En Carita de ángel (Baby Face), película de 1933, dirigida por Alfred E. Green y protagonizada por Bárbara Stanwyck, en una de sus primeras escenas un hombre de edad avanzada y gestos sumamente paternalistas pero de ideas muy progresistas, le aconseja a Lily (Stanwyck), tras citarle a Nietzsche: «exploit yourself!» (¡explotáte a vos misma!). Le dice que por ser bella, joven y perspicaz, tiene una gran ventaja sobre los hombres. Ella entonces irá empleando su cuerpo para abrirse camino y obtener todo lo que desea, incluso el amor. El cine pre-code era pura explotación.
El cine exploitation es, como lo indica su nombre, aquél que explota un tópico en particular, con una marcada tendencia hacia la marginalidad, el crimen y el sexo. En la década del setenta, y una vez liberado el cine de las cortapisas del Código Hays que a mediados de los ’30 se encargó de anular la irreverencia y la incorrección política que abundaba, este cine atraviesa su etapa dorada con una amplia variedad de subcategorías: blacksploitation (sobre la cultura negra y los guetos), ozploitation (sobre la cultura Australiana), nunsploitation (sobre monjas y conventos), wip (mujeres en cárceles), entre otros, por no mencionar el sexploitation que suele estar presente en todas las otras vertientes. Fue el cine pre-code la génesis de este concepto formal y narrativo, aunque llamativamente con un mayor grado de libertad dado que no existían en sus relatos parábolas que corrigieran o justificaran moralmente a sus personajes.
Hace unas noches vi dos películas protagonizadas por Bárbara Stanwyck: Carita de ángel y Enfermeras de noche (Night Nurse, William A. Wellman, 1931), y fue imposible no pensar en Bárbara como un antecedente de la heroína más representativa del blacksploitation setentoso, Pam Grier. Pam fue musa de Jack Hill, autor ineludible del subgénero, e incluso Quentin Tarantino le dedicó su película más elegíaca hasta el momento, Triple traición (Jackie Brown), cuyo título original es un homenaje directo al pasado de esta reina del afro y el asfalto, refiriendo a Foxy Brown, dirigida por Hill en 1974. Bárbara Stanwyck y Pam Grier representaron el rol de la mujer independiente y luchadora que en tiempos difíciles (la depresión económica de los ’30 y la agitación racial de los ’70) reconocen en su cuerpo la más eficaz de sus armas, aunque los fines de cada una disienten en el principio ético que las empuja.
Ya sea infiltrándose en las redes de prostitución para vengar la muerte de su novio agente y la de su hermano yonqui (Foxy Brown) o haciendo su parte con los narcotraficantes para vengar a su hermana que con tan sólo once años es adicta al crack (Coffy, Jack Hill, 1973), Pamela estaba dispuesta a ponerle el cuerpo a cuanta causa social la rodeara, siempre en la adversidad por ser negra y vivir en los barrios bajos, pero jamás victimizándose ante la sociedad y mucho menos ante los hombres. Por supuesto que en el camino caen polícias, políticos, jueces y otras alimañas de la doble moral. Pamela encarna a la perfección la paradoja de las heroínas del exploitation que cuanto más exponen y/o denigran su cuerpo, mayor es la integridad que alcanzan, discurso que no podría responder jamás ni al ideal feminista ni al machista.
Bárbara, en cambio, en las películas mencionadas anteriormente no tenía otra causa más que la de su emancipación del dominio patriarcal para beneficio propio, además que no implica un descenso físico degradante; son el ascenso y el éxito los que acompañan a sus personajes, y su «dudoso» pasado es el que le brinda las herramientas necesarias para saber defenderse sola en un mundo (supuestamente) manejado por los hombres, incluso hasta bancarse la trompada de un jovencísimo Clark Gable en Night Nurse.
Esta película es de las pre-code mencionadas la que más se acerca a un ejercicio de la moral establecida, al enfrentarse su protagonista con distintos poderes (y con ayuda de un gángster) para salvar la vida de una nena a la que un reconocido médico está dejando morir por intereses económicos. Sin embargo esta circunstancia la encuentra cuando ya se encuentra insertada, aunque más no sea como enfermera, en la alta sociedad. No es este hecho lo que la redime al final, y queda claro de entrada, señalado por la elipsis, que para conseguir su primer trabajo recurrió a métodos ilícitos. En ninguna de las películas se pretende cargar de moral a los personajes de Bárbara, desenmascarando de esta manera la hipocresía de la censura. Bárbara era una criatura más liberada e irreverente que Pamela, fiel reflejo del espíritu de una época que por más restringida mucho más calentona, juguetona y pasional.
Lindo homenaje a este espíritu es el que rinde William Friedkin en The Night They Raided Minsky’s, montando su material de ficción con imágenes documentales que por momentos parecen desbordarse mucho más que el burlesque fabricado por el director. Además tenemos allí a una chica amish que con un pasado sin calle decide salir al mundo para ser bailarina, condensándose en un mismo día todas las etapas femeninas del amor (según el ideal patriarcal): el primer novio, con quien descubre el amor puro, el primer hombre, desplazamiento del padre, y finalmente el marido, quien puede asegurarle un bienestar económico. Pero es gracias a la exhibición o «cosificación» de su cuerpo y descubrimiento de su deseo -además del duro golpe con una realidad que la subestimaba- que puede romper con esta lógica de posesión, mientras intentan en vano convertirla en la mujer objeto socialmente aceptable: la hija casta, la mujer en casa y siempre dependiente.
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