1. Román Maidana (Lautaro Delgado) va una noche al Velvet Bar. En el escenario, una cantante trans (Diego Detona) canta un bolero triste. Román la observa desde la barra. Es un breve instante, casi inapreciable, pero en un momento, la imagen es la de una persona ensangrentada a la que no podemos identificar por la rapidez con que se desvanece.

2. Román duerme en la que fue la casa de su padre, en un catre que arma en una de las habitaciones. En un momento, despierta sobresaltado y cae de la cama: cree que un gallo lo está observando con detenimiento. Pero el gallo no está allí.

3. Román despierta dentro de su auto. Es plena noche y está estacionado frente a una construcción. Ve, entonces, otro auto que llega. Quien conduce el auto es él mismo, y en el asiento de atrás viajan tres mujeres –podemos intuirlo por lo que se ve de sus vestidos- cuyas cabezas están cubiertas por máscaras que simulan cabezas de diferentes animales.

4. Angélica (Rita Pauls) aparece una y otra vez ante Román: en el espejo del baño, en la marcha por el reclamo por la joven asesinada, en la construcción abandonada, en el auto. Así como aparece, rápidamente desaparece.

Las cuatro situaciones descriptas plantean un escenario fantasmal desde el punto de vista que asume la película en lo narrativo. Lo que vemos es lo que aparece como cuñas insertas en la realidad, a partir de la cabeza de Román. Son elementos que, además, se plantean como indicios de algo que ha ocurrido en el pasado y que no se revelará en toda su magnitud. Son piezas sueltas que vuelven al presente del personaje, desconectadas entre sí, casi como una suerte de desvarío aleatorio (sobre todo la primera aparición de Angélica en la que le habla de cuestiones domésticas como los problemas con el agua o el pozo que está tapado) solo conectadas por el personaje.

Algo de ese territorio explorado en La sombra del gallo resulta interesante, en la medida en que lo fantasmal deviene misterioso o asume connotaciones de cierta ambigüedad. La aparición de Angélica en la marcha por Laura Flores parece romper con lo que hasta ese momento tiende a lo alucinatorio: se produce a plena luz del día, se cruza con él en las vías del tren, en un espacio apartado y vacío. Incluso el momento en que la sigue por la noche, por las calles vacías del pueblo, tiene aún una rémora de esa indefinición entre lo real y lo imaginado. Los problemas aparecen no tanto cuando es evidente la visión alucinada –el desdoblamiento del personaje entre el presente en el que ve y el pasado en que es observado-, sino cuando ésta no conduce más que al cierre sobre sí misma. No tiene que ver tanto con la comprensión de relaciones de causa y efecto entre las escenas, sino con la ruptura de la fluidez narrativa de la historia: la entrada de esos elementos disocian en el personaje el estatuto del presente –e incluso del pasaje entre lo real y lo soñado- pero a costa de introducir elementos laterales que funcionan como frenos de la acción. El hecho de que no haya ningún lazo de continuidad implícito entre esas escenas y la narración central debilita a unas y a otras: las escenas pierden peso específico más allá de su propia individualidad y la narración central se convierte en una especie de río que va abriendo cada tanto algún nuevo brazo que no aporta más que un desvío que la mayor de las veces resulta innecesario.

La derivación inevitable de ese planteo es la de un personaje que sostiene la centralidad del relato, pero como si estuviera remontando una y otra vez una cuesta narrativa que nunca puede revertir. Si la utilización sexual de las mujeres en el pueblo y su posterior asesinato parece asomar como el tema que va uniendo a los personajes, lo hace a costa de no poder establecer lazos de mayor conexidad entre unos y otros. Se intuye que Barani (Claudio Rissi) es una pieza clave en ese entramado, pero queda tan en un segundo plano, detrás de lo fantasmagórico, que termina perdiendo un peso que solo la escena del final –tal vez la más poderosa en su efecto como amenaza- parece retomar. De la misma manera opera el interés que muestra Barani en comprar la casa tanto como Bellomo (Diego Alonso) en frustrar la compra por parte de unos chinos: el hallazgo –o no tanto- que hace Román en el piso de la habitación de la casa llega demasiado tarde como para generar un efecto potente sobre el relato, que sirva para complementar el eje central de las mujeres asesinadas. Sin embargo, tal vez sea la relación con Efrain (Alian Devetac), uno de los hijos de Barani, lo que genera más decepciones. Si el momento de la cena familiar a la que asiste Román marca un grado de tensión a partir del cruce de las miradas –y en ese punto la de Efrain quizás sea uno de los grandes hallazgos de la película-, esa sensación se deshace para dar lugar a lo explícito –la persecución un tanto insólita del tramo final hasta la casa apartada a la que lleva a una chica en su moto- o al enfrentamiento directo sin mucha explicación –la pelea en el partido de fútbol-.

Hay algunas ideas que sobreviven, como la circularidad en la que se ve envuelto el personaje –entre el pasado y el presente, entre la salida de la cárcel y la posibilidad del retorno- que se traslada en parte a lo narrativo –al comienzo, Román llega al cementerio para ir a la tumba de su padre; en el final, se descubre un cuerpo en una tumba oculta-. Pero lo hacen en medio de un relato que parece no decidirse nunca entre tomar el camino más tradicional del cine policial, que puede incluir lo fantasmagórico, o un camino más ligado a la trata de personas, a la explotación sexual de las mujeres y a los femicidios. Lo que queda es un híbrido que parece encontrar cierta potencialidad en su planteo inicial, pero que con el paso de los minutos va cediendo en su interés a medida que en lugar de ir desenredando la madeja de la historia prefiere seguir dispersando indicios de algo que nunca se termina de concretar.

Calificación: 5.5/10

La sombra del gallo (Argentina, 2020). Dirección: Nicolás Herzog. Guion: Nicolás Herzog y Gabriel Bobillo. Fotografía: Fernando Lorenzale. Montaje: Leandro Aste y Guillermo Saredo. Elenco: Lautaro Delgado Tymruk, Claudio Rissi, Rita Pauls, Alian Devetac, Diego Alonso. Duración: 85 minutos. Disponible en Cine Ar.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: