De lo privado a lo público, de imágenes hogareñas a imágenes de archivo, y de un hecho local que inmediatamente adquirió una dimensión política nacional. En este contrapunto transita el documental Esquirlas, de Natalia Garayalde, que narra la explosión que se produjo en noviembre de 1995 en la Fábrica Militar ubicada en Río Tercero, Córdoba.

La voz en off de la realizadora acompaña las imágenes a lo largo del relato, que comienza con un material audiovisual de la casa familiar registrado por ella en 1995 –cuando tenía 12 años– con una cámara regalada por su padre. Así, a través de una imagen inestable con barridos, fuera de foco, intensos zoom y de sus mismas palabras, conocemos el interior del hogar, el rostro de sus padres y de sus tres hermanos, un varón y dos mujeres, sus juegos y complicidades, y la admiración de Natalia por su hermana mayor, Carolina. Desde el presente, y a modo de flashback, Garayalde utiliza estas filmaciones, que funcionan como recuerdos y activan una vuelta al pasado, al mismo tiempo que ella se convierte en protagonista y narradora.

Un fundido a negro marca un cambio de tono, interrumpe la vida cotidiana y nos enfrenta a estampidos y a la figura de una densa columna de humo, registrados desde un coche en movimiento que cruza las calles de Río Tercero y es interceptado por pobladores que corren, se tapan los oídos, gritan.

La explosión sacude la política nacional; a las pocas horas Carlos Menem, presidente de la República en esos años, se presenta en la ciudad de Río Tercero y ante periodistas locales asegura enfáticamente que el hecho que trastorna a sus habitantes se debe a un accidente. En la misma conferencia de prensa, el entonces gobernador de Córdoba Ramón Mestre ratifica la afirmación de Menem. Oficialmente se reconocen siete muertos y cientos de heridos.

La casa familiar de la directora –ubicada solo a 300 metros de la fábrica– es alcanzada por la explosión. En un ida y vuelta temporal aparecen muchas de las imágenes ya vistas en el comienzo, pero en realidad ya no son las mismas, no sólo por el caos y por los objetos despedazados apenas reconocibles, sino porque han cobrado un nuevo sentido. Filmadas tiempo atrás, como recuerdo familiar y privado, cobran un valor testimonial respecto de un hecho público, político y actual. Asimismo, las palabras ya no informan acerca de las imágenes sino que la narración se construye solo a través de ellas. “Recuerdo que en esos días la televisión estaba prendida todo el día”, relata Garayalde y, al mismo tiempo, en la pantalla de un televisor se ve a un militar mientras declara que se han retirado de la fábrica todos los elementos que pudieran ser peligrosos para la población. Sin embargo, días después, contradiciendo esas palabras supuestamente autorizadas y, apenas aquietado el miedo, se produce una segunda explosión; muchos proyectiles que estaban aún activos empezaron a detonar en cadena. Se suceden las imágenes de escombros, viviendas arrasadas por los estallidos y restos de proyectiles esparcidos por la ciudad.

La directora menciona las discusiones de sus padres en torno a permanecer o abandonar Río Tercero, las posturas se dividen: su madre prefiere quedarse, su padre insiste en marcharse de la ciudad. Finalmente siguen viviendo allí. A pesar de esta decisión, el doctor Garayalde, desde su lugar de médico, no deja de alertar sobre los peligros del fósforo blanco que, según dice, contamina el aire de la ciudad. Se sabe que la exposición al fósforo blanco –elemento químico usado en manufactura química y en municiones– puede causar quemaduras, irritación y hasta otras enfermedades irreparables. Ante esta amenaza constante, el padre cuestiona la ubicación y la existencia misma del establecimiento militar y ante un periodista local revela que, desde su inicio, la construcción de la fábrica de explosivos resultó inapropiada y peligrosa dada la cercanía con las viviendas de la ciudad, cuestión que fue denunciada en varias oportunidades. Y señala la encerrona que significa para los lugareños el hecho de que tanto dicha fábrica como las plantas químicas que se suman a la instalación militar sean, precisamente, importantes proveedoras de trabajo en la zona.

