Pura casualidad. Leí un libro sobre cine y censura de Homero Alsina Thevenet y me llamó la atención el apartado que le dedica a las prohibiciones en la ex Checoslovaquia, en el que hay una lista de películas provenientes de una ‘Nueva Ola Checoslovaca’ entre 1957 y 1968 (como en la Nouvelle Vague francesa o el Free Cinema inglés): nuevos directores y guionistas realizaron obras que refrescaron el cine checo de la época. La lista no es para nada escueta. Entre los títulos noté que había dos que eran de un mismo director llamado Milos Forman: una sobre un baile de bomberos y otra sobre una rubia. A los pocos días de leer el libro llego a Mar del Plata y veo en el programa que dan la de la rubia. En la grilla de programación del festival poco se podía describir sobre Los amores de una rubia dentro de un espacio tan reducido pero una oración de esa breve síntesis no escatimaba certeza: “…comedia agridulce con fuerte impronta verité…”. ¿Por qué estoy de acuerdo con tildar a esta comedia checa de agridulce?, me pregunté cuando salí del cine. La respuesta no fue inmediata ni contundente pero logré una aproximación, una hipótesis. Quizá lo agrio esté vinculado con todo aquello a lo que me remite Checoslovaquia (hoy Republica Checa): el frío de un país de la Europa central nevada, filmada en blanco y negro y a una distancia temporal de casi cincuenta años. De antemano todo me resultó gris y con olor a humedad. Lo que endulzaba la experiencia era la sonrisa y la inocencia de Hana Brejchová (Andula, la rubia) y las escenas cómicas (cuya comicidad aumentaba si la veías en un cine repleto de gente que venía de clavarse largas escenas de tipos leyendo El Capital de Marx en la sala de al lado y querían ver algo de vida) que transcurren armoniosamente a través de situaciones y personajes pintorescos, con enredos y malos entendidos.
Milos Forman inició su carrera con tres largometrajes realizados en su país de origen: Pedro, el negro (1964), Los amores de una rubia (1965) y El baile de los bomberos (1967), tres películas en las que la comedia posee centralidad en los relatos. Tanto Forman como otro directores checos (Jiri Weiss, Ivan Passer, Vojtech Jasny, entre otros) optan por el exilio debido a la imposibilidad de seguir produciendo en el país luego de la Primavera de Praga. Su mayor éxito lo consigue en Hollywood con Atrapado sin salida (Jack Nicholson, gran elenco y muchos Oscars), e inmediatamente después ya no logra obtener los mismos resultados con sus otras producciones (Hair). Quizá entre sus últimas películas la más recordada y celebrada por algunos sea El Mundo de Andy, en la que Jim Carey encarna al excéntrico cómico estadounidense Andy Kauffman a lo largo de un relato que recorre su vida pública y privada.
Los amores de una rubia, de esa primera etapa fresca del director checo, despierta un espíritu juvenil y dinámico en el marco de una república socialista, como lo fue Checoslovaquia hasta su disolución en 1992. Andula, su protagonista, es una trabajadora joven, tiene un novio al que no quiere ver más y un posible pretendiente del que se enamora, Milda. Se puede dividir la historia en tres grandes momentos. En primer lugar, cuando se lleva a cabo un baile, en un pueblo donde hay 16 chicas jóvenes por hombre, al que acuden en su mayoría adultos de la milicia. Tres de ellos intentan levantarse a Andula y a sus dos amigas pero, tras torpes intentos, fracasan rotundamente. Andula se termina acostando con Milda, el joven pianista de la orquesta, y sus amigas dejan plantados a los tres milicos después de haberlas invitado a pasar el resto de la noche en el bosque. En el segundo gran momento, se mezcla el amor y algunos pasos de comedia hilarantes. Es en esa cama, después del baile y tanto cortejo, en la que se los puede ver totalmente distendidos y teniendo conversaciones banales haciendo relucir su oculta juventud entre fábricas y guerras. Allí logran detener el tiempo y apartarse del mundo, creando un ambiente romántico y hasta soñador, donde lo único que importa son ellos dos, recostados y dialogando con la vista en el techo. El tercer y último gran momento es cuando Andula decide viajar a Praga para visitar a Milda, quien vive con sus padres, los cuales no esperan su llegada haciendo desatar la comicidad tanto por la incomodidad de la recién llegada y la irreverencia de Milda, como por el fastidio exacerbado y reluciente de sus padres.
Es interesante cómo se desarrollan las escenas de baile en la primera etapa, los movimientos de cámaras de acá para allá, la música de fondo, el tumulto moderado de bailarines y bebedores sedentarios, las conversaciones. Todo en un plano general para luego ir acercando el zoom a los protagonistas de este scketch simple y largo pero para nada tedioso, donde se resalta la torpeza natural de un milico jovato en plan de levante. Dos años después, en El baile de los bomberos, Forman utiliza la misma locación donde transcurrirá casi todo su relato. Un amplio lugar donde pueden realizar partidos de básquet como recitales y festejos varios. Aquí también se repite ese elemento, la erotización que generan en algunos adultos de uniforme las jóvenes sueltas del baile: un grupo de bomberos, organizadores del evento, quieren elegir y hacer desfilar a posibles reinas del cuartel; para esto, también de manera muy torpe y sin delicadezas, intentan conseguir a las bellas participantes desparramas por la pista y las mesas del lugar, difícil empresa que les llevará buena parte de la noche.
Lo que se destaca en Los amores de una rubia es la originalidad con la que el director hace convivir el clima de la época (esa cuota de verité como las mujeres en las fábricas y esa milicia tan presente), con una comedia que, a juzgar por las risas de los espectadores, aún perdura y que apela al repetitivo intento, tanto de los milicos por asegurarse una noche lujuriosa con un par de jovencitas, como de Milda por luchar con una cortina rebelde que no se deja bajar y poder acostarse con Andula, como del padre de éste por tratar de dormir en una cama que comparte con su hijo y una esposa que no para de quejarse.
Los amores de una rubia (Lásky jedné plavovlásky, Checoslovaquia, 1965), de Milos Forman, c/Hana Brejchová, Vladimir Pucholt, Vlamidir Mensik, 90′.
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