El cine de Corea del Sur, se sabe, es el cine más sufrido del mundo. Ya sea en comedias, en dramas históricos o en cualquier otro género, los coreanos parecen transportar siempre un trasfondo de melodrama irredento, vasto, inconsolable. Ni hablar cuando abordan decididamente el género del melodrama. Alive es un nuevo melodrama de la Tierra del Sufrimiento Eterno, pero esta vez la cosa trae un sabor distinto. Si el melodrama, como género, supuso siempre por lo menos un cierto grado de artificialidad y pasionalidad exacerbada, Alive nos ofrece lo que en principio se plantea como un melodrama realista: los personajes, sus historias, sus ambientes, su estilo cuasi documental llevan la marca de un cine que pretende ser cercano a la realidad. A esto se suma un fuerte trabajo sobre los aspectos físicos del mundo: el frío, el esfuerzo por mover cosas pesadas de un lugar al otro, el viento, el dolor (con una muy fuerte, difícil escena sobre el principio), la dificultad para ganarse el pan. A todas las penas de estos personajes de clase baja, huérfanos, desposeídos, atravesados por la muerte y el desconsuelo se suma, además, la desgracia en forma de enfermedad psiquiátrica. Todo esto compone, junto con la larga duración de la película, una experiencia difícil para el espectador, quien solo podrá atravesarla si está dispuesto a sufrir también.
Pero, de nuevo, nadie sabe cómo sufrir mejor en la pantalla que los coreanos e incluso si las desgracias se van componiendo y desgranando a lo largo de casi tres horas, si todo es gris y desolado, si no hay salida posible para esta existencia, Alive sale adelante gracias a esa sinceridad coreana que sabe mirar el dolor a los ojos y no ofrece ningún tipo de doblez o timidez. Alive, como buen melodrama coreano, no siente vergüenza por su propuesta; al contrario, sobre lo que se nos propone sigue construyendo, armando, llevando las cosas hasta el extremo.
En el medio de todo ese dolor, de toda la solidez de ese mundo duro, áspero, concreto, la película logra algunos momentos de una potencia sorprendente.
Alive (Sanda, Corea del Sur, 2014), de Park Jung-bum, 179′.
A estas alturas ya resulta más que evidente que el señor Johnnie To puede hacer básicamente cualquier cosa. Si hasta supo armar una tragedia de alto vuelo y tensión con la crisis de la bolsa de valores en Hong Kong (Life without principles) desde una perspectiva puramente concreta, nadie puede realmente sorprenderse de que le basten a To un par de ideas sueltas para construir una gran película: alguna estructura de triángulo heredada de la primera Don’t go breaking my heart, el pulpo Paul que supo predecir resultados de partidos de fútbol en algún mundial pasado y la habilidad de un personaje para trepar por superficies verticales.
Si ya incluso el gran To logró en su vasta filmografía filmar una secuela que era mejor que su primera parte (Running out of time 2), no es exactamente este el caso; es probable que la primera Don’t go breaking my heart sea una mejor película: más fresca, más divertida y cargada (mejor) de una emotividad más llana. Frente a la claridad de esa primera parte, Don’t go breaking my heart 2 puede resultar un poco más confusa, bastante más derivativa y un poco menos juguetona.
Eso no quiere decir que Don’t go breaking my heart 2 no sea una gran película; se trata, simplemente, de una película más abstracta, menos comprometida con sus personajes. El grado de abstracción de la película se percibe con una simple constatación argumental: el nivel de enredo de los triángulos amorosos cruzados llega a niveles desquiciados. Liberado de la necesidad de contar la historia de ese amor (que vimos desplegarse plena y detalladamente en la primera parte), To puede entregarse a los juegos, a las idas y vueltas, a los enredos que tan alegremente sabe construir. La primera parte de Don’t go… 2 se disfruta precisamente por eso: liberada casi de la necesidad de contar algo, la película vuela, juega, cita, crea, inventa, gira. Pero promediando el metraje, de pronto To decide volver a centrarse en sus personajes (esos que casi no construyó) y en seguir sus pasos para desenredar los hilos de su trama. Es entonces donde la película se vuelve más plana, un poco más mecánica, no menos sincera pero sí menos fuerte.
Así y todo, las creaciones de To siguen siendo inigualables.
Don’t go breaking my heart 2 (China/Hong Kong, 2014), de Johnnie To, 113′.
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