Sucede así: cuando estamos esperando algo de otra persona, ya sea bueno o malo, pero a cambio tenemos una devolución que no esperábamos y no entendemos, nos desorientamos y no sabemos cómo reaccionar. Entonces reaccionamos de manera exagerada o incierta. La explicación de por qué sucede este fenómeno es simple: nos creemos que siempre sabemos qué esperar de quién y cuándo, pero no lo sabemos.

 

Los amantes pasajerospodrá ser tan buena como mala. En cualquier caso, me parece que es lo menos interesante del asunto. Lo interesante, acá, es que ha desatado pasiones. A favor y en contra. Y eso es hermoso. Lo peor que puede pasar -ya se sabe- es la indiferencia. Y a juzgar por la reacción de la crítica, parece que Pedro Almodóvar está lejos de causarle indiferencia a sus espectadores. Celebro que así sea.
 
En lo personal, ni me parece la película del año, ni me parece la peor producción de la historia del cine. Vamos, no exageremos. En líneas generales, me gusta mucho el cine de Pedro Almodóvar y su peor cine es mejor que mucho, mucho, de lo que se acostumbra a ver. De hecho -aunque obviamente tengo mis preferidas- no hay ninguna película en toda su filmografía que me parezca irrelevante o una pérdida de tiempo. Eso no ha sucedido jamás y dudo mucho que suceda. Pedro Almodóvar es, ante todo, un autor. Y, además, uno sumamente interesante.

 

Los amantes pasajerospresenta cierta complejidad a la hora de ser analizada desde su aspecto formal. Parece mucho más simple de lo que en realidad es. Y no me refiero solamente a las interpretaciones libres que podemos hacer tras la operatoria hermenéutica de cualquier alegoría posible. Me refiero a su aspecto formal más epidérmico. Por ejemplo, su inclusión dentro del género de humor. ¿Es esto una comedia? Ciertamente, tiene varios episodios y diálogos cómicos, pero su argumento es bastante turbio, aunque tenga final feliz. Entonces…¿en este caso la comedia debe interpretarse como un género o una cualidad? La respuesta, desde luego, es que debe pensarse como cualidad. Difícilmente podemos decir de esta película que se trata de una comedia. Narra, con gran sentido del humor, una historia que, en realidad, tampoco llega a ser trágica. Es una historia que no podría catalogar ni de una manera, ni de otra.
 
Por lo demás, dentro del universo que la propia ficción plantea, el género sexual es uno de los grandes temas de discusión constante. Los personajes no tienen claro a qué género sexual pertenecen y nosotros, los espectadores, no tenemos claro a qué género cinematográfico pertenece la película. Tiene sentido.
 
 
Repasemos el argumento: en su versión corta, sería una historia sobre un grupo de pasajeros que viajan en un avión que sufre un desperfecto, que debe realizar un aterrizaje de emergencia. Toda la tensión estaría en saber si van a sobrevivir o no. Fin.
 
En su versión larga, nos damos cuenta que la historia más importante es la historia de cada protagonista y cómo reacciona cada uno en la atípica situación descripta. Estar aislados del resto del mundo, los vincula. Esta “situación” es casi un tópico narrativo. Es decir, una fórmula: un grupo de personajes, aislados, tienen que sobrevivir, anteponerse, aprender a colaborar o ayudarse para superar la situación x de aislamiento y así es como cada uno aprende del otro y, en una dimensión alegórica, más o menos siempre se llega a la conclusión de qué bonita es la civilización y menos mal que estamos vivos y menos mal que no estamos perdidos en una isla, o algo así.
 
Estas historias, digo, tienen mucho de teatral. Es decir, es un recurso muy utilizado en teatro. Es una plataforma inicial para construir historias que más o menos siempre funcionan. Lo curioso con Los amantes pasajeros es que, aunque se vale de este recurso, no lo explota como corresponde. Es decir, para que este recurso encuentre asidero, lo importante es mantener la historia “encerrada” en los muros que ella misma ha impuesto. En el caso de esta película, por ejemplo, el espectador no debería haber salido nunca del avión. Sin embargo, los personajes se comunican por teléfono con el mundo exterior, ya sea llamando a sus familiares o lo que sea. Incluso se cuenta una subtrama a partir de la historia de uno de los pasajeros. Esto, que algunos críticos han interpretado como un error, debe interpretarse como un ejemplo de la complejidad formal que caracteriza a esta película que parece realizada y articulada bajo la única premisa de la libertad absoluta por parte de los realizadores. Tomemos otro ejemplo: en la subtrama recién mencionada, hay una escena que me parece clave: una mujer a punto de tirarse de un puente, es interrumpida por un llamado telefónico  (recibe el llamado en el preciso instante en el que atenderlo decide su vida). Luego, se le cae el teléfono móvil de las manos y va a parar justo a la canasta de una bici y la persona que maneja la bici resulta ser ex novia del hombre por el que la chica estuvo a punto de tirarse. Estas coincidencias, de carácter extraordinario, lucen irreales. Ahora bien, conforman un momento de gran belleza estética en la trama, donde todo se entrelaza. En rigor, la trayectoria del celular no fue guiada por un unicornio. Aunque la probabilidad de semejante coincidencia es casi nula, no deja de ser una coincidencia posible. Aquí no se trata de ser realista, sino de lo contrario, se trata de ser irreal, sin recurrir a cosas imposibles. Esta operatoria lo único que pone de manifiesto, es el capricho del autor por hacer lo que se le antoja y esa decisión responde -a su vez- a una predilección por lo extravagante, sin terminar de decidirse por lo surreal. Vamos, que lo que parece querer decir es que la realidad, a veces, puede volverse surreal. Y que las cosas que parecen imposibles, porque son improbables, sin embargo suceden.
 
