comunes y por esa razón debe ser una fortaleza: porque debe resistir para resguardar. Esa otra memoria del mundo a la que alude el título del documental. Una multitud de registros cinematográficos que constituyen una memoria particular: artística, creativa y de evolución histórica. El documental muestra el edificio pensándolo como un cuerpo –de hecho, hay que recordar que en los conjuntos de edificios se los diferencia por cuerpos. Como un cuerpo que hay que observar. Desde afuera, registrando sus marcas, su constitución resaltando la idea de fortaleza (hay imponencia en esos planos que recuperan la monumentalidad arquitectónica). Desde adentro, recorriéndolo, deteniéndose en sus zonas. Y también registrando el movimiento. Cuando se observa el trabajo de los obreros en el edificio, está haciéndose algo más que registrar un proceso de restauración: está señalando la necesidad de que el cuerpo sea mantenido, revisado. Que se renueve para ponerse en movimiento y que se lo saque del descuido y el abandono. Cuando la cámara se sumerge en el interior, hay una exploración del cuerpo que remarca la existencia de zonas oscuras y luminosas, de abismos y elevaciones. Sobre todo, puede pensarse a ese interior explorado como el cerebro de ese cuerpo. Un laberinto compuesto de papeles y latas con rollos de película (en el que se puede desembocar, como orientadores del camino, en Humphrey Bogart o en Alfred Hitchcock) que constituyen la memoria. Y dentro, hombres y mujeres buscando en los estantes aquello que han conservado, lo que han catalogado para que no se olvide. Para que no se pierda.
Segundo cuerpo. Rafael Corral trabaja en la Cinemateca desde hace décadas. “Se me fue la vida cuidando el cine”, dice, como una definición de su vida. La cámara registra el paso del tiempo en su cuerpo, mientras su voz lo afirma con aire risueño cuando menciona que es parte del mobiliario. Vemos los pliegues de su rostro, las huellas de ese tiempo que pasó y que no se mide en años (¿no se puede pensar en ese hombre como atemporal, como una continuidad de los hombres que dedican la vida a preservar un tesoro de la comunidad pero que a la vez es personal?). Rafael lo relata, lo pone en palabras cuando busca una película perdida de la que formó parte y ese recuerdo lo lleva a Miguel de Molina, a su pasión por el baile y el escenario como espacio encantado. Como con el edificio, se explora el cuerpo de ese hombre sin tiempo. Lo trasciende de su imagen y explora sus recuerdos, sus propios laberintos –también formados por rollos de película- para que los exponga desde la voz en off. Una memoria que se expresa en el recuerdo de una vida, pero también en relación con ese otro laberinto de memorias que Rafael habita. Cuando busca la película, está revolviendo en dos memorias a la vez: la propia, la que ubica la película, la coloca en un lugar específico; la del edificio que guarda esa memoria buscada que parece esquiva. Una y otra se unen en el final, cuando Rafael hace los movimientos del baile, como si recuperara en el gesto una vitalidad perdida en la memoria, mientras en el fondo se proyecta la película del pasado. Corral deviene nuevamente hombre sin tiempo, cuerpo de memoria, el que conoce los espacios y lo que cada uno de ellos guarda. “Soy feliz, es lo único que puedo hacer”, concluye, cuando su memoria se vuelve parte inescindible del cine. Felicidad que se resume en ese momento en el que proyecta el tráiler de una vieja película con Lolita Torres, en la que ella canta, como si fuera la voz de Corral hablando del cine: “Tú eres mi primer amor/el que supo despertar/mi dormido corazón”.
Tercer cuerpo. El cine, en su formato fílmico tiene una corporalidad. Son latas que guardan rollos. Valijas que guardan latas (y no hay referencia más bella al cine que la que implica una valija, que preanuncia un viaje, una experiencia en otro lugar). Y también son afiches y revistas y libros. Otra idea muy bella se plantea en un momento de la película para explicar lo que significa ese laberinto. Cuando se plantea la necesidad de inventariar, de crear un gran catálogo, la voz dice que “sin ellos sería como un país sin carreteras”. Esa noción de país aplicada, extrapolada a lo que guarda una cinemateca es tan valiosa que puede pasar desapercibida. Implica un territorio y una pertenencia, unas fronteras que no se corresponden con las demarcadas en un mapa. Un lugar donde vivir. Una tierra a la que aferrarse y cuidar. Hay un momento en el que ese tercer cuerpo comienza a ponerse más allá de las estanterías: se trata de abrir esos cuerpos al registro de la cámara. Correr los archiveros, abrir los ficheros, las valijas, los sobres que guardan materiales. Desenrollar los afiches de viejas películas. Pasar las páginas de una revista que hace más de un siglo anunciaba los estrenos (y que ante la pérdida de ese material al que menciona, se vuelve testigo único de su existencia, memoria de una memoria perdida). Que un rollo de película salga de su carrete. Que las imágenes se proyecten sobre una pantalla (o sobre la pared, lo mismo da). Y a la vez, la necesidad de cuidarlos, de detectar las señales de una posible enfermedad (porque, como cuerpos también enferman, sufren de humedades, se deterioran, pierden la memoria). “Hay que devolverle la magia a este laberinto de mecanismos” dice la voz. Proyectar evita la enfermedad, recupera el movimiento, la vida. Pone a la memoria en funcionamiento, la recupera desde ese espacio del cuerpo que la guarda para devolverla como memoria compartida. “Ahí está la verdad” dice Corral. En la felicidad que implica mantener a la memoria colectiva como si fuera propia.
La otra memoria del mundo (Argentina, 2023). Dirección: Mariela Pietragalla. Guion: Mariela Pietragalla, Alejandra Portela. Fotografía: Gerardo Azar, Matías Mayolo. Edición: Mario Bocchicchio. Elenco: Rafael Corral. Duración: 71 minutos.
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