Esquirlas pone de manifiesto un punto de vista que privilegia las experiencias, consecuencias y representaciones que surgen de la propia comunidad, así como una perspectiva singular en el relato de los hechos y, desde esa posición, visibiliza los alcances de un suceso de magnitud nacional. Esa tensión entre lo local y lo nacional permite también incorporar una mirada desde la vida cotidiana. En este sentido, si bien el documental expone registros audiovisuales de diferente procedencia -tanto televisivos y públicos, como de archivos particulares-, Garayalde escoge filmaciones de origen local, antes que las producidas por medios nacionales, y de videos domésticos, no profesionales; incorpora, por ejemplo, un material registrado en el pasado, en el que una Natalia adolescente convertida en improvisada movilera entrevista a una directora de escuela sobre los alcances del suceso, y se traslada a lugares de la ciudad ampliando la información. Esa voz de la Natalia del pasado se alterna con la voz de Natalia en la actualidad, que antepone nuevamente una mirada propia en la elección de la producción audiovisual.

Por otra parte, en una continua alternancia de afirmaciones y desmentidas, el trabajo de montaje se organiza según la idea de contraposición, procedimiento que adquiere un valor estructural. De este modo, y siguiendo la línea de la investigación, el documental muestra cómo un juez responsabiliza a un operario por la explosión, mientras que en los medios comienza a prevalecer la versión que atribuye la catástrofe a un hecho intencional. En este punto, la directora se vale de un material casero realizado por el propio operario acusado, Omar Gaviglio, para demostrar su inocencia. A través de este valioso registro ‒que él entregó a la familia Garayalde‒ vemos las pruebas que él realiza con material inflamable, réplica de las pericias, que desmienten la acusación. Además nos enteramos de que los explosivos fueron camuflados con el objetivo de ocultar un envío ilegal de armas a Croacia, en plena guerra de los Balcanes tras la disolución de la antigua Yugoslavia, y de otro envío a Ecuador, país que mantenía un conflicto bélico con Perú, mientras los medios de comunicación repetían que el gobierno enviaba cascos azules al lugar del conflicto, y contribuía a la firma de tratados de paz.

Otro aspecto a señalar en lo que hace al montaje es que si bien la realizadora utiliza la voz en off que, en documentales más convencionales suele guiar la significación de las imágenes, en este caso no se le asigna a las mismas un mero valor ilustrativo; por el contrario, la conexión entre palabra e imagen busca un contrapunto, una antinomia. En este aspecto, por ejemplo, la directora muestra un material casero filmado en el pasado, en el que vemos a sus compañeros de colegio en un aula y escuchamos su voz en off, desde el presente, mientras cuenta que en las pruebas escolares los alumnos debían estudiar los efectos que causaban los productos elaborados en las plantas químicas de la ciudad, y enumera  “fósforo, desintegra los huesos; fosgeno, ataca las vías respiratorias… “, palabras que escuchamos mientras la imagen nos muestra a los alumnos en una clase de educación física al aire libre junto a una arboleda. La amenaza era constante y alcanzaba a todos los ámbitos de la vida de la ciudad.

En este sentido, las palabras y hasta la obsesión del doctor Garayalde resuenan a lo largo del documental y, desde el presente, se transforman en premonición. Pasado un tiempo, además de las víctimas ocasionadas inmediatamente por el estallido, se sumó el peligro de padecer cáncer; entre otros casos, en 2012, Carolina, la hermana mayor de Natalia, falleció por esta enfermedad; luego, también su padre la contrajo. La Historia penetró en esas vidas.

Respecto de la investigación y los juicios, en 2014 fueron condenados cuatro directivos de Fabricaciones Militares a penas de entre 13 y 10 años por “estrago doloso agravado por muerte de personas”. Se confirmó que la explosión fue intencional y programada para encubrir una venta ilegal de armas. Carlos Menem fue separado de ese proceso judicial por «falta de mérito». Pero en 2018 se revisó esa decisión y en noviembre de ese año se volvió a procesar y a elevar a juicio al ex presidente pero, en este caso, en soledad; la acusación era como presunto «autor mediato» de estrago doloso agravado. Nuevas apelaciones dilataron el avance del proceso hasta que quedó en firme la resolución y se fijó la fecha del juicio para el 24 de febrero de 2021. Hace unos días, su familia pidió la suspensión del juicio. Carlos Saúl Menem falleció el 14 de febrero del 2021.

La imagen final de Esquirlas es de una Natalia niña, en la casa familiar, bailando un tema de música clásica con su padre, rodeados de otros familiares, y así irrumpe el recuerdo de las palabras del doctor Garayalde cuando le regaló la cámara a su hija para que filmara y guardara los recuerdos de la familia. De esta manera, desde el hoy, las imágenes cobran un potente valor emocional tanto como político y autobiográfico.

Esquirlas (Argentina, 2020). Guion y dirección: Natalia Garayalde. Montaje: Julieta Seco y Martín Sappia. Duración: 70 minutos. Disponible en Cine Ar Play.

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