Una audición para jóvenes violinistas se desarrolla en el fuera de campo. Mientras tanto al interior de los limites del cuadro observamos el rostro del jurado que lleva con tedio las sucesivas presentaciones de los aspirantes. El estado de animo en general oscila entre el aburrimiento y el cansancio de no encontrar a aquel ejecutante que tenga el toque mágico. Hasta que por fin, aparece Alexander (Ilja Monti), un fresco violinista que, si bien no se muestra sin fisuras, posee un sonido propio. El joven logra captar la atención de Anna (Nina Hoss) una de las profesoras encargadas de definir el ingreso o no de los postulantes. Por primera vez, vemos como la expresión de la docente se ilumina, es claro que la música más allá de su profesión es una corriente que la energiza.

De allí, el relato salta y nos introduce directamente en la vida privada de Anna, personaje focal de la historia. Una reunión familiar encuentra a los integrantes del clan reunidos alrededor de la mesa. A primera vista parece un hogar amoroso donde se respira calidez, pero pronto empiezan a aflorar rispideces entre los integrantes. El padre de Anna interrumpe la paz familiar mostrándose intransigente y autoritario, no solo con su hija sino también con su nieto. Esa severidad y rigidez de carácter parece haber pasado como una herencia de generación en generación.

La historia avanza de manera discontinua, cortes abruptos y elipsis temporales motorizan la narración. La cámara persigue casi obsesivamente los movimientos de la protagonista. Vemos a través de sus ojos, caminamos junto a ella y asistimos a cada acción de su vida cotidiana. Pensativa y misteriosa parece analizar cada situación antes de actuar. No se expresa de manera verborrágica, mide sus palabras y sus emocionas aparecen representadas por gestos minimalistas. El modo que tiene de relacionarse con los otros y con su entorno deja ver una personalidad contradictora, es tan indecisa, insegura y temerosa como valiente, resuelta y arriesgada. Una serie exigencias familiares forjaron en ella una rigurosa profesional que persigue como meta máxima el éxito y la consagración. Esa misma exigencia es la que extiende sobre a su alumno e hijo al que le impone una formación musical que probablemente escapa a sus deseos. De manera sistemática, casi mecánica, empuja y presiona a su alumno en nombre de la perfección. Por momentos, la voluntad de pasar los rigurosos exámenes de la escuela de élite parece preocupar más a la tutora que de su aprendiz.

Anna lucha incansablemente por no cometer los mismos errores que sus predecesores, pero irremediablemente cede ante las indelebles marcas del pasado. Todo lo perfeccionista y sádica que puede ser como profesora, es inversamente proporcional al orden que intenta imponer en su vida. En este punto, la maestra compuesta por la realizadora Ina Weisse se emparenta con la inolvidable pianista de Haneke.

La música es el sostén en la existencia de Anna. La eximia ejecución del violín, propia o ajena, es lo que realmente la enciende y motiva. En el devenir musical encuentra el más profundo placer, ese goce que no puede otorgarle ningunos de los hombres de su vida, ni ningún otra cosa u objeto. La música es su refugio y maldición, es a la vez su amor más sincero y su terror más hondo.

La estructura de la película está conformada por dos actos claramente definidos. Una primera parte sumamente atrapante donde los personajes se desenvuelven en el terreno de la incertidumbre, enseñando sus contradicciones y fragilidades y donde el curso de la historia resulta escurridizo capturando definitivamente la atención. Y una segunda parte que se inicia a partir del desequilibro total de la protagonista. En medio de un concierto sus manos temblorosas dejan caer el arco del violín al suelo, de esa manera tan simbólica Anna, deja de tener al sartén por el mango. A partir de ese momento, se acelera su deterioro profesional, familiar y emocional. Hacia el final del film, la tensión meticulosamente construida en la primera parte se diluye volviéndose todo literal.

En su segundo largometraje, la directora alemana Ina Weisse pone en discusión de manera exquisita el problema de los legados familiares y las huellas permanentes que imprimen en las generaciones futuras. A la vez, vierte una oportuna crítica sobre la inútil solemnidad reinante en el mundo del arte y las exigencias y presiones que devienen de ese imaginario. La audición y esa serie de severos exámenes que el alumno debe superar atravesando un camino signado por el sacrificio aparecen solo como excusas para mostrar el propio recorrido de Anna, una vida colmada de imposiciones, frustraciones y pruebas a superar.

Calificación: 8/10

La audición (Das Vorspiel, Alemania, 2019). Dirección: Ina Weisse. Guion: Daphne Charizani, Ina Weisse. Fotografía: Judith Kaufmann. Elenco: Nina Hoss, Simon Abkarian, Jens Albinus, Serafin Mishiev e Ilja Monti. Duración: 99 minutos.

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