El entusiasmo del musical, la truculencia del thriller y los golpes de efecto del terror se aúnan en una amalgama con fines críticos, políticos –acaso propagandísticos- dentro de la era del movimiento #MeToo, cuya pretensión de desenmascaramiento de ciertas (a)moralidades del pasado no hace más que dejar en evidencia las grietas por donde se discurren los mismos demonios que parecían haberse erradicado.

El misterio de Soho comienza con una escena en la que se emula a una princesa soñando su futuro venturoso de cuento de hadas, donde Eloise “Ellie” Turner (Thomasin McKenzie) baila y actúa para sí misma acompañada de World Without Love, de Peter y Gordon, canción que apela al lugar seguro de la protagonista y a cierta nostalgia del espectador. Eloise habita un mundo imaginario de Carnaby Street, y un escenario pop recubierto por pastiches de imágenes de películas y discos del ’60, sumado a un homenaje que se encarna en las figuras del cine británico como Rita Tushingham, Terence Stamp y la gran Diana Rigg -en su último papel y a quien se le dedica la película-. Sin embargo, su abuela (Tushingham) tempranamente le advierte “Londres no es lo que imaginas”, para dar comienzo al periplo de la mujer pueblerina que al llegar a la gran ciudad descubre los vicios y peligros que la constituyen. Esa llegada instaura ciertas reminiscencias a Suspiria (Dario Argento, 1977), con la presentación de un mundo que se va a subvertir, dejando ingresar el Mal junto con lo irracional, y desgarra el tejido de lo real en estallidos de color. Y esa subversión estará en función de poner en crisis la imagen idílica del Soho londinense que sustenta los deseos de Eloise, pero además en función de poner en tela de juicio a la industria del entretenimiento toda y sus mecanismos cosificadores.

La protagonista se refugia de la violencia y malos tratos de la cotidianeidad contemporánea en su burbuja sonora del ´60 y el ascenso de una estrella en la que se desdobla y con la que está fascinada hasta que, a través también de la música –concretamente en el número musical de Puppet on a String-, comienza a comprender el funcionamiento de la maquinaria del entretenimiento y entiende que esa imagen era solo eso: un constructo poco fiable. Es en ese sentido, en esa opresión, que se da la conexión entre generaciones, donde el límite entre pasado y presente se borra mientras la estructura de lo real se resquebraja: Eloise cumpliendo el sueño de su madre y siendo imagen especular de Sandie (gran interpretación de Anya Taylor-Joy), una actriz a la que idolatra y en la que busca forjarse a imagen y semejanza, en  una suerte de doppelgänger onírico, afianzado en la imagen fetichista de una época, de un lugar y también de la industria del arte y el glamour.

Es interesante, a este respecto, la mezcla genérica que elige el director Wright, donde, en principio relega los momentos felices al musical, el suspenso al terror gótico, y el desvelamiento de la verdad al giallo (el plano de las cuchilladas con la imagen de la víctima reflejada en la hoja de metal como marca registrada); pero, además, la fotografía, a cargo de Chung-hoon Chung, aúna esa amalgama genérica porque, finalmente, el uso que ambos géneros cinematográficos le dan al cuerpo de la mujer –siempre espectacular, sea como víctima o como objeto de seducción-, es armónicamente similar.

No obstante las buenas intenciones y los atributos técnicos que ostenta, El misterio en el Soho cae en ciertos lugares cuestionables. La elección de vociferar la denuncia política en detrimento de ciertas sutilidades, termina generando un efecto propagandístico que quita fuerza a la imputación misma. Desde la escena del taxi queda en claro el acoso, pero el hecho de volverlo –casi- generalizado contribuye a que el espectador pueda creer que todo ese mundo peligroso es algo que sucede en la mente de la protagonista, porque, además, desde el comienzo se la presenta como un personaje que sufre visiones, por lo que no estaría completamente anclado a la realidad. Insania o don divino, las visiones de Eloise no son trabajadas en profundidad y el asunto de la madre perdida pasa a ser tan solo una anécdota, por lo que el mundo interno del personaje se reduce a unas pocas características visibles, dejándolo como un envase vacío en el que la narración transcurre.

Una narración que pierde fuerza a medida que el giro genérico se efectiviza, ya que el vuelco dramático ralentiza el ritmo y la repetición de la denuncia, con la intención de alargar los efectos, hace que la trama pierda la progresión y vertiginosidad que ostentaba en la primera parte. Con el afán de salvar este decaimiento se recurre a un golpe de efecto hacia el final, que funciona, además, para reforzar el tema de la sororidad sobre el que se trabajó durante toda la película, para deshumanizar por completo a los fantasmas y quitar cualquier tipo de etiqueta de víctimas que pudiera achacárseles.

Finalmente, en ese choque entre épocas, la reivindicación del presente ante ese pasado, donde la actualidad llega para quitar el velo idílico y desmontar ciertos mecanismos de la industria, instaura un final de superación, dejando al espectador en un lugar de confort y con una sensación de triunfo por sobre eso que se cree extirpado, cuando esa industria a la que se denuncia tiene dentro de su organismo al cine, y donde el #MeToo hollywoodense está apenas comenzando, con mucho por reestructurar y poco de lo que ufanarse. Cabría preguntarse hasta qué punto la denuncia ante esa industria misógina es honesta cuando el director utiliza la figura de Anya Taylor-Joy de la misma manera que ese cine perteneciente a la industria que critica. La narración descansa sobre su figura de blonda clásica, a la que pinta con gestos a lo Monroe y a quien se encuadra con los mismos procedimientos de abstracción que denuncia. Se la muestra como víctima, tirada en una cama, pero también como objeto a servir para el deseo del espectador, especialmente en el mencionado número de Puppet on a String, donde la cámara replica en sus tomas las miradas lascivas de los clientes. De esta forma, Wright deja al acoso como algo del pasado cuando repite las mismas fórmulas cosificadoras al momento de encuadrar a Sandie a través de los mismos patrones preexistentes de fascinación y espectacularización, y donde, a fin de cuentas, la puesta en escena formal refleja la ideología dominante que cosifica a las mujeres y el lugar del espectador se identifica con el de los hombres como clientes de esa imagen prostituida.

Calificación: 7.5/10

El misterio de Soho (Last Night in Soho, Reino Unido, 2021). Dirección: Edgar Wright. Guion: Edgar Wright; Krysty Wilson-Cairns. Fotografía: Chung-hoon Chung. Edición: Paul Machliss. Elenco: Thomasin McKenzie, Anya Taylor-Joy, Matt Smith. Duración: 116 minutos.

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