CRISTOLOGÍA ITALO-AMERICANA. Principios del año 1972. Martin Scorsese se encuentra inmerso en el rodaje de su segundo largometraje, Boxcar Bertha, un drama político ambientado en un Estados Unidos sumida en esa crisis económica mundial conocida como la Gran Depresión. Entre escena y escena la actriz Bárbara Hershey -protagonista de la película y futura María Magdalena- le presta un libro al director asegurándole que será de su agrado. El libro en cuestión es La última tentación de Cristo (1953), del escritor griego Nikos Kazantzakis, una novela que relata en clave de ficción histórica alterada los últimos días y la pasión de un Jesús más humano y terrenal que el que enseña la Biblia, un hombre lleno de defectos, dudas y emociones. Scorsese se encontró absorto en las páginas del libro, emocionado gracias a la genialidad del novelista, tanto que antes de finalizarlo ya estaba convencido de que tenía que adaptarlo al lenguaje cinematográfico.

Diez años después de aquella proverbial lectura, Martin le encargaría a Paul Schrader -su guionista habitual- la adaptación de la obra de Kazantzakis. Schrader trabajó con gran velocidad, y en menos de cuatro meses las seiscientas páginas de la novela se habían convertido en un guion cinematográfico de noventa páginas. En total fueron ocho versiones con diversas reescrituras a cargo de Jay Cocks, quien se dedicó más que nada a perfeccionar los diálogos, el tratamiento de varias escenas y darle más fuerza al personaje de Pablo de Tarso (Harry Dean Stanton).

La producción no fue fácil y finalmente quedó en manos de la Paramount, confiados en que, una vez finalizado el rodaje de The King of comedy (1983), Robert De Niro aceptaría el papel de Jesús. Lo cierto es que en última instancia De Niro rechazó el papel, aduciendo que no se parecía en nada a Cristo, aunque lo cierto era que se le encimaba con el rodaje de Once upon a time in America (1984), la obra maestra de Sergio Leone. Teniendo en cuenta la posterior interpretación de Jesús a cargo de Willem Dafoe, no hay dudas de que fue una de esas jugadas del destino que terminan beneficiando al cine.

Si la violencia, la culpa y la redención son algunos de los tópicos más usuales en la filmografía de Scorsese, el relato de los últimos días y la pasión del mártir cristiano no podía ser más que un vehículo ideal para llevar a la pantalla las particulares ideas cristológicas del director. “Yo tenía la necesidad de hacer este film, a fin de poder discutir, interpretar, encontrar la paz…”, dijo alguna vez el director sobre la génesis de la película. “La realización de este film ha sido para mí la experiencia más física que jamás haya tenido, mucho más que una experiencia espiritual. Pero más tarde, mirar lo que habíamos rodado y reconstruido en la sala de montaje ha constituido una experiencia hecha de emoción y de amor”.

Scorsese se obsesionó con adaptar el libro de Kazantzakis porque sabía que esa representación de un Cristo más humano -aunque sin negar su divinidad en ningún momento- le era más accesible, más cercana a su idea del redentor de los hombres y mujeres de la Tierra. Esa dualidad humano-Dios era lo que más le interesaba, el contraste entre su lado divino al que le cuesta comprender lo que su faceta como humano -perdida y turbada por la fuerza de sus emociones terrenales- tiene la obligación de hacer. Entendió que estas peripecias de un Jesús “neurópata e incluso un poco psicópata” (Scorsese dixit) no diferían demasiado de los cambios de atmosfera y psicológicos que se pueden leer en breves ejemplos de los Santos Evangelios. “La belleza del libro consiste en que Jesús conoce todas las debilidades humanas antes de convertirse en Dios. Por eso podemos identificarnos con él”, asegura Martin Scorcese.

El protagonista es, entonces, un mesías frankensteniano confeccionado a partir de diferentes piezas, con partes de los cuatro evangelios canónicos y partes de los evangelios apócrifos, lo que da como resultado un personaje conflictuado, dubitativo; en fin, humano. El Jesús de La última tentación de Cristo no se siente digno de la misión encomendada por su padre y muchas veces es guiado y empujado a la acción por sus discípulos, en particular por su amigo y apóstol Judas Iscariote -interpretado por un extraordinario Harvey Keitel-; hombre fuerte, violento, decidido, pero con la capacidad de sentir empatía por su redentor, amigo y maestro.

