El tiempo es el gran protagonista de La ley de la calle. Desde los innumerables relojes que marcan y pautan las imágenes con frecuencia expresionistas de Coppola, hasta las sombras y la luz –aceleradas- que reflejan y separan los distintos días y las diferentes noches donde la tragedia tiene lugar.

El sol cae a plomo sobre los cristales de un edificio. Una escalera de incendio se alarga, infinita, en las oscuridades de una pared, las veloces nubes huyen hacia destinos indescifrables, y todo, el sol, la sombra, las nubes, enmarcan los fulgores intermitentes de los protagonistas, por cierto distintos entre sí.

Es que metidos en el tiempo, como Rusty James, o fuera de él, como El muchacho de la motocicleta, los protagonistas y los secundarios luchan y viven y mueren en el espacio que su propio tiempo personal les permite.

Me explico: Rusty James, hermano menor de El muchacho de la motocicleta, se debate en el tiempo cotidiano. Con los otros, y con él mismo. Tiene a su hermano como héroe pero por razones equivocadas: piensa, cree, que llegar a ser lo que el otro fue alguna vez –jefe de pandilla en el barrio, referente indiscutido para todos los otros jóvenes- es la meta superior que puede plantearse. “Sos como el flautista de Hamelin –le dice a su hermano-, todos te seguirían”. La respuesta del Motorcycle Boy es devastadora para sus esperanzas: “Para que te sigan a algún lado hay que tener un lugar adonde ir”.

Esta es la dicotomía, la confrontación dramática, y trágica por lo ineludible, que separa a ambos hermanos. Rusty James está entre los humanos y sus humanas apetencias. El poder como contrapartida de una vida que se le antoja menor es el escape que busca sin entender: ni lo que su hermano representa ni lo que su padre le explica. Su vida transcurre entre la pandilla, el trabajo, el colegio y su noviazgo con una muchacha de clase media que cumple fielmente con los mandatos de su familia y de su clase. Este círculo repetido, que Rusty James repite con obsesiva fruición y disimula con aparatosa y poco eficaz virilidad, lo instala en el tiempo de los hombres. Su sueño para después de la muerte consiste en que la novia llore y sus amigos digan que era el mejor y el más fuerte. Vuelto a la vida, después de una secuencia de estremecedora humanidad, continuará su deambular confuso y anhelante a la vez.

Su padre, un borrachín vocacional pero un lúcido observador de la compleja realidad, se lo explica. Le dice, en relación a su hermano: “a vos te entienden los hombres, Rusty James. Esa es toda la diferencia”. Por supuesto, Rusty James no comprende qué significan esas palabras, se acerca a su hermano y asegura que, cuando sea mayor, será como él. El padre lo mira y con compasión dice, en una de las secuencias más acongojantes del film: “Ruégale a Dios que no sea así”, y agrega: “Pobre bebé”, refiriéndose a su hijo mayor.

Es que El muchacho de la motocicleta, como un Cristo moderno (en la acepción de Rimbaud: Sin tiempo; o lo que es lo mismo, Siempre, una y otra vez) debe beber de un cáliz inevitable.

El padre, una vez más, explicándole a Rusty James: “Rusty James, cada tanto nace alguien con una visión distinta de la de los demás. Eso no los hace locos. Una percepción aguda no te hace loco. Aunque, a veces, una percepción aguda puede volverte loco. Tu madre no estaba loca, y a pesar de la creencia popular, tu hermano tampoco lo está. Le tocó el papel inadecuado de la obra. Nació en una era equivocada. Del lado incorrecto del río. Pero tiene la habilidad de hacer todo lo que quiere, y no encuentra nada que quiera hacer. Y me refiero a nada”.

Motorcycle Boy es el “loco” de la historia y de la Historia. El de la historia de la película Rumble Fish y el de la Historia que el film nos muestra con inabarcable piedad. El “loco” de todas las épocas. Cristo y el Quijote juntos en el devenir del Tiempo. Cuando el padre dice que nació en una era equivocada se refiere a todas las eras, a todos los tiempos. El loco es el poeta indescifrable para la gente del común. El hombre de la percepción aguda, el Van Gogh que será reconocido cuando ya no importe, el sensitivo que por su percepción aguda puede volverse loco aunque no lo esté.

Por eso, no hay relojes que pauten la conducta de Motorcycle Boy, y cuando lo hay no tiene agujas: otra vez, el Tiempo sin tiempo del devenir infinito. La pregunta es: ¿Por qué el reloj sin agujas aparece junto al policía represor y asesino? Porque ese bicho criminal también es de todas las eras. Es la mano armada que pone “cordura” en el campo puesto en peligro por el poeta. Es decir, por el loco. Pero esa mano armada es la representación simbólica del director del colegio, de los horarios impuesto en el trabajo, de la madre que exige que su hija tenga un novio como el que tuvo ella, de la novia que recrimina la libertad del otro, y termina su papel adulto y, por lo tanto, “responsable”.

Es el tiempo de los hombres –con sus horarios, sus obligaciones, sus limitaciones- versus el Tiempo de los dioses, o de los poetas. Arbitrarios, vagos (porque vagan en el tiempo) e inapresables como la libertad.

Es, también, y para decirlo con palabras de Henry Miller, el tiempo de los asesinos. Un Tiempo de todos los tiempos. Un orden que privilegia el crimen cotidiano de la belleza y de la libertad en aras de lo establecido. Del mandato que las sociedades se autoimponen por beneficios de extraño designio. La percepción aguda de Motorcycle Boy registra que los hombres se matan en las peceras de la vida cotidiana como los “Rumble Fish” lo hacen en cautiverio. De ahí que un hecho caprichoso (liberarlos pese a la presencia amenazante de la policía) se transforme en un acto trascendente: al liberar a los peces, Motorcycle Boy acepta su cáliz y con él su destino (no es aventurado señalar que, fiel a su cultura, Coppola remite con esta escena al origen del cristianismo: los peces son el más antiguo símbolo cristiano y, recuérdese, Cristo recogió a sus apóstoles entre los pescadores).

Rusty James, en tanto, comprende, oscuramente y por el amor a su hermano, que la liberación de los peces debe ser llevada hasta el final. Es el momento de la conversión, guiado por el camino que Motorcycle Boy le ha señalado. La llegada al océano, en un plano casi irreal, fuera del tiempo vivido por Rusty James hasta ese momento, lo coloca en otra dimensión. No será vano un verso de César Vallejo para explicar esto: “jamás tan cerca (Motorcycle Boy, su hermano) arremetió lo lejos (el Tiempo, la Poesía, la Eternidad).

Los otros continuarán por la vida según el papel que les ha tocado en el reparto. La mayoría, haciendo banales comentarios o ejerciendo piadosas banalidades; el padre de los hermanos, refugiándose en la botella (no por negador, sino por extrema lucidez); el negro amigo, arrodillado por saber que ha asistido a un crimen de alcance religioso. La vieja novia de Rusty James y su viejo amigo, ahora nueva pareja, dispuestos a dar la espalda a esa batalla inmemorial para seguir con la batalla de todos los días: el casamiento, el trabajo, la adecuación rutinaria a la realidad cotidiana. Todos ellos, de algún modo han encontrado su lugar. También Motorcycle Boy con su “loco” acto. La aquiescencia absoluta es la libertad superior, aunque conlleve la muerte. Sacar los peces y llevarlos al río desatará la furia asesina y Motorcycle Boy lo sabe, ¿pero quién no habrá de morir? En la aceptación de su locura, contra toda opinión ajena y vulgar, Motorcycle Boy marca el camino a Rusty James, heredero natural de ese destino. Por eso, el film cierra como se abre: Motorcycle Boy reina, dice una flecha al comienzo, una flecha en sentido contrario a la actividad de los otros y la misma leyenda aparece sobre una pared al final, a espaldas de los curiosos que se han acercado a su cadáver. En la dirección de esa leyenda, de esa escritura, se encamina Rusty James. Hacia el océano, ese lugar final, último, que Motorcycle Boy le ha señalado.

Otra vez Henry Miller: “En su desolación, en sus sueños de amor o en su falta de amor, los hombres perdidos se dirigen siempre hacia las riberas. En la inmensa deriva de la noche, el silbo de agonía de los atormentados queda ahogado por el murmullo de la más pequeña corriente de agua. La mente, vaciada de todo por el susurro de las olas, se apacigua. Rodando con las olas, el espíritu que estaba acosado acaba por plegar las alas”.

“¡Las aguas de la tierra! Niveladoras, sustentadoras, confortadoras. ¡Aguas bautismales! Junto con la luz, el elemento más misterioso de la creación”.

“Todo desaparece devorado por el tiempo. Las aguas permanecen”.

Lo que no ha de desaparecer es La ley de la calle, Rumble Fish, el film de Francis Ford Coppola. Porque se ha instalado fuera del tiempo y pertenece al Tiempo. Lo sustenta la metáfora de las aguas bautismales, niveladoras y confortantes de las que habla Miller, y lo recorre, como si fuese su propia materia vital, la luz, el otro gran misterio de la Creación. La luz en blanco, negro y color que ilumina su celuloide y nos ilumina más allá de nuestra conciencia y de nuestra capacidad de comprensión.

Es el poema en estado puro, prescindente de las ideas y de la razón. Un movimiento, una música si prefieren, impresa en celuloide, que late con el son íntimo de su creador terrenal, Coppola, pero también con el vasto, inaprensible latido de Dios.

Rumble Fish nos remite a un Tiempo de eterno presente y no nos ubica en ninguno. En blanco y negro en la época de los colores chillones, susurrado y recogido en la época de los Rambo y los efectos especiales, con vaga iconografía de los años cincuenta –cuando proliferaron las pandillas en el cine- pero con lenguaje de los ochenta. Absolutamente contemporánea en los rostros de los actores y, a la vez, con un pie en el expresionismo y en el cine de Orson Welles. Un film clásico, de ayer y de hoy, y un film para ver dentro de mil años, en otro estado de la evolución humana.

Frente a Rumble Fish, es posible evocar uno de los versos más sencillos y bellos de Arturo Rimbaud, otro “loco” iluminado que ha parido el Tiempo:

Se encontró

¿Qué? La eternidad

Es el sol junto al mar

Estos versos cerraban Pierrot, le fou (Pierrot, el loco) de Jean-Luc Godard, otro film lleno de agua y de luz. Y si en Rimbaud la eternidad es diáfana, es la luz (el sol) junto al agua (el mar), también queda claro que, a los poetas, Dios los cría y el Tiempo los amontona.

Este texto fue publicado en el N° 1 de La videoteca del Dr. Caligari (mayo de 1994) , revista que acompañaba la edición en VHS de la película.

La ley de la calle (Rumble Fish; Estados Unidos, 1983). Dirección: Francis Ford Coppola. Guion: Francis Ford Coppola, S.E. Hinton. Fotografía: Stephen H. Burum (B&W). Música: Stewart Copeland. Reparto: Matt Dillon, Mickey Rourke, Diane Lane, Dennis Hopper, Nicolas Cage, Vincent Spano, Diana Scarwid, Chris Penn, Tom Waits, Laurence Fishburne, Sofia Coppola, William Smith, Michael Higgins. Duración: 94 minutos.

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