Tradición. Con Marea alta de Verónica Chen me resuenan las palabras de Lucrecia Martel: “Espero una película villera sobre la clase media argentina”. Tanto sus dichos como su producción desplazan a los espectadores de sentidos comunes que desde que se trasladan a la pantalla a partir del instante uno del cinematógrafo, instalan una problemática central: el punto de vista. Sentidos comunes que encontraron un catalizador – uno más de la modernidad – para perpetuarse. El problema no es el cine sino el sistema simbólico estandarizado en el tiempo que conforma una tradición por las cuales la burguesía fundante de las imágenes en movimiento continúa su reinado en el grueso de las cámaras del mundo. Aunque en los relatos no esté confirmada la preservación de su statu quo, aun denunciada, parodiada, el punto de vista sigue siendo el de los dueños de la pelota.

Sin embargo, ya pensándolo desde dentro, con el enemigo casi siempre en casa – nosotros, nada de otros -, es justo distinguir en el cine burguesías de burguesías. Analizar por ejemplo si en esa cámara se produce el estado de pregunta. Y más ambicioso, si apunta esa pregunta hecha imagen a modificar el estado de cosas, aunque sea como faro utópico (no es poco; preguntémosle a Godard). Un aspecto central para empezar a despuntar la cosa es ver si esos planos, esa mostración del mundo, esos rostros que los desnudan llevan o no a empatizar con sus puntos de vista. En tal sentido, no solo en la frase de Martel sino sobre todo en su cine el cachetazo a la tradición es más que contundente.

Ambigüedades, no multiplicidades. ¿Por qué el montaje de Martel con Marea alta? Desde una primera aproximación, enel trabajo de Verónica Chen entramos al mundo interno de una mujer de clase media alta para que paulatinamente nos alejemos de ella. Desde aquí, esto no puede sino terminar de cristalizarse en los últimos minutos hasta la escena final. Pero encontramos un problema: si aquellos sentidos comunes se cuelan,los vínculos de los espectadores con el personaje podrían presentarse no tan unificados: la vida te da sorpresas, y sobre todo la posmodernidad. Entonces el montaje con Martel – donde por el contrario la clase alta en decadencia se desdibuja hasta promoverse extraña, ajena, casi perteneciente a otro mundo – me lleva a pensar en dificultades con que la película se encuentra. No desdibujar sino dibujar es la ventana posible no a que se cuelen múltiples lecturas, sino a que los sentidos comunes que pretende combatir Chen ganen la partida.

Sutilezas… El gran escenario es una moderna casa en la costa, una costa que se presenta mucho más amplia aún que la casa, claro. Espacios del afuera y del adentro que habita esa mujer en soledad de unos cincuenta años y que se le presentan cada vez más hostiles conforme se suceden los “hechos”. El entrecomillado es porque aparecen disrupciones en el lenguaje y situaciones que llevan a desconfiar de parte del mundo, o de casi todo. Lo cierto es que en ese dibujo del personaje – dibujo en tanto delineado reconocible como universo burgués habitualmente promotor de la mirada tradicional – lo que se devela como tema central es su subjetividad. Ese es el punto que marca por la positiva la diferencia en Marea alta. De novedoso no tiene nada, pero la idea es llevada a cabo a través de un sutil mecanismo de alteraciones breves en situaciones que cierran con una normalización de las mismas, como si la disrupción no hubiese acontecido.

Laura está en su casa sola; su marido y sus hijos llegarán en unos días. Todo se presenta desde una sospechosa armonía. Tan armónica como su baile en soledad con música que suena de un equipo de audio; inmediatamente dicha soledad se compensa con el capataz de la obra que el matrimonio contrató para que le terminen el quincho del exterior, integrándose. La puerta estaba abierta, el tipo entra y se contornea junto a quien presume como blanco fácil que ya venía tomando unas copas extra de vino. La seducción y acercamiento se produce de inmediato. De ahí el sexo en la cama de ella, hasta que él se queda dormido – ella no pudo conciliar el sueño – y pasamos al día siguiente. Antes de que lo vean sus dos peones a cargo de la obra él debe irse, pero ya llegaron y lo ven. De ahí en más Laura va a convivir con los dos albañiles que acampan al lado de la casa,los días siguientes que dure el trabajo encargado. El nudo se centra en esa convivencia que se va haciendo progresivamente más difícil para Laura. Ellos saben todo lo que pasó, o parecen saber, o lo suponen. Lo importante es lo que ella va organizando desde su mirada. El no saber certeramente hasta qué punto los obreros se avivaron del hecho y hasta donde presume que pueden llegar, conduce a situaciones de tensión. El novedoso y sutil recurso formal es que en esas situaciones conviven dos dimensiones paralelas: el aquí y ahora de los hechos y la subjetividad de quien se percibe acorralada; esta última encapsulada en la otra. Los límites entre tales dimensiones se presentan difusos al carecer las escenas de cambio de registro tanto actoral como formal, como si todo se integrara en una situación unificada. El extrañamiento aparece desde un registro realista donde lo corrido está dado por la incertidumbre sobre si esa escena “es”.

… y trazos gruesos. Por la negativa, el problema que aparece tiene que ver con el modo en que los prejuicios de clase se expresan desde la subjetividad de Laura.

La alternancia entre verdad y construcción a partir de lo que se dice (o parece decirse) y lo que pasa (o parece pasar), lleva a pensar en dos caminos posibles: si lo que prima es el punto de vista poniendo todo en tela de juicio, con ella no sólo se expone su desagradable mirada de clase sino que encima se devela como alguien con cero tacto, cero roce social y un nivel de ignorancia y falta de timing apabullante. Bastan pocos ejemplos: durante una fuerte discusión con el – aparentemente – más pendenciero del dúo de albañiles,ella dice casi a los gritos que no la tutee, a lo que él le responde que ella hace lo mismo. El remate verbal de Laura está al filo de comprometer el verosímil de la situación: lo acusa de «no entender de categorías».Otra: va a su propio baño y encuentra la tabla meada. Más: llega a la noche y se encuentra una festichola en el comedor de su casa con ambos personajes y un par de amigas.

Si todo esto «no es», si lo que se construye es un personaje con profundo desconocimiento de los sectores populares con los que se supone como mínimo alguna que otra vez trató, podemos concluir en favor de esa construcción que la abyecta honestidad brutal de Laura es lo que esta tras la habitual corrección política de esa burguesía que encarna el personaje.

Pero si las situaciones son ciertas, el problema claramente se encuentra en el guion.

Confirmación. Una vez más nos encontramos hablando sobre los mismos sectores. Los dueños de los medios de producción siguen predominantemente regalándonos su psicología, sus conflictos, sus miserias existenciales, sus frustraciones. Pero no son el otro. El otro sigue confinado a la observación, como un primer plano de aquel albañil, cerca del final de Marea alta, presentado casi antropológicamente por medio de la mirada de esa mujer de la cual nos invitaron a alejarnos. Aunque… ¿tanto?

Marea alta (Argentina, 2020). Guion y dirección: Verónica Chen. Fotografía: Fernando Lockett. Montaje: Leandro Aste. Elenco: Gloria Carrá, Jorge Sesán, Cristian Salguero, Mariana Chaud, Héctor Bodoni. Duración: 103 minutos. Disponible en Netflix.

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