Atención: Se revelan detalles del argumento.
En High Life todo son líquidos trasvasándose de un recipiente a otro, materia que se recicla y energía que se recupera, incluso la masturbatoria. Hay fluidos de todo tipo que se vierten en jeringas, bidones, tanques, canaletas, mangueras. El film gira constantemente en torno al dilema continencia/incontinencia, al punto que su protagonista es apodado «Monje», por contener su instinto sexual. La última película de Claire Denis toma a este grupo de desheredados del mundo que vaga por el espacio en el instante en el que, ya bien lejos del continente, sus pulsiones devienen incontenibles y todo comienza a derramarse. Nadie como Denis para mostrarnos qué ocurre cuando el sudor, la sangre y el semen se mezclan, en lo que para ella es una “reconfortante película sobre la ternura en el espacio”. Si todo el cine de la francesa puede ser entendido como una extensa exploración sobre la tensión que suscita la proximidad de los cuerpos, en sempiterna danza de atracción-repulsión, una película sobre la reclusión de un puñado de marginales más allá de la vía láctea no puede ser menos que un punto de tensión.
Monte (soberbio Robert Pattinson) repara algo en el exterior de una nave espacial maltrecha y que muestra signos de fatiga. Luego ingresa y se dedica a cuidar de su única compañera: Willow, su hija bebé. En su gesto se conjugan la contención paterna y el soliloquio del náufrago, por donde se filtran frases que denotan un pasado atormentado. Luego de dormir a la niña, en una escena donde el recorrido de los cuerpos de padre e hija adquieren una belleza y potencia poética inigualable, Monte arroja cinco cadáveres al espacio y dicta en una computadora un informe de tareas que desconoce si será alguna vez leído por alguien en la tierra, pero que constituye el requisito para que el sistema extienda el soporte vital de la nave por otras 24 horas. Elipsis mediante, seguiremos la intimidad de estos sobrevivientes a lo largo del tiempo, hasta que aquella niña sea una adolescente y los interrogantes respecto a la fisonomía de ese amor que se profesan se multipliquen en miradas, caricias, acercamientos y alejamientos. Entre tanto, un gran flashback nos muestra cómo llegaron las cosas a tal punto dentro de esa nave old fashioned. Como siempre en Denis, los vaivenes temporales se suceden, más que en función a su información, en función de una cadencia sensorial que Denis va sosteniendo de forma intuitiva, con planos que se justifican a sí mismos en virtud de su pregnancia y carga poética. Para este ensamble, Denis contó con el fabuloso trabajo de Yorick Le Saux, director de fotografía de Assayas, Ozon y Jarmusch, entre otros, y con la composición musical de Stuart Staples, cantante y compositor de Tindersticks, banda británica con la que Denis viene trabajando hace tiempo. Tanto desde la luz como la música, la película logra transmitir lo más etéreo, lo más físico y un rango infinito de matices intermedios, donde lo anodino y lo melancólico logran una misteriosa coexistencia.
La voz en off de Monte nos cuenta que un ambicioso proyecto científico propuso recoger la energía que producen los agujeros negros en su rotación. Para llevar a cabo esa riesgosa y lejana empresa, el gobierno convocó a los únicos en condiciones de aceptarla: criminales condenados a muerte o a reclusión perpetua, a quienes se les condona la pena a cambio de aquel aporte a la ciencia. Entre esos parias devenidos en astronautas, se destaca la Dra. Dibs (Juliette Binoche), una bella médica con veleidades de hechicera que domina al grupo ejerciendo un rol de proveedora, de sedante y de placer. Dibs, sobre quien pesa el crimen de haber matado a sus hijos, se aparta de su rol como encargada de la salud del grupo y persigue un objetivo personal. Sirviéndose del semen y los óvulos de los tripulantes, busca conseguir fetos suficientemente fuertes como para desarrollarse en el espacio. A diferencia de Monte, Dibs es puro apetito, materia insaciable, de cuya voracidad no quedan dudas luego de verla utilizar la fuckbox (casilla para coger). Allí, montada sobre un enorme y peludo dispositivo que la penetra, Dibs se retuerce y contorsiona, sujetada con cintas de cuero, en una frenética danza a la que se suma la cámara de Denis para componer un ritual catártico. Afectados por el hacinamiento, angustiados por un contacto con la tierra que se redujo a la mera recepción de imágenes aleatorias de películas y programas viejos televisivos y ante la imposibilidad de dar cause al deseo, el inestable equilibrio de aquel enjambre va quebrándose hasta que todo en esa Santa María galáctica comience a estallar.
