En algunas –varias- escenas de Transit (Christian Petzold, 2018) me encontré distraído por lo que estaba supuestamente relegado en el plano, es decir, el fondo. Es cierto que las tramas de espionaje y las escenas burocráticas a veces marean y hacen que uno se pierda y se quede mirando la fotografía y la puesta en escena, pero, en este caso, hay algo funcionando con cierta intencionalidad. Algo que me dice, “no, lo importante no está acá, en el barcito con los personajes charlando. No, está ahí atrás. ¿Ves eso? Ahí, al fondo.” Quiero decir, Marsella, la real, en su cotidianidad. Gente caminando, y principalmente autos. Muchos autos que van y vienen, en calles, en autopistas, que hacen maniobras y cambian de dirección. Gente que va de un lado para el otro, vaya uno a saber adónde, personas que no se enteran no solo de que hay un régimen totalitario ficcional dando vueltas, sino también de que Petzold está haciendo una película en un barcito, o en un edificio enfrente. Y si se enteran, no les importa. Parece superficial que aluda al título de la película, pero algo hay en el tránsito en sí, que no parece del todo casual la forma en la que se presenta en cada plano donde aparece.
Según lo que contó en entrevistas, Petzold eligió Marsella porque París no le hubiera permitido hacer nada de eso. Por lo que cuenta, en Marsella es más fácil meter una coima para filmar sin problemas en la calle. Y aunque la novela original y homónima en la que se basa la película sucede en la Ciudad Luz, en los años 40, la transposición de tiempo y espacio no parece ser solo un asunto de practicidad y recursos.
Hay que tener en cuenta que la autora de la novela, Anna Seghers, no solo vivió en Marsella, sino que la base real para la ficción fue el intento de liberar a su marido en cuanto tuvo oportunidad de salir del país. Marsella es lo que está detrás, en la realidad, del París de la ficción. Un juego de sombras y luces, de focos puestos en lugares escondidos. La elección del espacio no es inocente y, evidentemente, tampoco lo es la elección del tiempo.
Del efecto de sentido que genera esta transposición ya se habló mucho. Que genera una sensación de distopía, que ellos pueden operar como fantasmas, que es como si Casablanca sucediera en la actualidad, que puede ser el purgatorio, que es una alerta del avance de la derecha contemporánea y una representación del horror vivido por los refugiado en Europa, y ninguna de estas interpretaciones es excluyente entre sí, por suerte, por lo que no solo habla del ingenio de Petzold al conjugar los diferentes tiempos y estilos de relato, sino para generar una obra tan rica como polisémica.
Pero el efecto de transposición pasado-presente podría tener una contracara más en esta idea de adelante-atrás. ¿Qué tal si la historia de nuestros protagonistas, incluso de los secundarios, solo fuera un adelante mentiroso, un juego de sombras fantasmagóricas, que solo distraen de quiénes son los verdaderos protagonistas? Es decir, los de atrás, los del fondo.
Hay una escena corta, ínfima, que me parece clave para observar esto, y es la escena en la pensión, donde se llevan presa a la madre de una familia por no tener papeles. Gritos en el edificio, hijos que lloran. Los demás del piso salen a ver qué es lo que pasa, incluyendo a Georg (Franz Rogowszki), el protagonista, y nadie hace nada. El Narrador (Matthias Brandt) nos habla de la vergüenza que sienten, de cómo eligen no protagonizar nada, no ser nadie en esa situación y volverse uno con el decorado, con el fondo. La vergüenza los esconde. El miedo. La inacción permite el acto. La inacción los vuelve extras. El silencio. El no te metás. El por algo será. Esas cosas que se conocen por estos lados también. Esa sociedad civil que niega ver lo que ve, que no sabe nada. Que teme. No solo están de paso los refugiados, ellos también. Todos están de paso. Todos en sus cosas, nadie está en ningún lugar. Apenas para chusmear qué pasa, y aquí no ha pasado nada.
El pasado que vuelve, el fondo que protagoniza, un mundo del revés, al que resulta tenebroso ver cómo las personas se acostumbran sin cuestionar demasiado. Total, estamos de paso.
Transit (Alemania, 2018). Guion y dirección: Christian Petzold. Fotoghrafía: Hans Fromm. Música: Stefan Will. Reparto: Franz Rogowski, Paula Beer, Godehard Giese, Lilien Batman, Maryam Zaree, Barbara Auer, Matthias Brandt, Sebastian Hülk, Emilie de Preissac, Antoine Oppenheim, Louison Tresallet, Àlex Brendemühl. Duración: 97 minutos.
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