Calvario inicia con una primera escena contundente: un fundido de apertura nos va mostrando, gradualmente, al padre James (Brendan Gleeson), en un plano cerrado, encuadrado al centro, casi meditando. Se oye el sonido de pasos y una puerta que se abre; entonces el sacerdote parece despertar repentinamente de su letargo y corre la ventanilla del confesionario. Una voz en off sentencia: “La primera vez que probé semen fue a los 7 años de edad. ¿No tiene nada para decir?”. El padre James piensa unos segundos y responde. “Como comentario de apertura, es asombroso”. Indudablemente la respuesta de James interpreta el pensamiento del espectador y lo introduce en la narración, generando un ida y vuelta entre el espacio ficcional y nuestro espacio real fuera de la pantalla. El personaje oculto tras el espacio off le confiesa que fue abusado sistemáticamente por un cura durante varios años y, como ese cura hoy está muerto, solo podrá encontrar expiación asesinándolo a él, un sacerdote inocente.
Una manera más que interesante de introducir a protagonista y antagonista en la diégesis del relato, utilizando la división de la información de manera que el personaje principal sepa más que el espectador. A partir de aquí la atención del espectador estará puesta en descubrir cuál de los excéntricos vecinos de James es quien lo amenazó de muerte. El espacio fuera de cuadro –que cobra una relevancia fundamental en esta primera escena- es un recurso que no se vuelve a utilizar a lo largo de la película, aunque no será la única vez que las preguntas y respuestas de los protagonistas interpelen directamente al espectador.
En el año 2006, la película Líbranos del mal (Amy Berg, 2006) puso en alerta a la comunidad eclesiástica, que quedó en jaque una vez más ante el mundo entero. El documental relata las aberraciones que cometió durante veinte años, en los Estados Unidos, el sacerdote irlandés Oliver O’Grady, un abusador de niños encubierto por la misma iglesia católica. Calvario, que traslada la historia a un pequeño pueblo irlandés, está parcialmente inspirada en aquel indignante caso.
Haciendo acopio de todos los ingredientes que suelen encontrarse en las historias de pueblo chico/infierno grande -un recurso muy utilizado pero siempre efectivo- John McDonagh construye una película con toques de humor negro sutil -lejos del humor ácido de El irlandés-, en la que protagonista y espectador tiene diferentes conflictos que resolver: mientras que el Padre James se transforma repentinamente en el redentor de un pueblo lleno de pecadores e infieles, se propone dejar su vida –pero principalmente su conciencia- en paz por si acaso la muerte se lo llevara, a la vez que lucha con un conflicto interno que lo hace debatirse entre denunciar a quien lo amenazó de muerte y dejar que los acontecimientos sigan su curso sin interrumpirlo, el espectador, por su parte, estará atento a cada detalle, signo y pista dejada por el realizador, para identificar al posible asesino del sacerdote.
Si por un lado los personajes que rodean al cura pueden calificarse como estereotipados, por el otro es necesario reconocer que están interpretados de manera excepcional. Cada actor elegido para encarnar a esos extraños habitantes parece haber nacido para ese papel. El pequeño universo que representa esa isla irlandesa, se enriquece con cada interacción entre el padre James y sus confesantes, seres grises, mediocres, que solo intentan llevar adelante sus vidas simples, abusando de una falsa camaradería que finalmente los empuja a escupirse sus miserias en la cara y lastimarse mutuamente. El sexo, tema ineludible para la iglesia católica, se presenta como una subtrama que en ningún otro momento va a cobrar tanta fuerza como en aquel primer diálogo entre James y su verdugo anónimo, pero que sin embargo estará presente en cada secuencia de la película, casi como el elemento fundamental y causante de la mayoría de los conflictos entre los vecinos. Aunque matizada con un críptico humor negro –el Padre Leary contándole a James que una mujer le confesó cómo realizaba la práctica sexual conocida como “felching”-, Calvario nos deja en claro que, para la mentalidad cerrada de un pueblerino irlandés católico, la única solución a sus problemas con el sexo se encuentra en la represión instrumentada por las instituciones pilares de la derecha ortodoxa: si el cura se vuelve célibe –en teoría- cuando pasa a formar parte de la iglesia con la intención de ofrecerle amor nada más que a su dios, el joven freak que le confiesa a James que tiene problemas con las mujeres y el sexo, solo encuentra la solución ingresando al ejército. La guerra, el amor y el sexo como tópicos universales de la historia de la humanidad.
