“Can you smell what The Rock is cooking?”
(¿Podés oler lo que La Roca está cocinando?)*
Mi viejo solía llamarlos “los matamil”. Lo hacía para referirse a estos tipos imbatibles, robustos, de exagerado nivel de testosterona, que pueden ir contra todo, lanzarse desde alturas incalculables, conducir a velocidades extremas, enfrentarse solos contra un ejército de “malos muy malos” (hiperbólicas personificaciones de los enemigos foráneos), saliendo siempre airosos y con algún que otro rasguño apenas visible. Héroes de acción que acapararon la gran pantalla a partir de los 80’s, paradigmas de la era Reagan que venían a contrarrestar el pesimismo del cine de los 70’, manifestación del malestar provocado por los fracasos político-militares estadounidenses de la década: la derrota en Vietnam, el escándalo Watergate y la crisis de los rehenes en Irán durante la presidencia de Carter. La lista de nombres es muy extensa, pero muchos de ellos (la gran mayoría, a decir verdad) suelen ser, detrás de toda esa rudimentaria parafernalia, tipos con gran carisma en pantalla. Claro, así es más fácil experimentar algún tipo de empatía con ellos, por más que sus personajes representen la ostentación del discurso reaccionario norteamericano, con banderas que flamean a sus espaldas coronando finales victoriosos. Llegada la era Obama ¿qué rol cumplen los nuevos héroes de acción? ¿Simplemente el de seguir saciando la apetencia popular histórica de espectacularidad?
Antes de intentar dilucidar el interrogante, vamos a introducirnos en una de las últimas figuras del cine de acción, Dwayne ‘The Rock’ Johnson, protagonista de Snitch (película que en cierta forma puede ayudar a esclarecer el panorama). Si bien no ha protagonizado películas mayormente exitosas, forma parte innegable de la nueva cuadrilla de estrellas del género, junto a Jason Statham y Vin Diesel, entre otros. Mole de piel morena, rasgos particulares heredados de su madre samoana, caminar trabado y sonrisa infantil, gesto que pareciera ser la permanencia del chico que, filmado por la vieja, emulaba frente a la cámara casera diálogos clásicos de sus modelos a seguir: Sylester Stallone en Rocky, Harrison Ford en Indiana Jones, y que robaba en los negocios soldaditos de G.I. Joe por no poder pagarlos.
Previamente a su llegada al cine, Dwayne ya era un paladín de la World Wrestling Federation, una versión más heavy metal de Titanes en el ring, donde dio sus primeros pasos en 1996 bajo el seudónimo de Rocky Maivia, combinación del nombre de su padre Rocky Johnson y del apellido de su abuelo materno Peter Maivia, ambos ex luchadores profesionales, cambiándolo por The Rock al año siguiente. Pero incluso antes de subirse al ring, fue jugador de fútbol americano de secundaria, razón por la que consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Miami, donde se graduó con una licenciatura en criminología. Estos orígenes pre-cinematográficos realzan la proposición de la filosofía del deporte como símil del valor heroico, señalada por Núria Bou y Xavier Pérez en el libro El tiempo del héroe. Este axioma pareciera esencial en la vida de The Rock, que considera al deporte un principio fundamental para el desarrollo no sólo físico, sino también íntimo, del ser humano. Fue allí donde encontró la forma de superar las frustraciones que lo afectaron en plena adolescencia, cuando él y su familia fueron desalojados del departamento donde vivían. “(…) Pensé ‘nunca quiero volver a vivir algo así otra vez con mis padres’. Y así fue como también pensé en qué podía hacer, qué harían los héroes que yo tanto admiraba. Todos cuidaban su cuerpo”, dijo en una entrevista para Diariolibre.com.
Su debut en la gran pantalla fue en 2001 de la mano de Stephen Sommers en La momia regresa, donde encarnaba al Rey Escorpión. El éxito de la película hizo posible que un año después se lanzara, valga la redundancia, El rey escorpión, precuela de La momia, dirigida por Chuck Russell, y de la que Johnson fue protagonista. Aunque a este titán californiano se lo asocia inmediatamente con el género de acción puro y duro, curiosamente no es el que predomina en su filmografía. Las películas que proliferan su carrera son las de aventuras y las comedias de acción, en las que, de todas formas, la festiva celebración del cuerpo en movimiento está presente en las operaciones acrobáticas y en los gags.
¿Cómo no centrar la atención en la voluminosa figura de The Rock cuando, actoralmente, es en realidad una madera terciada? Sin embargo, la involuntaria máscara neutra (cara de piedra) que lo caracteriza (típica en esta clase de temerarios intérpretes) resulta de gran eficacia a la hora de llevar adelante papeles autoparódicos, como en Be Cool, The Game Plan, Tooth Fairy -rompiendo con la promesa pública de nunca usar tutú rosado como Hulk Hogan en Mr. Nanny, pero ya se sabe que por la plata baila el mono-, o The Other Guys, donde junto a Samuel L. Jackson realizan una caricatura histórica del prototipo heroico. Para la cultura estadounidense seguramente debe ser más fácil asimilar a Dwayne Johnson con productos destinados a un público más amplio, familiar, teniendo en cuenta su procedencia en la lucha libre, tipo de espectáculo de consumo masivo en el que la violencia se percibe como juego y no como prédica ideológica en acción.