El padecimiento y la lucha del Cristo retratado por Scorsese se suceden a un nivel existencial. El dolor de los golpes físicos se acentúa en el vigor de los conflictos internos de un ser divino dotado con atributos y defectos humanos. Las escenas epifánicas, de alto nivel onírico y psicodélico, no se diferencian demasiado de lo que podría ver y oír un enfermo mental en plena alucinación. El mismo Jesús duda de su condición mental, haciendo dudar al espectador, que con toda razón podría preguntarse: ¿es este un hombre esquizofrénico o el verdadero hijo de Dios?, ¿son reales los milagros que realiza o se trata más bien de creaciones exageradas y amplificadas por el imaginario colectivo de la época?

Pero es a partir del segundo punto de giro -el primero es el que todos conocemos: Jesús deja de ser un simple carpintero para transformarse en EL profeta- cuando el relato cambia radicalmente y se aleja de la imagen clásica de Jesucristo, la que se suele enseñarse en colegios e iglesias occidentales. Martin Scorsese se propone deconstruir el devenir divino de Jesús y demoler la mitología delineada por los Evangelios canónicos y las religiones posteriores.

Hablamos de un verdadero deus ex machina, en todo sentido. Este recurso narrativo nacido en el teatro griego proponía una especie de solución “mágica” al conflicto principal en el momento en que, descendiendo con la ayuda de una grúa (machina), algún dios del Olimpo (Deus) bajaba flotando al escenario y corregía el problema con sus poderes, o le otorgaba un giro inesperado -pero nunca inverosímil, y ahí estaba el truco- a la trama.

En el caso de La última tentación de Cristo, al tratarse de una ficción, el deux ex machina se transforma en un verdadero meta-recurso: desde el punto de vista de la estructura del  guion se utiliza esta herramienta “mágica” que introduce al dios desde la máquina para que origine un punto de giro inesperado al relato, y desde el punto de vista del personaje dentro de la ficción es el mismo Dios quien baja desde el cielo ataviado como ángel de la guarda -o al menos eso es lo que él cree- para cambiar su devenir de manera drástica.

Y es este punto de giro, esta modificación radical de los acontecimientos narrados en la Biblia, lo que generaría el terremoto de controversias: desde grupos de fanáticos religiosos intentando boicotear la película cuando apenas era un proyecto en ciernes hasta el propio Juan Pablo II y la Madre Teresa de Calcuta pidiendo censura; arranques de ira y violencia indignada en las salas donde se exhibía el film e incluso la prohibición de su exhibición en varios países -incluidos Bulgaria, Filipinas y Singapur, donde aún sigue siendo una película prohibida-.

Cristo enamorado. Cristo engañado por su peor enemigo. Cristo, el humano. Cristo, el redentor que huye.

A pesar del limitado presupuesto para las necesidades de una producción de época y épica -se dice que, entre otras cosas, Keitel y Bowie actuaron por una suma de dinero simbólica -, es una película técnica y narrativamente impecable. Puede que algunos efectos especiales acusen esa carencia de presupuesto, pero la sublime fotografía a cargo del experimentado Michael Ballhauas -antiguo DF de Rainer W. Fassbinder quien ya había trabajado con Scorsese en After hours (1985) y The color of money (1986)-, la pericia de un director que domina la narración a través de la puesta en escena y un ritmo exacto, y las sobresalientes interpretaciones de dos de los personajes históricos -si consideramos el contenido de la Biblia como historia y no como mitología cristiana- más reconocidos por casi todas las culturas en el mundo a cargo de Willem Dafoe y Harvey Keitel en las que tal vez sean las mejores actuaciones de toda sus carreras, hacen de esta una película de culto, a la altura de lo mejor de la filmografía del director ítalo-americano.

Es innegable que, a pesar de ser una película en extremo controversial -la más controversial de la carrera de Scorsese, qué duda cabe-, La última tentación de Cristo es una obra de culto, verdadera película de autor, original y subversiva. Todavía levanta polvo y genera controversias, aún sigue siendo revisitada y analizada, odiada por los fanáticos religiosos, amada por los cinéfilos. Los perros ladran. La última tentación de Cristo y Martin Scorsese siguen cabalgando.

*Bibliografía consultada: Martin Scorsese, de José Enrique Monterde.

La última tentación de Cristo (The last temptation of Crist; EE.UU; 1988), de Martin Scorsese, c/Willem Dafoe, Harvey Keitel, Barbara Hershey, Victor Argo, ‘164.

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