Las palabras que dan título a esta nota son de Deleuze y refieren a Godard, pero bien pueden ser aplicadas a las cinéfilas que María Álvarez encuentra en este documental notable. Sólo que estas mujeres, tanto directora como protagonistas, hacen algo mejor, porque dejan de lado toda legitimación intelectual, toda palabra autorizada y culta y convierten ese estado solitario en potencia. Potencia de sí como rasgo vital del movimiento, y potencia de sí como autosuficiencia personal. No hay desprecio por el mundo, aunque les guste ir solas al cine, aunque sean un poco cascarrabias o tengan muy mal humor, como dice Chelo. Tampoco hay imagen idealizada o romántica sobre el cine o sobre el hecho de ser una persona cinéfila. Solo una de ellas establece la diferencia entre salir al cine e ir al cine. Sin desmerecer la primera opción, la película está estructurada sobre esa idea de ir, de ir hacia, de irse de.
Porque a las cinéfilas de Álvarez les importa un carajo el canon (“Rossellini y Bergman, estoy muy harta de ellos”, dirá Paloma) y les importa un carajo la importancia del cine. Van por otra cosa. A Paloma en invierno la casa se le viene encima y se muere de frío, pero en el Doré hay calefacción. En verano hace lo mismo pero por las razones contrarias. Chelo también va a calentarse pero con los chicos guapos que aparecen en pantalla. Las cinéfilas de Álvarez hacen de la idea poética del cine como refugio algo más real, más físico (“¿de qué me voy a refugiar? De mí misma”.). Y aun cuando Álvarez les haga compartir, montaje de por medio, el mismo sueño colectivo de ver una película, las funciones que sus mujeres le encuentran al espacio y al acontecimiento en sí son más prácticas que idealistas, más espontáneas que artificiales. Las cinéfilas de Álvarez son mejores que Deleuze y Godard juntos.
Para las cinéfilas de Álvarez el cine no es más grande que la vida sino que es parte de ella. No son cinéfilas por decisión, no se hicieron cinéfilas. Van al cine porque el cine está ahí, pero también cantan y leen a Proust, más por curiosidad que por prestigio. A alguna de ellas el cine las esperó. Esperó a que los hombres salgan de sus vidas para ocupar su lugar; a otras las encontró. A otras las puso en movimiento. Y ahí está Estela, yéndose a Brooklyn solo para encontrar la locación exacta de una película. A ella no la engañan: sabe que si uno va por Venezuela y dobla a la derecha es imposible salir a Parque Lezama, como también sabe que esa locación buscada nunca será la misma porque lo que falta es el maquillado del blanco y negro de la imagen. A Estela no la engañan, sino que se deja mentir, acaso para seguir viajando: “cuatro mundos en ocho horas”.
A las cinéfilas de Álvarez el cine no las encierra. Van a él pero salen. Porque el cine les enseñó a vestirse, a prepararse para esperar la muerte pero también a vivir bien. Entonces ahí está Lucía, otra uruguaya campeona, que va a la peluquería y se pinta los labios, que sabe cómo y por dónde caminar la calle. Es la estrella, la diva de la película por decisión propia, no por elección de la directora. Sabe que su imagen es perdurable y que ahora hay una película que puede contenerla (“aunque no sirva para nada, pero quedo viva”). Ese tipo de eternidad es la que le interesa, la que rechaza es la otra, la real, la rutinaria, la de la permanencia al lado de un hombre para siempre. Por eso le gustan las películas de Konchalovsky y las de Resnais, por eso le gustan las mujeres de izquierda como Leopoldina, otra cinéphila encantadora, y por eso rechaza la de Mel Brooks con Nicholson y los amores machistas del cine japonés.
A las cinéfilas de Álvarez el cine les enseñó a salir, les enseñó a irse y a percibir la vida de otro modo: Paloma al atardecer, en la terraza de su casa en Madrid contándole a la directora que si uno mira con atención la puesta de sol, el último rayo de luz puede ser verde. Lo importante es esa experiencia, no citar a Rohmer. Lo importante es dejar en claro que la sugerencia que Norma le hace a la directora acerca de cómo empezar la película no es de ella sino de Y la nave va, y no señalar que su director es Fellini.
La relación de las cinéfilas de Álvarez con el cine es más intuitiva que racional. Y si todavía hoy siguen yendo a las salas es porque aún creen en la posibilidad de la identificación, porque de algún modo sospechan que allí hay algo que ellas desconocen de sí mismas, que acaso no sea otra cosa que el futuro. Una imagen posible del futuro. La de la propia directora pero también la de nosotros: Estela se fue a Brooklyn a buscar una escena y yo no puedo más que pensarme en Lisboa hace unos años, buscando un plano de De Oliveira. ¿Seguiré siendo ese tipo de cinéfilo o empezaré a ir al cine para abrigarme? ¿Seguiré tachando programaciones y marcando mapas o terminaré esperando fuera de la sala a la persona encargada de cuidarme? Es probable que más de uno se haga estas preguntas al encontrarse con Las cinéphilas. Y eso en una película que en ningún momento intenta imponer una mirada o una forma de estar en el mundo, donde la interpelación se da por el interrogante que se abre antes que por la afirmación de verdades universales, es todo un logro.
Las cinéfilas de Álvarez son líneas de fuga zigzagueantes, pero no subterráneas como el Godard imaginado por Deleuze; son líneas de fuga visibles, dispersas alrededor del mundo (Buenos Aires, Montevideo, Madrid) pero unidas por una idea de libertad mucho más palpable que cualquier percepción romántica de la vida y mucho más sincera y espontánea que cualquier artificio o postura snob, tan de estos días, tan de festival. Porque estas mujeres, al igual que lo que ocurría con los protagonistas de ese documental extraordinario de Carlos García y Alfredo Slavutzky que se puede ver en Youtube, son también cinéfilas a la intemperie. Y ahora, felizmente y parafraseando a Eduardo Rojas (otro cinéfilo que se expone siempre), tienen una película que las cobije.
Las cinéphilas (Argentina, 2018). Guion y dirección: María Álvarez. Fotografía: Tirso Díaz. Edición: María Álvarez. Elenco: Lucía Aguirre, Norma Barbaro, Estela Clavería. Duración: 74 minutos.
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