Working Class Hero.El afiche de Snitch nos muestra a ‘ La Roca’ que todos esperamos ver: en contrapicado, con su pecho en alto, vistiendo una camisa ajustada y arremangada que deja a la vista un brazo musculoso y con destacadas venas, en clara señal de fuerza, y con cara amenazante. Detrás de él puede verse un enorme camión embistiendo contra un auto, bajo un cielo agitado y oscurecido. Esta imagen ya no cuadra con la leyenda que, a modo de subtítulo, reza “inspirada en hechos reales”. En realidad este afiche, con claras intenciones marquetineras, no se ajusta a la propuesta de una película absolutamente antiheroica, al menos en los términos tradicionales del cine de acción. Snitches un relato político dramático que merma la bravía del superhombre que Dwayne Johnson suele representar.
La coraza aparentemente invulnerable del american way of life patriarcal se fractura, y el enemigo exterior muta su rostro, o mejor dicho, se conjuga con el de la amenaza interna. En este caso, The Rock, con toda su vigorosa opulencia, no puede bajo ningún pretexto dar batalla contra un estado que termina valiéndose de su flaqueza paternal para utilizarlo como carnada en su cruzada contra el narcotráfico. Que este tipo, de casi dos metros de alto por cinco de ancho, al que en más de una ocasión vimos confrontando multitudes a puño limpio, tenga que verse obligado a atravesar situaciones como cualquier ciudadano medio sin poder hacer uso de sus hercúleas facultades (soportar el boludeo burocrático, ser cagado a trompadas en un gueto, etc.), deja más en evidencia la vulnerabilidad del civil ante los distintos poderes que lo trascienden, y esto deriva en un resultado interesante (por inesperado), pero también frustrante, para el espectador que espera lo que la engañosa publicidad gráfica promete.
John Matthews (Dwayne Johnson) es el dueño de una Pyme que se dedica al transporte de mercaderías. Es, además, padre por partida doble: tiene un hijo adolescente de un primer matrimonio y una nena pequeña del segundo. Su primogénito, Jason, cae en cana acusado de intento de tráfico de narcóticos, después de que un amigo le tendiera una trampa. Ahí es donde entra el discurso crítico de la película contra la legislación estadounidense respecto a las drogas y cómo esta respalda los métodos represivos contra los ‘perejiles’ que, para salvar sus propios culos, son forzados a entregar el de otros. Para ayudar a su hijo, John deberá conseguirle un pez gordo a Joanne Keegham (Susan Sarandon), una fiscal republicana que está llevando adelante una belicosa campaña anti-drogas para ganar su elección al Congreso, viéndose obligado a infiltrarse en el submundo del narcotráfico, ayudado por uno de sus empleados, Daniel James (Jon Bernthal), un ex convicto que rehace su vida junto a su esposa e hijo. La condición de padre de familia organiza al héroe dentro de un marco doméstico y condicionado, resignificando a Estados Unidos como un enérgico y preponderante matriarcado. En Snitchlas que dirigen la batuta son las mujeres. El protagonista, desde el inicio, intenta solucionar el problema de la manera más fácil, pero es la voz mandante de su ex esposa la que le impone tomar cartas en el asunto de manera comprometida y es el personaje de Sarandon el que consolida el camino a seguir. Es también una jueza la que dicta la sentencia que su hijo deberá pagar.
Con la dupla John/Daniel se imprime una lógica binaria que exhibe las dificultades para lograr mantener un estilo de vida, cuando no óptimo, al menos tranquilo. Los dos recorren caminos opuestos, pero con un mismo propósito: el de clase media/alta busca adentrarse en los bajos mundos para salvar a su hijo, mientras que el de clase baja busca escalar socialmente, salir de ese fondo, para hacer lo propio con el suyo. Por lo tanto, el ‘pacto’ que surge entre ellos origina una tensión que anula el estallido de las escenas de acción, sedimentando el relato en una dimensión más dramática de los hechos en el que los que no arriesgan nada son los que se verán realmente favorecidos. Los tiros, las persecuciones y todo lo que podríamos esperar de una película protagonizada por La Rocase ahorran hasta los últimos minutos (y, a decir verdad, pareciera responder a una forma de satisfacer la demanda popular antes que a los fines reales de la producción), cerrando en una imagen de falso triunfalismo, con una bandera americana de fondo que no flamea, sino que es pura pintura sobre un muro de concreto.
* Frase con la que Dwayne Johnson se presentaba en escena durante sus performances como luchador profesional.
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Buena reseña
Gracias, Davi!
Nuria