Go Go Tales es la película más libre de Abel Ferrara. Una de las más luminosas y festivas de su filmografía. El mundo de los clubes nocturnos, y las relaciones humanas que estos encierran, es mostrado aquí con una libertad formal que prescinde de la sordidez y la oscuridad típicas de esos antros para concentrarse en una mirada más fraternal, que no elude lo superficial pero que tampoco cae en sentimentalismos ni nostalgias. La relación que se establece entre el afuera (el día) y el adentro (la noche, el espacio) se conecta de manera directa con la frivolidad de los espectáculos que se ofrecen en el escenario del Paradise, night club neoyorquino regenteado por Ray Ruby (Willem Dafoe), y lo que sucede tras bambalinas con los problemas cotidianos de las chicas y el resto del staff.
Go Go Tales funciona como una reescritura en clave cómica de la maravillosa y crepuscular The killing of a chinesse bookie, de John Cassavetes: ambas comparten la mirada idealista y romántica sobre el valor artístico de ese mundo deslegitimado y de dudosa naturaleza. Ambas se concentran, aunque con distintos matices, en el costado humano de las historias. Tanto Ray aquí, como Cosmo Vitelli (enorme Ben Gazzara) en aquella, manifiestan una preocupación y un cariño permanente por sus chicas. Ferrara y Cassavetes coinciden en conformar una idea de comunidad, de hogar familiar alrededor de sus clubes nocturnos, y eligen priorizar las problemáticas internas, esas que la claridad del día arrastra hacia la noche, antes que poner el foco en las relaciones que sus mujeres puedan establecer con los eventuales clientes (“se puede ver pero no tocar”, los alertan). Así, entre show y show, se van entremezclando los inconvenientes para pagar el alquiler, los sueldos que las chicas reclaman y que parecen no llegar nunca, el embarazo de una de ellas, las relaciones madre-hijo, etc.
Lo que también liga a ambas películas es esa cuestión de fe: fe en los sueños, acaso mínimos, limitados, pero sueños al fin, la creencia y la ilusión (y la creencia en la ilusión) que, en el caso de The killing… necesita del sacrificio del cuerpo para sostenerse, mientras que en Go Go Tales el azar y la suerte juegan un papel tan absurdo como fundamental.
Ray cree en el paraíso, en su paraíso, en algún momento alguien lo llama Ray de Hope (rayo de esperanza), pero para que su edén nocturno se mantenga en pie hace falta dinero verdadero, ese que pone su hermano Johnnie, un tanto ya harto de una situación que parece insostenible, y no de los dólares que los clientes colocan en la cintura de las bailarinas, los cuales son falsos, a tal punto que llevan impresos el nombre del club en su superficie (si en The killing… Gazzara se mostraba complaciente con sus criaturas, en Go Go… Dafoe se muestra caritativo pero deja entrever cierto recelo y desconfianza de sus chicas). Por eso es que Ray necesita acertar los seis números que ha jugado a la lotería, los cuales terminan saliendo en una escena que combina e iguala el espíritu lúdico del azar con la solemnidad de una ceremonia religiosa de un modo casi inverosímil: Dafoe, prácticamente de rodillas, mira al televisor, que también es la cámara, y parece hacernos partícipe de su sueño, nos pide que hagamos fuerza por él, que recemos, que creamos. Nos compromete. Lejos de la ambición, lo de Ray parece puro romanticismo; el aspecto caricaturesco, extrovertido y un tanto desenfocado de Dafoe, impide la identificación total con su personaje, pero ese aire clownesco que lo rodea, no exento de una vaga melancolía, permite generar cierta ternura, cierta empatía.
Lo que diferencia a Go Go Tales de The killing… es la base formal sobre la que descansan cada una de ellas. La película de Cassavetes emana un aire de melancolía y fin de ciclo que se trasluce incluso en el rostro y los ojos algo tristes de Ben Gazzara, un hombre sensible a los afectos (una de las bailarinas es su novia) que resiste y que es capaz de vivir con un bala en el estómago con tal de que su “caballo loco del oeste” (así se llama su night club) siga galopando. Por su parte, el tono de comedia que sobrevuela Go Go Tales se impone naturalmente, evitando caer en dramatismos: el humor aparece allí cuando un doctor descubre que su mujer es una de las Go-Go dancers del Paradise; aparece cuando, paradójicamente, el billete ganador desaparece; cuando la cama solar, que broncea a base de neón, se prende fuego; cuando el perro de una de las chicas, adoptado ya como mascota del local, se come los hot-dogs que un rato antes el cheff andaba ofertando por el salón; cuando el hombre cangrejo se lleva (a comer cangrejo) a un grupo de turistas que por equivocación se habían metido en el club; cuando la dueña del local, una señora un tanto afectada, reclama a los gritos, una y otra vez, el pago atrasado del alquiler. El humor de Go Go Tales no invita a la carcajada, pero se sostiene y funciona gracias al absurdo y la ternura de un mundo cerrado (y por lo tanto mítico) que se resiste a perder su espíritu libertario, tema que Ferrara continuaría profundizando en su siguiente película, Chelsea on the rocks.
Go Go Tales (EUA/Italia, 2007), de Abel Ferrara, c/ Willem Dafoe, Bob Hoskins, Asia Argento, Mathew Modine, 96′.
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