
A simple vista podríamos pensar que Espías a escondidas se trata de una película de animación desangelada, que se construye narrativamente desde una serie de lugares comunes, para colmo políticamente correctos. De alguna manera, todos estos cuestionamientos son inequívocamente reales. En Espías a escondidas, un agente secreto de nombre Lance, heredero de James Bond pero afro, es acusado de un crimen que no cometió. Esa situación injusta, deudora del cine de Alfred Hitchcock, ciñe un destino azaroso y aciago sobre nuestro héroe que hará que se vincule obligadamente con el otro polo de la historia: un adolescente solitario, escondido en el mundo de la ciencia para tolerar la tristeza por la muerte de su madre policía, ocurrida cuando era un niño.
Tenemos entonces una película de espías, cruzada con el típico argumento de historia de superhéroes, donde la idea de heroicidad -como en Spiderman- está cruzada con el imperativo de la justicia (o, mejor dicho, de la injusticia). Esta dupla entre un espía y un científico, obligada a interactuar para sobrevivir, también responde a un linaje especial dentro de la historia del cine: las famosas buddy movies, historias de héroes que se potencian desde el antagonismo y cuyo contraste es lo que sostiene la intriga de principio a fin. Desde su inicial secuencia tarantinesca hasta el final adrenalinico que emula, con buenos resultados, al cine de acción contemporáneo, la película se potencia desde la conexión y carisma que estos dos personajes antagónicos logran llevar adelante para sobrevivir en circunstancias adversas. A partir de la vinculación entre este soberbio Bond afro y el científico friki se desarrolla lo mejor del film de Nick Bruno y Troy Quane, surgido de la escudería Bluesky (responsable de la gran saga de La era del hielo) que en sus mejores momentos resulta una variación de la clásica cacería entre el gato y el ratón. La cacería la llevará adelante una mujer policía con aire latino que investiga el crimen del que se lo acusa a Lance, quien solo transformado en paloma por accidente podrá escapar de las garras de sus múltiples perseguidores. Camuflado de ese modo, el agente Lance pose aventura a descubrir quién le tendió la trampa que lo erige en el perfecto falso culpable hitchcockiano.

El combo de película de acción mixturado con el mundo paródico de Bond se sostiene gracias al vértigo de la puesta en escena, se potencia cuando el relato cree en sí mismo sin ironías, y pierde potencia cuando se pone lacrimógeno y delibera sobre cuestiones como la paz y la violencia (estas cuestiones son puestas en palabras por el científico que está en desacuerdo con cualquier tipo de violencia). La idea del héroe obligado a ser otro (una paloma) le suma a la trama dosis de comedia alocada, que hacen que la acción no resulte abrumadora y funcione de modo eficaz. Hacia el final, el agente Lance y el hiperprofesionalizado e individualista mundo del espionaje internacional descubren la importancia y los beneficios de ser parte de un colectivo (en este caso de palomas). Ser parte de esta manada le enseña no solo a bajar sus aires de soberbia, sino a descubrir que apoyándose en los demás es posible lograr los objetivos que se desean, lo cual en si no deja de ser una mirada que tiene implicancias ideológicas.
Por último, lo mejor del film de Bruno y Quane es que todos estos mensajes que podemos decodificar y deconstruir no obturan la posibilidad de disfrutar una buena película infantil, en donde la trama no necesita de ninguna fábula moralizante sobre lo que está bien y está mal. Con una buena historia basta y sobra.
Calificación: 6/10
Espías a escondidas (Spies in Desguise, EUA, 2019) Dirección: Nick Bruno y Troy Quane. Guion: Lucas Martell, Cindy Davis, Brad Copeland y Lloyd Taylor. Edición: Christopher Campbell, Randy Trager. Elenco: Will Smith, Tom Holland, Rachel Brosnahan, Claire Crosby, Reba McEntire, Ben Mendelshon. Duración: 102 minutos.
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