Scorsese es grande.

Scorsese es grandioso, más bien. Sus películas lo son.

Killers Of The Flower Moon (Los asesinos de la luna de flores) lo es.

Tres horas y un poco más cuando la película tranquilamente podría haber durado hora y media, dos a lo sumo. No. Tres horas y un poco más de una película financiada por una plataforma digital (Apple TV) que suele renegar de estos metrajes. Tres horas y un poco más como provocación -estética, artística- a la fugacidad de la historia de Instagram, del videíto forzado de TikTok. Tres horas y un poco más para disfrutar a un De Niro gigante -lejos de Brandoni, lejos- y un Di Caprio con todas las intenciones (toda la voluntad más bien) de seguir ese camino hacia el gigantismo artístico.

Scorsese hizo inmenso a De Niro. De Niro a Scorsese. Lo saben. Se lo reconocen mutuamente. Lo transmiten en la pantalla. La química entre ambos es total. Es repleta. Es necesaria. Killers Of The Flower Moon (Los asesinos de la luna de flores) dura tres y horas y un poco más para que no queden dudas de este vínculo, de esta asociación cinematográfica grandiosa.

Años 20. Estados Unidos profundo. La tribu Osage, de Oklahoma, dueña de tierras fiscales (intocables) repleta del dinero del petróleo. Hombres blancos -entre imbéciles, brutos, oportunistas, obsecuentes y delincuentes- que seducen y se casan con mujeres Osage para ratonearles como puedan el dinero y las herencias de ese petróleo, de ese dinero, de esas tierras. Mujeres Osage formando un extraño matriarcado entre familiares y clanes “usando” a estos hombres blancos al mismo tiempo que las usan (que se dejan usar), quizás por morbo, por estatus, por trauma, por soledad. Un tipo: William Hale (De Niro), alto maestre masón, sin hijos, inmensamente poderoso, manipulador, millonario, exterminando a los Osage uno por uno desde las sombras. Otro tipo: Ernest Burkhart (Di Caprio) recién venido de la Primera Guerra, sin muchas luces, sobrino de Hale, seduciendo -por orden del tío- a Mollie (Lily Gladstone) de los Osage para casarse con ella y obtener los derechos de tierra que le corresponden y de dónde saca el dinero que viene del petróleo. Una historia de delincuentes. Una historia más de delincuentes para Scorsese pero lejos, muy lejos de la urbanidad de su New York natal. De esa zona de confort. Acá hay campo por todos lados, acá hay rednecks yanquis por todos lados. Acá hay tiros, alcohol, golpes, maltratos, patotas, pero sin la necesidad de que la mafia italiana los provea o intervenga. Acá hay delincuentes rudimentarios, bobos, pero relativamente efectivos. Acá está la “civilidad” que tanto le gusta desarmar a Scorsese en versión paródica por momentos (sin que la película sea una parodia de nada, pues este caso de los Osage asesinados ha sido un caso histórico y hasta juzgado por la ley), en versión revisionista en otros, en versión patética siempre… En versión, incluso, amorosa.

Notable la química entre Di Caprio y Gladstone en esa versión amorosa.

Notable y, por momentos, el único soporte de una historia mucho más simple que la complejidad que presupone sus tres horas y pico de metraje.

Ernst y Mollie son una historia de amor en medio de una progresión espantosa, horrorosa de muertes, envenenamientos varios, explosiones con dinamita y complots de todo tipo donde el racismo es, apenas, una excusa para obtener el dinero. Lo que le importa a todos allí, blancos u Osages, es la plata. Es el dinero.

El dinero es la tradición, la moral, el dios, el presente y el porvenir de blancos y Osages por más guiños que tire Scorsese para liberar a los Osages de esta oscura obsesión (perversión) capitalista.

Oscuridad y obsesión entonces. Traición. El gran tema gran de Scorsese en todas y cada una de sus películas: la Traición. La bíblica de Caín y Abel; la arlteana de la autohumillación como forma de sentirse vivo. La Traición para Scorsese es necesaria para inspirar cualquier esplendor: toda historia cierra su círculo de trascendencia en la Traición. Si sus personajes no se traicionan, no tienen, en realidad, razón de ser. De ser contados en un film, al menos.

Killers Of The Flower Moon (Los asesinos de la luna de flores) es una película de delincuentes que, como en todas las grandes películas de Scorsese, se terminan traicionando por una extraña inercia espiritual (si se permite el término), mas metafísica que psicológica. Más arcana y misteriosa que racional o especuladora por más que lo racional y lo especulativo sean los arietes con que la ley del Estado (yanqui) interviene en la trama, en la civilidad, en su parodia involuntaria.

Killers Of The Flower Moon (Los asesinos de la luna de flores) es un legado. Uno de los últimos, quizás, del gran Martin Scorsese y su leal escudero Robert De Niro en una época actual donde lo contemporáneo (Agamben dixit) no se atreve, necesariamente, a mediar en la calidad de sus films, de sus químicas, de sus historias.

Killers Of The Flower Moon (Los asesinos de la luna de flores) es, quizás, una obra maestra por todo lo que construyó estéticamente esa historia perversa de los Osages asesinados y su petróleo más que por la historia en sí. Y allí descansa, entonces, el legado antes mencionado de Scorsese: el del cine como una excusa para el cine mismo.

Tres horas y un poco más. Scorsese y De Niro en estado de gracia. Di Caprio buscando (persistentemente) estarlo. Lily Gladstone comiéndose la pantalla por momentos con el descansar atormentado de una mirada que sintetiza las vejaciones de su pueblo, las vejaciones en su cuerpo.

Tres horas y un poco más para apostar por una obra maestra. Por el cine sin mayor ambición que la de construirse a sí mismo como el medio que importa más que el mensaje al decir de McLuhan.

Tres horas y un poco más para que esos delincuentes medio pelo, esos asesinos blancos, torpes, esos amantes legítimos, oscuros, depravados, se consagren a sí mismos en sus vidas despreciables.

Tres horas y un poco más para disfrutar del cine antes que de la plataforma; del Di Caprio ladeando forzadamente la boca para metamorfosearse en Vito Corleone -como bien apunta la siempre inefable Sol Rodríguez-; del De Niro hablando como mesías en idioma Osage durante el velorio de una india que él mismo mató, que él mismo mandó a matar, que él mismo instó a traicionar.

Tres horas para una luna de flores que si uno realmente la quiere ver y admirar, tiene que esperar, inevitablemente, hasta el final. Hasta el minuto final de esas tres horas y un poco más fuera de cualquier zona de confort.

Los asesinos de la luna (Killers of The Flower Moon, Estados Unidos, 2023). Dirección: Martin Scorsese. Guion: Martin Scorsese, Eric Roth, David Grann. Fotografía: Rodrigo Prieto. Edición: Thelma Schoonmaker. Elenco: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Scott Shepherd, Cara Jade Myers, Tantoo Cardinal, Janae Collins, William Belleau, Jason Isbell, Jesse Plemons, John Lithgow, Brandan Fraser. Duración: 206 minutos.

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