En el versículo 17 del libro del Apocalipsis se hacen varias referencias a “la puta de Babilonia”. Algunos teólogos osados teorizaron que esta misteriosa puta es en realidad una alegoría de la mismísima iglesia católica, y así fue como quedó marcada con tinta indeleble en el imaginario popular. Fue el escritor colombiano Fernando Vallejo quien capitalizó ese apelativo para utilizarlo como título de uno de sus libros más insolentes -pero debidamente documentado-, una diatriba furiosa en contra de la iglesia llamada, claro, La puta de Babilonia. Vallejo dedica varias páginas del libro a los sacerdotes pederastas, los encubrimientos y las indemnizaciones, temas que suelen asociarse con dicha institución. Digamos que se lo han ganado solitos, no es que se hayan inventado miles de casos de pedofilia y encubrimientos de curas abusadores alrededor del mundo solo para difamar a una religión en particular. Sin embargo, a los representantes de la iglesia católica no parece molestarle mucho este tipo de obras que no suelen copar el mercado de la cultura de masas y se pierden en un pequeño círculo de entusiastas, como sí lo puede hacer una ficción con actores de renombre, con probables censuras que en general solo logran aumentar el morbo de la gente, y que puede circular en cines pero –hoy día- también en las mantas de vendedores callejeros a precios súper accesibles o directamente gratis, bajada de la internet. Entonces, la manera más efectiva de hacer llegar a miles de personas alrededor del mundo una detracción a la iglesia católica como institución, es haciendo una película crítica. Sin embargo, Calvario se queda a medio camino.
La intención de McDonagh no parece ser el criticar a determinada religión o a la iglesia en su conjunto sino que, por el contrario, parado desde un lugar cuasi neutral, hacer hincapié en individuos, no en instituciones, poniendo énfasis en la situación particular de algunos representantes de la iglesia católica, y en la vida de unos pocos vecinos de un pequeño pueblo irlandés. En definitiva, lo que está diciendo es que la misma institución que alberga en su seno a curas pedófilos, también cuenta con padres como James, un grandote bonachón, sagaz, piadoso y, sobre todo, humano. La inobjetable interpretación de un gigante de la actuación como Brendan Gleeson hace de James uno de los curas más queribles de la historia del cine.
Si en el inicio el protagonista se sorprende -al igual que el espectador- con la primera línea de diálogo y verbaliza el pensamiento de quien está mirando la película, en pleno clímax un personaje también volverá a interpelar al espectador en un dialogo clarificador. La pregunta –que también va dirigida a quien está sentado del otro lado de la pantalla- que realiza este perturbado personaje es: “¿Lloró cuando encontró al perro muerto”? “Sí”, le responden. “Qué bien. Y cuando leyó lo que le hicieron los curas a esos pobres chicos durante años, ¿también lloró?”, repregunta. Pero lo que recibe como devolución es un rotuno “no”, probablemente la misma respuesta que el espectador no puede evitar responder mentalmente al procesar esa pregunta. El sistema nos ha insensibilizado. La repetición, la avidez de novedades, el recibir de los noticieros una información trágica y pasar a una imagen graciosa o un chimento banal con la velocidad de un videoclip, nos vuelve unos extraños seres que solo se sensibilizan ante lo que sienten apego. En este sentido, Calvario se decanta por una crítica a la alienación y a la pérdida de valores como seres sensibles que viven en comunidad, antes que criticar abiertamente a una de las instituciones más corruptas de la historia de la humanidad.
Calvario (Calvary, Gran Bretaña/Irlanda, 2014), de John Michael McDonagh, c/Brendan Gleeson, Chris O´Dowd y Kelly Reilly. 102´.
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