Doble debut de Denis: ciencia ficción e idioma inglés (“Los idiomas que se hablan en el espacio son el inglés y el ruso. El ruso no lo hablo, así que debía ser en inglés”, dirá una y otra vez en entrevistas). Pero el idioma será la única concesión que la directora le dará al canon del género. A partir de allí, nada de mobiliario futurista blanco, tecnología de avanzada ni efectos especiales colosales. Tal como Andrei Tarkovsky en Solaris y Stalker, Denis se sirve de una historia de ciencia ficción afincada en el espacio, para reflexionar sobre los misterios de la existencia humana y su problemático presente. No cabe duda que en el aspecto ruinoso de la nave, la brumosa vegetación del jardín, o los anegados bosques recordados por Monte se erige el reconocimiento de Denis al antecedente instaurado por el director ruso.
Cual Moisés a su barca, Denis sube a bordo de la nave los ejes que sobrevuelan toda su obra: el viaje perpetuo, el conflicto interior-exterior, el vínculo entre el sexo y la violencia, la poesía de lo tangible, el cuerpo como territorio y como frontera. Asoman, así también, sus preocupaciones políticas y sociales. “Incluso acá arriba, los negros son los primeros en irse”, dice Cherny (interpretado por André Benjamin, el André 3000 del dúo hiphopero Outkast), ante el cuerpo abatido de una de las primeras bajas en la tripulación. Más allá de cualquier odisea científica, la nave es ante todo una cárcel flotante que escupe bien lejos “la escoria, el desperdicio, refugiados sin cabida en el sistema”, como el propio Monte se define. Denis, siempre atenta al deseo, aquí escenifica el que atesoran los sectores más conservadores de la sociedad.
Por eso, si hay una cualidad que distancia a esta película de la representación clásica de la ciencia ficción, es la ausencia de la peripecia. No hay nada más lejos en este viaje interestelar, que la aventura. Los personajes se encuentran reducidos a una supervivencia hostil, alienante y aletargada, más parecida a la mísera vida que llevaban en tierra firme que a su trascendencia. Por eso, Monte, mientras trabaja la tierra de la pequeña huerta, le dice a Cherny, el tripulante menos atormentado: “Me gusta estar aquí, me recuerda al reformatorio, a la cárcel. Es como en el ejército”.
Es este lastre de los personajes, su equipaje, el que ordena la dinámica interna de la nave, crea sus condiciones iniciales de existencia y niega la posibilidad de pensarla como un grado cero, como tabla rasa sobre la que los tripulantes escriben su nueva historia. Para estos desgraciados, el viaje espacial no resulta un vértice, sino la prolongación de sus padecimientos ad infinitum. Aunque cierta voluntad de resistencia y superación suele asomar en los personajes de Denis al filo del final, no cabe dudas aquí que para la directora las posibilidades de revertir las tendencias en curso asoman escasas, algo por demás comprensible en alguien cuyas raíces se extienden en ambos márgenes del mediterráneo. Los cuerpos flotan en el espacio en su película como flotan en aquel mar los de los refugiados.
Las imágenes del espacio operan en el film de Denis como las panorámicas del resto de su cine, en las que un lejano horizonte disimula el límite entre la tierra y el cielo, transformando a todo en parte de lo mismo, como en Chocolat, White Material, o Bella tarea. “Para mi era como estar en el cerebro del mundo”, dijo hace tiempo Denis al mencionar una escena de El intruso en la que el protagonista navega hacia Corea y el cielo y el océano azules se fundían a lo lejos. Seguramente la misma impresión le cause la imagen del agujero negro al que la nave se dirige. Una imagen que genera tanta fascinación como angustia. Imagen de un abismo que es especular al que el sujeto siente en su interior. Monte está agobiado, pero no declina. “Nunca me di por vencido. Voy a aguantar. Ella es mía. Yo soy de ella”. ¿Puede el amor crecer con las raíces en el aire, puede sostenerse en esa deriva existencial? Mira a su hija, pensativo. Hay algo ahí que es verdadero, pero no sabe dónde anclarlo. “Willow, ¿estamos corriendo hacia delante? Willow, ¿este amor tiene un destino?”, le pregunta el padre a su hija en la canción de cuna. Monte duda, pero al final del día no dejará de elevar su informe para obtener otras 24 horas de vida.
Calificación: 8.5/10
High Life (Francia/Reino Unido/Polonia/Alemania/Estados Unidos, 2018). Dirección: Claire Denis. Guion: Claire Denis y Jean-Pol Fargeau. Fotografía: Yorick Le Saux. Música: Stuart A. Staples. Edición: Guy Lecorne. Elenco: Robert Pattinson, Juliette Binoche, André Benjamin, Mia Goth, Agata Buzek, Lars Eidinger y Claire Tran. Duración: 113 minutos.
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