Enough-Said_quad-with-dateVi La sospecha un día después de Una segunda oportunidad. La primera en mi televisor y la segunda en el cine. La primera, muy tarde y con sueño; la segunda, despejado. Lo único que las vuelve relevantes es que se hayan estrenado. A La sospecha el compañero Martínez Cartier la mató, y sospecho que no debió ser el único. De Una segunda oportunidad he leído críticas moderadamente favorables que se corresponden con una película moderada y algo mecánica cuya arista más singular y menos comentada es la tristeza que sedimenta. ¿La causa? Sus protagonistas tienen alrededor de 50, se dedican a lo mismo desde hace muchos años, no les sobra la plata, están solos (divorciados con una hija cada uno) y no les queda otra que aprender a conformarse por miedo, realidad que la película no maquilla, pero en la que, respetuosa o tímida, tampoco escarba. Encima, está Gandolfini, que acaba de morir (también aparece en El increíble Burt Wonderstone, película muy superior a esta, una de las grandes comedias del año editada en DVD), y hace de guardián de una biblioteca virtual de contenidos televisivos (ahí había un potencial dramático no explotado que se vincula no sólo con el pasado como residencia anímica del personaje, sino también a la inmortalidad audiovisual como inmortalidad insignificante). Resultado: un drama naturalista agridulce que con su falta de excesos airea la mirada si se la ve, por ejemplo, en el contexto de un festival de cine, como le pasó al compañero Oviedo en Mar del Plata, y cuyos más que modestos logros se deben menos a la ambición que a su falta.

Z33__Fp-La-SospechaAquí es donde entra como perversa virtud –en el contexto de mi inesperado programa doble- la monstruosidad de La sospecha, cuyo título de estreno nacional ofende o más bien ignora por completo a Hitchcock y nada tiene que ver con el alegórico y abarcador Prisioneros del original. El catálogo de deformidades que me la hacen preferible a la otra incluye una duración inusitada de dos horas y media que, sin embargo, mantuvo mi interés con arbitrarias desviaciones narrativas, un Jake Gyllenhaal cuyo inspector tiene algo de vampiro y de cuáquero, una escena en la que la remera naranja del torturado Paul Dano tiene un sentido político explícito y su cara desfigurada es una pieza de arte involuntariamente surrealista que libera a la mirada de la prisión figurativa y por un momento también de la simbólica, situaciones de crimen y castigo supuestamente críticas de la política exterior estadounidense que dejan paso al morbo y revelan que la identidad genérica de este híbrido es la de la ficción de explotación reaccionaria enmascarada con estrellas de salarios abultados y aire de responsabilidad social. No tiene caso defenderla y no sé si la hubiera visto fuera de mi cama y sin el par de elipsis fabricadas por el avance rápido de mi control remoto (sólo dos y de unos treinta segundos cada una), pero en tal caso me habría perdido una película mucho más interesante y grosera que la de Holofcener.

Una segunda oportunidad (Enough Said, EUA, 2013), de Nicole Holofcener, c/ Julia Louis-Dreyfus, Toni Collette, James Gandolfini, 93’.

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