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Entre gatos universalmente pardos: Retrato del artista desajustado, por José Luis Visconti

“Cuando sientas que el corazón te está por explotar, ahí te das cuenta que tenés que seguir”, decía Salvador Benesdra, según su primera mujer, cuando le enseñaba a nadar a alguien. El ejemplo más contundente de la idea alrededor de la cual parecen ponerse de acuerdo todos los entrevistados que conocieron a Benesdra: en él estaba siempre el intento de ir más allá de los límites. Voluntad que es también un signo a contramano de una época: Benesdra, el escritor, el periodista, está situado en los 90, la década que insistía con el rechazo de la historia bajo el argumento del final de las ideologías. En el momento histórico que sostenía el individualismo a ultranza, curiosamente, el individualismo de Benesdra era incómodo. Desencajado de la época. Si la posdictadura se agota en el momento de acceso al poder de Carlos Menem, lo hace aniquilando los cimientos de todo relato. En ese ámbito en el que el minimalismo –y los acólitos del airanismo- comienzan a apoderarse de los resortes de la literatura argentina, la apuesta individual de Benesdra fue por la desmesura, la ambición (“Quería escribir La Guerra y La Paz en la Argentina de los 90” menciona uno de los entrevistados).

En el primer tramo de Entre gatos universalmente pardos, que se ocupa casi con exclusividad de El traductor, la única novela publicada de Benesdra, hay una frase que impacta en el sentido mencionado respecto de la época: “Le servía el plato opuesto al paladar del consumidor” dice un entrevistado. Elvio Gandolfo lo reafirma cuando relata que, siendo jurado de preselección del Premio Planeta, al llegar a la mitad de la lectura de la novela se dio cuenta que no ganaría el premio y que no sería publicada. Pero el documental entiende que no se trata de un texto que nadie –o casi- querría leer, sino que es el texto que nadie, ningún otro, iba a escribir. Es a partir de ese planteo que entiende la inevitabilidad del fracaso que estaba por venir. Lo notable es que en ese recorrido hacia lo inevitable se permite trazar, además, un mapa posible del mercado editorial de ese momento y que en la actualidad no ha hecho más que repetirse. De un lado, las editoriales grandes –Anagrama, Tusquets- y sus cartas en las que rechazan la posibilidad de edición. Del otro, las pequeñas o medianas–Beatriz Viterbo, De la Flor-, debatiéndose entre el entusiasmo por el texto y las limitaciones de su propia estructura de costos. La grieta, en fin, entre el negocio y el riesgo, entre la escritura y los gerentes de empresas. Benesdra, en medio de esa grieta, en la indefinición de un país que no seguía sus tiempos, fue más allá y con él arrastró a su propia obra.

Ese planteo, que podría haber derivado en el lugar común del escritor a partir del mito romántico (la escritura como sufrimiento, el suicidio por la incomprensión del entorno en el tiempo que le tocó vivir), se desplaza hacia otro territorio justo en el momento en que se desplaza a la obra del centro de atención. El desfasaje de la novela en su contexto histórico es ahora el desfasaje del personaje con sí mismo. Los brotes psicóticos de Salvador establecen una relación de ajenidad con la realidad que el documental señala incluso desde lo anecdótico (hay que imaginarse a un tipo, un periodista, en la jefatura de redacción de Página/12 diciendo a los gritos que hay que prepararse porque está en marcha la revolución).

Si hay un hallazgo en el documental es el de evitar continuamente lo explícito y construir pacientemente, en el cruce y la relación en el todo, sin caer en la tentación de la retórica silogística, el contacto estrecho entre vida y obra como parte indisoluble de Benesdra. El punto máximo de fusión parece encontrarse en esa versión cinematográfica de la novela que filmó Oliverio Torre: a diferencia de la novela, el personaje central se llama de la misma manera que el autor, se diluye la frontera entre realidad y ficción de la obra en relación con su pareja de entonces, y como corolario de esos elementos es la propia familia la que impide el estreno y la circulación de la película temiendo esa identificación lineal entre uno y otro.  Es ese tramo, que parece inocuo, incluso hasta poco interesante y lateral –un poco por las imágenes lavadas de color de la película, otro poco por la parquedad y hasta se diría que desinterés que muestra Torre al momento de ser entrevistado- el que se establece como punto de referencia que guía el recorrido de todo lo que hemos visto hasta allí y lo que veremos después. La militancia en la izquierda, los años de Francia, los brotes, el trabajo como periodista, la novela terminada y la que quedó inconclusa –y esta, a su vez, como símbolo de ese lugar oculto y desconocido del escritor- se articulan alrededor de ese desajuste que la película de Torre pretende resolver en la fusión definitiva de obra y autor.