Y así es como nos acercamos al corazón de toda la película, cuyo único y gran tema es el azar y sus consecuencias.
 
Repasemos, una vez más: la película comienza con una entrañable escena en una pista de aterrizaje, en la que un avión está a punto de emprender el vuelo. En este escenario, Jessica (Penélope Cruz) intercambia un saludo con León (Antonio Banderas). Ambos son empleados de aerolíneas “Península”. A partir del saludo que se dan, estos compañeros de trabajo se distraen y a ella se le caen las valijas que estaba por cargar en el avión y él se olvida de quitar uno de los calzos de una de las ruedas. Este error, aparentemente insignificante, es el que obligará al avión a realizar un aterrizaje forzoso, una vez que haya emprendido el vuelo.
 
La cuestión es que el destino a veces es determinado por pequeñas distracciones. La cuestión es que cualquier situación, por más insignificante que parezca, puede decidir el futuro de una vida o de varias. Y aquí es donde nos acercamos a otro de los ejes de esta película: el valor de la vida y de la muerte. Sin ponernos filósofos, tenemos que saber que el aterrizaje podría salir mal y que todos los protagonistas podrían morir. No es algo que quisiéramos que pase pero es algo que puede pasar y esa posibilidad sobrevuela sobre todos los personajes. Enfrentarse a la posibilidad real de la muerte,  obliga a revisar la propia vida. Y es eso lo que le sucede a los personajes y es un poco lo que nos sucede a nosotros, como espectadores, si supimos crear cierto vínculo empático.
 
Antes de que la situación los obligue a realizar un aterrizaje de emergencia, el destino inicial era México. Cada cual se dirigía a México por diferentes motivos y razones y, de sobrevivir, cada cual se planteará y replanteará su futuro inmediato y más allá, como corresponde.
 
Por lo demás, Infante (José María Yazpik), el único méxicano a bordo del avión, resulta ser un asesino a sueldo, cuyo plan era viajar a México para realizar su último encargo. No es casual que dicho personaje lea 2666, de Roberto Bolaño. Novela en la que México se presenta como un extraño imán de muerte.
 
Las alusiones (directas o indirectas) con la obra de Roberto Bolaño no terminan allí. Bruna (Lola Dueñas) es contratada como detective, pero ella se dedica a la videncia. El papel que debía representar en México es el de una extraña detective, el de una detective psíquica. Con el precedente de 2666, es inevitable no pensar en Roberto Bolaño y sus detectives salvajes. Como en una novela de detectives, nosotros, los espectadores, también descubriremos que existen vínculos entre cada uno de los protagonistas, vínculos que los protagonistas jamás hubieran sospechado. Y esos vínculos, una vez más, ponen de manifiesto el improbable pero hermoso poder de las coincidencias.
 
Para finalizar, quiero destacar que, coherente con su discurso de libertad total, la película incluye una mirada muy desenfadada sobre el uso de drogas de recreación y el hecho de que la película transcurra “en un vuelo” también tiene mucho sentido. Rescato dos escenas que me parecen inolvidables por lo extravagantes y por estar musicalizadas con un buen gusto increíble, pese a que el audio de la película, en líneas generales, es tan defectuoso lamentablemente. Me refiero a la inolvidable escena en la que Bruna perderá su virginidad y a la épica escena en la que los azafatos realizan una coreografía imposible sobre la canción “Im so excited”, de “The Pointer Sisters”, con intención de amenizar la velada y distraer a los pasajeros. 
 
En esta escena, digo, la cámara y los ángulos y las tomas son realizadas de tal manera que conforman una perspectiva cuyo goce tiene sentido únicamente para el espectador de cine. Es que Pedro Almodóvar ha realizado esa escena únicamente para solaz los espectadores, aunque dentro de la ficción la excusa sea otra. La escena termina siendo un regalo singular del director a sus espectadores, por su belleza estrafalaria y kitsch.

Gracias una vez más, Pedro Almodóvar. 

Los amantes pasajeros (España, 2013), de Pedro Almodóvar, c/ Javier Cámara, Carlos Areces, Cecilia Roth, Lola Dueñas, 90′.

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