La mayoría de las películas que trabajan sobre la temática de la opresión de la mujer en los países de Medio Oriente corren el riesgo de hacerlo desde una mirada occidental, sobre las condiciones de vida de una cultura con reglas de juego diferentes, y de suponer un conflicto generalizado en las mujeres respecto de su posición en la sociedad, que quizás sea más afín a la realidad de los países centrales -donde la lucha por la liberación femenina está en pleno apogeo-, que en la vida cotidiana de las mujeres que se pretende retratar (y en ocasiones hasta cuestionar). Este escollo es el que logra sortear el director belga Stephan Streker en su película La boda (Noces, 2016) al situar la acción en Bélgica, haciendo de este modo más plausible que se suscite en una adolescente belgo-paquistaní el conflicto entre la vida urbana y moderna de Occidente y las tradiciones de su cultura y la religión musulmana.

La película comienza con una joven que realiza una consulta médica por la posibilidad de someterse a un aborto. Zahira Kazim (Lina El Arabi), que vive junto a su familia de origen paquistaní en Bélgica, duda acerca de avanzar en esta dirección. Preguntas sobre si el embrión tiene un alma o el referirse a él como un bebé, además de querer conversarlo con su novio Tariq, dan cuenta de existe en Zahira el deseo de un hijo. Que Tariq rechace avanzar junto a ella con ese embarazo y que su familia no le brinde apoyo (como se desprende a partir de la conversación entre el padre y el hermano de Zahira en el local en el cual trabajan), son condiciones que finalmente, y no sin vacilaciones, la llevan a decidirse a realizar el aborto.

Zahira, en su vida social y escolar, luce jeans, zapatillas y campera de cuero, como cualquier otra adolescente belga. Puertas adentro, viste con ropas típicas, cocina comidas tradicionales y practica los ritos correspondientes a la religión musulmana. Es una joven de 18 años que está dividida entre esos dos mundos en contraste y en pugna. La puesta en escena la identifica con un pañuelo que cubre su cabeza y ropas en la gama del color rojo, especialmente cuando se celebre la boda a la cual refiere el título, ceremonia que la sitúa en el lugar de la protagonista marcada por la pasión, en el doble sentido de quien lleva adelante la acción y de quien sufre por avanzar en su deseo.

La vida de la familia está ordenada por el padre (Babak Karimi), dueño de un almacén, quien establece diferencias en la crianza que prodiga a sus hijos, de acuerdo al sexo y en consonancia con las tradiciones de su país de origen. A Amir (Sébastien Houbani), el hermano de Zahira, le está permitido trabajar y salir de noche, mientras que Zahira, llegada a la adolescencia, se la comienza a educar en las labores de cocina, se la destina en matrimonio y tiene que salir de noche a escondidas de su familia (porque esto le está prohibido) cuando quiera divertirse con sus amigos.

Es interesante situar la idea de libertad que tiene la familia Kazim. A Zahira se la considera privilegiada porque se le da la posibilidad de conocer vía skype y elegir entre tres candidatos paquistaníes seleccionados por la familia, mientras que los padres de Zahira se casaron mediante arreglo de sus padres y sin conocerse entre sí. Se trata de una “libertad” a medias, ficticia; en realidad, la férrea tradición cultural impone que Zahira debe necesariamente casarse y además con un paquistaní musulmán. En ese contexto social, que una hija no se case o que rompa el compromiso con el candidato propuesto, para un padre resulta en la deshonra, la vergüenza y el rechazo de su comunidad.

El conflicto de Zahira se dará entonces entre el orden de hierro patriarcal, que no admite excepciones ni concesiones posibles, y su deseo, que apunta hacia un joven belga. El patriarcado recurrirá a todas las manipulaciones posibles para convencer a Zahira de casarse según las reglas de juego de la tradición musulmana: vendrá Hina (Aurora Marion), la hermana mayor que vive en Barcelona para contarle su propia y maravillosa experiencia de casamiento (aunque en un comienzo tampoco fue consentido por ella), y se pondrá de manifiesto la delicada salud del padre, que padece  Síndrome de Brugada, una cardiopatía. Esto último de por sí es un dato: que la hija no responda a sus mandatos es para el patriarca un dolor en el pecho, un afecto que golpea, una traición que se paga con la pérdida absoluta del lazo con la familia.

En las distintas ocasiones en que se vea cercada por la presión familiar al casamiento, Zahira se refugiará con su amiga Aurore (Alice de Lencquesaing), que será un claro apoyo dado que no pertenece al círculo familiar y representa el estilo de vida occidental por el cual se siente atraída, ese donde la mujer puede elegir su modo de vida, su manera de vivir su sexualidad y sus vínculos amorosos con mayor libertad. El choque de culturas será lo suficientemente evidente en la escena en la cual confronten Kazim y André, el padre de Aurore (Olivier Gourmet). En ellos podemos establecer la diferencia entre el patriarcado y el padre. El padre de Zahira representa el patriarcado porque concibe a la mujer como un objeto de su propiedad y como tal sin derecho alguno para realizar algún tipo de elección en su vida; él es el amo que toma las decisiones que considera convenientes para ella. André, en cambio, encarna la función del padre: le brinda una nominación a su hija Aurore, la inserta en una filiación genealógica, pero no la considera como un objeto de su dominio sino como un sujeto capaz de tomar sus propias decisiones, aunque estas no coincidan con los ideales que haya depositado en ella. André es capaz de cederla al mundo porque sabe que lo que funda su lazo con ella es el amor y no la posesión por la fuerza o la manipulación psicológica. André, al cobijar a Zahira, se constituye en su padre mucho más que Kazim, que es su padre biológico y su dueño, como se es dueño de las mujeres de un harem.

Esta escena también da cuenta de la intolerancia que a veces se da en el inmigrante. Aquí el ciudadano belga se muestra abierto a incluir y respetar a otra cultura, mientras que el paquistaní quiere imponer a su descendencia sus tradiciones a rajatabla, no obstante estar viviendo en el mundo occidental, y no es capaz de escuchar o incorporar aquello que lo diferente de occidente puede aportarle enriqueciendo a su propia cultura. Lo diferente, la mujer liberada del yugo del patriarcado en tanto temida, es rechazada bajo pretexto de ser indecente e infeliz. La felicidad de la mujer está en el lugar que es natural en ese sistema cultural: el casamiento con un hombre y la maternidad. Aquí se presenta una idea virginal y sumisa de la mujer, en tanto se mantiene apegada a los lineamientos del patriarca, sin resistirse a ellos.

No obstante los manejos familiares, Zahira decidirá ir más allá de los límites que le impone la cultura y avanzar en su deseo hacia el joven Pierre (Zacharie Chasseriaud), con quien planeará una fuga. Que mediada la película Zahira represente en la clase de teatro una escena de Antígona de Sófocles, ya es signo de que la tragedia es el marco con el cual leer la película y anticipar el infortunio fatal del final, donde el destino como ley de hierro inconmovible se impondrá de manera aplastante sobre cualquier atisbo de subjetividad que quiera hacer lugar a la contingencia del encuentro amoroso. Así, Zahira se constituye en una especie de Antígona contemporánea, una heroína que como, la griega, desafiará a la ley universal del patriarcado para poner en primer plano la ley singular de su deseo y entonces avanzará sin temor, sola y traicionada hacia su derrotero final. En el periplo de la heroína será interesante y decisivo el viraje del personaje de Amir, un personaje ambiguo que al comienzo no se sabe realmente de qué lado está, si juega para el bando de Zahira o para el del padre, y que conforme avance la película pasará de ser su confidente a convertirse en un fiel representante del patriarcado, un cruel carcelero que sellará su destino trágico.

A pesar del contexto extremo que propone Streker en su película, y de no innovar respecto de otras propuestas sobre sistema patriarcal de Medio Oriente como por ejemplo Mustang (2015, Deniz Gamze Ergüven), el film tiene la virtud de contar con un elenco adecuado en sus interpretaciones (que no resultan exageradas ni telenovelescas) y de continuar poniendo en el tapete la vigencia que sigue teniendo el patriarcado en muchas regiones situadas en los márgenes, y en consecuencia cuán necesaria sigue siendo la lucha de las mujeres por una mayor igualdad de derechos tanto en lo social como en lo económico.

La boda (Noces, Bélgica/Francia/Luxemburgo/Pakistán, 2016). Guion y dirección: Stephan Streker. Fotografía: Grimm Vandekerckhove. Montaje: Jérôme Guiot, Mathilde Muyard. Elenco: Lina El Arabi, Sébastien Houbani, Babak Karimi, Nina Kulkarni, Olivier Gourmet. Duración: 98 minutos.

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