Es curioso que el efecto de esas pocas imágenes –de las que ni siquiera es posible sospechar que se trate de una película con algo de interés- resulte más poderoso en el documental que las pocas imágenes del propio Benesdra registradas en un video de los años 90.  Y es que ese video es también un desfasaje, una incomodidad que se percibe en cuanto se lo empieza a contrastar con el resto de las imágenes. Ese hombre que habla sentado en un sillón, o parado en el balcón de su departamento, no parece Benesdra. Hasta en la forma de organizar su discurso hay una oposición tajante con la descripción que unos y otros hacen de él (de hecho, hay un momento en que él mismo asume el juego de representarse a sí mismo como orador de asamblea, poniendo en tensión nuevamente la ficción y la realidad, la mirada de los otros y los propios actos). Pero es en la imagen que vemos del personaje donde el choque se hace evidente: es difícil creer que ese es Benesdra, que esos rasgos físicos y esa vestimenta le corresponden.

Sin embargo, hay otro detalle que el documental ofrece como elemento adicional. La profusión de imágenes, de fotos del personaje durante diferentes períodos de su vida, dan cuenta de un proceso continuo de transformación, de una imagen que una vez consolidada, se disuelve para dar lugar a otra. Si el proceso de transformación se relata, más que como descomposición personal, como un proceso que adquiere la lógica de lo inevitable, lo que consigue el documental es hacerlo desde la suma de detalles que, bajo la forma de archivos, van superponiéndose como capas de información sobre el relato verbalizado. Las grabaciones del contestador automático alertando sobre la situación de Salvador parecen poner a la película en el lugar en el que alguno de los analistas ponen a su obra: hacer que lo que se lee o se ve parezca un puro presente. Si hay un momento en que ese proceso se expone, entre la fascinación, la ternura y el dolor, es justamente cuando se abandona ese puro presente que implica la actualización de lo pasado. Es cuando Mirta, la primera esposa, se convierte en la guía necesaria para la cámara y para el espectador, para que atraviesen esa zona del pasado como un conjunto significativo. “Mirá estos ojos y mirá esos” dice señalando los cambios –a primera vista poco perceptibles- en la mirada de Benesdra que apuntan, más que a la evolución de sus problemas, a la manera en que se había transformado. A través de esos ojos, congelados en esas fotos que la cámara registra como una serie, se ven más que los años transcurridos, al hombre que se fue transformando lenta e indefectiblemente en otro.

Pero Entre gatos universalmente pardos no juega sus cartas en la representación de Benesdra como el mito literario en que fue construido por los círculos críticos y literarios. No asume para sí mismo el seguimiento de la novela en eso que Gandolfo señala: que entrar en ella es como “andar arriba de un auto loco”. Bajo la apariencia de un leve distanciamiento de las convenciones del género, propone una mirada compleja sobre el autor y su obra. No se ahorra los elementos cuestionables, incluso en referencia a los desafíos que propone la obra literaria (Gandolfo señala que El Traductor tiene momentos que son aburridos y que lo mejor no está justamente en los riesgos que asume en el tramo centrado en la búsqueda del libro de Bruckner) aunque se resalten sus virtudes a contracorriente de lo establecido. Ni se escatima una mirada crítica sobre algunas actitudes que están lejos de justificarse en sus inestabilidades (el giro individualista que tomó en sus últimos tiempos en Página/12, la crítica de sus ex compañeros del Partido Obrero por la decisión de abandonar la militancia). De allí que Benesdra y su obra no aparecen en el documental como un bloque monolítico e incuestionable. El mito posible se desarma y se pone en su dimensión terrena con sus contradicciones y cuestionamientos. En esa dimensión, el documental consigue, de manera menos elocuente, ser aquello que se dice de la obra de su objeto de estudio: un plato servido en contra del gusto del espectador. Uno que lo obliga a encontrar el disfrute y el placer por un camino más pedregoso, menos previsible y por fuera de cualquier prejuicio que se pueda tener.

Entre gatos universalmente pardos (Argentina, 2019). Guion y dirección: Ariel Borenstein, Damián Finvarb. Entrevistados: Oliverio Torre, Ernesto Tenembaum, Elvio Gandolfo, Silvia Plager, Daniel Divinsky. Duración: 95 minutos.

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