Un brindis inconcluso. Dos enamorados brindan al comenzar el año 1973. La convención está cubierta por el tradicional Le jaim de la tradición judía, que significa ¡Por la vida!. Un título que pretende englobar todo el universo planteado por la quinta película del alemán Uwe Janson. Estrenada primero en la última emisión del Festival de Cine Alemán en nuestro país, mereció que Romina Quevedo la pensara desde la concepción de un falso revisionismo. Definición más que atinada: Por la vida derrocha la habitual utilización de uno de los grandes hechos traumáticos de la Gran Historia en función de la captura por lo privado.
Efectivamente, Ruth Weintraub es una sobreviviente de los campos. Su personaje se actualiza en tres etapas: de niña en el momento en que es arrojada por su madre del camión que se dirigía a los campos, y luego salvada de morir por los partisanos; en los setenta, con una carrera como cantante profesional y en compañía de Viktor, el hombre de su vida; y en el presente de la película como una enajenada de sesenta años, con tendencias suicidas y un pasado que parece estar volviendo: Jonás, uno de los peones encargado del desalojo y confiscación de sus pertenencias, es igual a Viktor.
El triunfo del universo privado se produce, sobre todo, a través de la historia de él: un individuo, en principio ajeno a la historia de su país y sus víctimas, pero que capitaliza el vínculo fraternal con Ruth y su historia en función de resolver su presente. Por lo tanto, el eje en la historia de ella le cede el presente de interés a la historia de Jonás: una historia de pareja que no se enmarca ni metaforiza nada en la película que tenga que ver con la historia de Alemania. Más bien, evidencia el triunfo de los clichés más rancios del género melodrama con el telón de fondo, muy al fondo, de las secuelas de la guerra.
De todas formas, un breve diálogo en el psiquiátrico en el cual Ruth se encuentra internada alude al vínculo del presente con el pasado. En el mismo, ella reflexiona: “Cuando era joven, este país quería asesinarme. Ahora que soy vieja, me encierran en un cuarto con ventanas enrejadas. Un cuarto sin bordes afilados ni esquinas, así no puedo matarme”. Jonás responde: “Diría que es un cambio positivo”. Este pasaje ilustra didáctica y casi literalmente los vasos comunicantes entre dictaduras (entendiendo el período hitleriano como una dictadura con votos) y democracias, ambos sistemas sostenedores del sistema capitalista por diferentes vías.
Un espectador atento se encuentra en condiciones, durante el transcurrir de la película, de formularse lo siguiente: ¿Puede un individuo hacer algo para modificar el estado de cosas, o se encuentra condenado a la pasividad, pudiendo solo resolver cuestiones del orden de lo individual? Una categoría opera para anestesiar toda posibilidad de acción; y, en el caso del cine, de pensamiento: se trata de la categoría de víctima.
Imágenes de la pasividad. «Víctima» puede pensarse como una lectura a posteriori. Decir que judíos, comunistas, gitanos, homosexuales, han sido víctimas de un genocidio durante la Segunda Guerra, es una afirmación que contempla la mirada luego de los hechos, los cuales, no cabe duda, existieron. Algo muy diferente es la victimización como política ¿Qué define, en este caso, a la víctima? Su carácter pasivo. La imposibilidad de poder operar sobre circunstancias que se presentan como inevitables. La víctima es alguien que renunció a la lucha, o jamás se la propuso. Hannan Arendt en Eichmann en Jerusalem distingue con claridad a las víctimas en tanto actitud de quienes organizaron la resistencia: “La gloria de la revuelta del guetto de Varsovia y el heroísmo de los otros, pocos, que supieron resistir radicó precisamente en que los judíos renunciaron a la muerte relativamente fácil que los nazis les ofrecían, a la muerte en las cámaras de gas o ante las ametralladoras”.
En tal sentido, la Ruth de Janson se nos brinda como una víctima en todo su despliegue. No sólo desde la narrativa: la cámara que ubica en un eje central muy renacentista al personaje, coincide con una cámara diegética empuñada por Viktor que la filma en aquellos añorados setenta. La cantante cuenta su historia mirando a la/s cámara/s y se quiebra: un plano medio con características de primer plano, dado el trabajo sobre su psicología. De este modo la mirada de Ruth, triste, quebrada, enfrenta al enamorado que no puede dejar de filmarla. Pero también, y sobre todo, al espectador: Ruth se nos ofrece para que nos apiademos de ella a través de la identificación.
Aberraciones. Y por tratarse de una película de género en toda su concepción, la piedad ya instalada en el mundo de la recepción se presenta como una plataforma perfecta para legalizar cualquier acción del personaje, aún las más aberrantes. Ya legitimada Ruth, una decisión fuera de toda ética, justificado por la emoción violenta, aún siendo un impulso, se vació de sentido: la estrategia de la víctima está cumplida. Ya tiene allanado el terreno para, en el caso de ¡Por la vida!, un ajusticiamiento, sin la reprobación del espectador.
El imperio norteamericano promocionándose como víctima a partir de los ataques del 11-S al World Trade Center y las Torres Gemelas opera como justificador de la invasión a Afganistán u otros objetivos. El Estado de Israel como víctima ante el mundo de la barbarie nazi durante la Segunda Guerra justifica el exterminio del pueblo palestino. Algo en apariencia más inofensivo, una película, no es determinante en la formación de la conciencia de un espectador pero contribuye a legalizar actos aberrantes; depende para quien. De hecho, el asesinato que acontece en ¡Por la vida! pertenece a un momento efímero que inmediatamente se ve fagocitado por las situaciones siguientes, y resignado al olvido gracias al alimento del deseo en que la pobre Ruth y el pobre Jonas resuelvan sus vidas.
Con la aprobación de quienes, como espectadores, deciden espiar por la cerradura/cuadro los mundos privados que anhelan, resignando el interés por los acontecimientos traumáticos de una Historia que los involucra aunque no acusen recibo, tales producciones (porque se trata de meros productos) gozan cada vez de mejor salud.
¡Por la vida! (Auf das Leben, Alemania, 2014), de Uwe Janson, c/Max Riemelt, Hannelore Elsner, Catherine H. Flemmimg, Sharon Brauner, 90′.
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