Una sociedad que no ve lo que fue no puede ver lo que es y, por lo tanto, no puede planificarse. Si no ve lo que fue, si no lo conoce, si lo están destruyendo, no puede ver lo que es. No puede definirse.
Carlos Sampayo.
Evaristo, el documental de Mariano Petrecca, es una película sobre la memoria que se vale de la figura mítica del comisario Evaristo Meneses delineada en la historieta que en los años 80 publicaron en la revista Fierro Carlos Sampayo y Francisco Solano López (de ahí el nombre de la película) como excusa de para contarnos una historia compleja que trasciende el homenaje, tanto a la historieta como al personaje que le dio vida, y que abarca desde el contexto histórico en el que Meneses brilló, el tratamiento que los medios -particularmente los gráficos- le daban a las noticias -fundamentalmente las policiales-, hasta los hábitos de consumo de información de la época.
Apoyada en gran cantidad de material gráfico y audiovisual, el relato se completa con las reflexiones y testimonios de los entrevistados, que van desde los propios Sampayo y Solano López, el semiólogo Oscar Steimberg y los periodistas Osvaldo Aguirre y Ricardo Ragendorfer, hasta colaboradores y periodistas de policiales de los tiempos en los que Meneses era «el Pardo». Con una cuidada y dinámica edición, esta historia, para ser -finalmente- comprendida, necesita abrir gran cantidad de líneas de información y, ese es otro gran valor, todas ellas se completan y cumplen su función sin agobiar al espectador.
El personaje es más que interesante: el comisario Evaristo Meneses fue jefe de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal entre 1957 y 1961 en una Buenos Aires de bandas armadas y cada vez más sofisticadas, audaces y violentas, como el clima de época tras el golpe militar, los fusilamientos y la proscripción. Los hechos que se narran suceden en los años de la llamada «Revolución Libertadora» con Lonardi a la cabeza y la posterior represión salvaje del Plan Conintes durante el gobierno de Arturo Frondizi, como se ocupan de señalar Osvaldo Aguirre y Ricardo Ragendorfer, respectivamente.
Representante de una institución que nunca gozó de prestigio, pero sí de poder, la figura de «El Pardo» alcanzó dimensiones míticas, cimentada en su fama de incorruptible. «Sabían no arreglaba», dirá uno de sus colaboradores cercanos; «capturó a 1500 bandas», dirá quién fuera su secretario (que en la actualidad milita en el Modín de Aldo Rico); «atrapó a más de 1000 delincuentes», afirma, por su parte, un periodista de la época. El «Elliot Ness argentino», temido por los malandras y dueño de un fino olfato -aunque todo siempre se resolvía por medio de informantes, en esto coinciden varios de los entrevistados, ya que «de otra manera sería imposible»-, alcanzó el pináculo de su popularidad al resolver un robo internacional de lingotes de oro, y será en ese momento de alta exposición cuando se retire rodeado de un halo de misterio. «Tenía tantos enemigos dentro de la policía como afuera», comentarán sus allegados. En los hechos existen varias denuncias en su contra por torturas a presos políticos en el marco del Plan Conintes y, específicamente en 1959, una denuncia que pesa sobre Meneses y su subjefe por torturar con picana eléctrica a detenidos que le valió días de arresto, por un lado, y una demostración de fuerza por parte de la policía que desfiló en caravana por la ciudad, camino a la Chacarita (el entierro de policías muertos en enfrentamientos), y al pasar por el Congreso descargaron sus armas contra el edificio…
Como en la mejor tradición oral el relato se inicia con un recuerdo: un Sampayo adolescente es testigo, desde el colectivo, del ajusticiamiento de un policía a manos de un delincuente. Meneses será quién finalmente atrape al malhechor y esa imagen será la que disparará, años después, el guion de Evaristo, que sucede en una «Buenos Aires que ya no existe» pero que es el reflejo de lo que de pibe Solano López veía sentado en la puerta de su casa en el barrio del Abasto. Y es este concepto el que rescata el Steimberg al referirse al también mítico cómic Evaristo, «una historieta que tiene un proyecto de trabajo sobre la memoria».
Un dato notable es que sobre Meneses y su leyenda solo existan la historieta de Sampayo-Solano López y un libro de relatos policiales, Evaristo Meneses contra el hampa, escrito por el propio Meneses. Parece que en su momento hubo un proyecto de película de ficción que iba a ser protagonizada por Lautaro Murúa pero que no prosperó, como sí la vigencia del mito popular, hoy sólo recluido en el museo de la Federal. En palabras de Steimberg, «para que los componentes míticos de un personaje ficcional funcionen hace falta que, en determinado momento, retengamos características, episodios, versiones de la historia y olvidemos, dejemos de lado, alejemos, otros». Como toda ficción, Evaristo requiere de la colaboración del receptor, porque «tanto ese momento de la historia como los otros que parecen que llevara a territorios diferentes de posibilidades, nos hacen elegir».
Evaristo no sólo nos habla de la construcción del mito, de su resurgimiento -pienso que fugaz, porque ¿quién se acuerda realmente de Meneses?- sino que, sin quererlo, se transforma en un producto histórico con cierto matiz espeluznante. Terminada en 2015 da cuenta de una realidad institucional que en ese momento se nos aparecía con la solidez del presente. Osvaldo Aguirre se refiere al contexto histórico institucional en el que actuaba Meneses y a la policía como esa institución represora que te podía pedir los documentos en la calle y llevarte detenido por averiguación de antecedentes, algo que en el presente de la película era parte del pasado, pero que a la hora de su estreno ya no.
Evaristo (Argentina, 2016), de Mariano Petrecca, c/Carlos Sampayo, Francisco Solano López, Osvaldo Aguirre y Ricardo Ragendorfer, 77′.
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