Primero tenemos que hacer un poco de historia y decir que Creed III es la novena película de la saga de Rocky, lo cual es de por sí un caso único en la historia del cine. Stallone logró que una historia perdure durante 47 años de modo ininterrumpido. Lo curioso de esta situación es que en esta novena entrega el propio Sylvester y su personaje están absolutamente desaparecidos de la historia, motivo que afecta sensiblemente el material de la misma.
Stallone es un espectro que no puede limpiarse de un plumazo por algún problema legal, porque básicamente la saga de Creed es parte de la saga de Rocky. Sin embargo, y a pesar de esta ausencia indisimulable, la película de Jordan respeta la esencia de la saga que Stallone vino modelando con paciencia de orfebre desde hace medio siglo.
A lo largo de las nueve películas de Rocky lo que queda más que claro es que más allá del resultado final del combate lo que importa siempre es el modo en el que se llega a la batalla. En Creed III vuelven a observarse las principales virtudes de toda la saga creada por Stallone. Adonis Creed es un personaje frágil al igual que su mentor y esa fragilidad es lo particular de este universo en donde el público empatiza con seres humanos comunes y no con máquinas superpoderosas. Para Jordan, tomar el control creativo de la historia en este momento de la saga es todo un desafío, ya que el final de Creed II es sin duda uno de los grandes momentos de toda la saga. Esa batalla entre Creed y Víktor Drago, que a su vez reinstalaba la batalla original entre Apollo Creed e Ivan Drago, podría haber sido un digno cierre de la saga. Creed II no es otra cosa que un western disfrazado de película de boxeo en la que Rocky con su sola presencia en pantalla pareciera emular a John Wayne en su versión crepuscular. Es decir, cine en estado puro.
Por otro lado, Michel B. Jordan y su Adonis es un digno sucesor de Rocky. En las primeras dos entregas interpretó solventemente al hijo del mejor amigo del semental italiano en su camino a la cima del boxeo. En la tercera entrega, además de protagonizarla, asume el riesgo de ponerse detrás de cámara. Jordan sostiene el legado creado por Stallone construyendo un personaje anclado en ese mundo familiar y afectivo, que es la marca distintiva de toda la saga de Rocky, tomando riesgos de puesta en escena como por ejemplo cuando filma parte de la pelea final como si de una batalla fantasmagórica se tratara. Hijo de la leyenda Apollo Creed, la vida de Adonis estuvo atravesada por la pobreza y la marginalidad en su infancia hasta que Rocky se cruzó en su camino. En la tercera parte de la subsaga que representa Creed, el héroe se encontrará con Damián Anderson, un fantasma del pasado que viene a cobrarse una cuenta de su juventud que, como en cualquier buena película de boxeo, saldará en el cuadrilátero.
Lo más hermoso de las películas de boxeadores tiene que ver con ese entorno de marginalidad y violencia que describen. Ese realismo sucio mezcla de melodrama y policial es el secreto detrás de tantas grandes películas de boxeo. Desde El luchador, bella y olvidada película de Mark Robson con un Kirk Douglas de antología, hasta las descomunales Rocco y sus hermanos de Luchino Visconti y Gatica, el mono de Leonardo Favio, pasando por documentales como Cuando éramos reyes, el cine de boxeo siempre se hace fuerte en esa capacidad que tiene para narrar la vida y obra de perdedores hermosos a los que la cámara sigue hipnotizada mientras ellos cumplen a rajatabla con el destino trágico del héroe.
Las tragedias modernas de estos héroes sin capa se asemejan al destino de los personajes del policial negro a los que refiriera Ricardo Piglia hace ya más de medio siglo. Es sobre este material que se asienta lo mejor de la película de Jordan. Envuelto en las brumas del pasado como si de un espectro se tratara, Anderson (un Jonathan Majors notable como en la reciente Ant Man: Quantmania) retornará de una larga y esquiva temporada en prisión para cobrarle a Creed una vieja deuda. Anderson deduce que su estadía en prisión se debió a que Creed lo abandonó, y a partir de esa sed de venganza decide jugar su última carta en su afán por ser un gran campeón. Majors evidentemente tiene pasta para crear villanos más grandes que la vida misma y su personaje es el motor que hace que Creed III sea una bola de energía que pareciera estar a punto de explotar en cualquier momento. Anderson es la contracara del personaje de Creed, que vive, al igual que Rocky en Rocky III, envuelto en la absurdidad y enajenación que produce la riqueza. Retirado del boxeo, el ex campeón maneja un gimnasio donde despunta el vicio de estar cerca del mundo del boxeo mientras ve crecer a su hija hipo acúsica y acompaña la vida artística de su mujer, la hermosa Tessa Thompson. El reencuentro entre el ex boxeador aburguesado y la vieja promesa postergada por una larga estadía tras las rejas llevará al obvio enfrentamiento boxístico.
Otra de las grandes virtudes de la saga de Rocky son las peleas finales. El modo en el que Stallone llevó el boxeo al cine es parte del secreto de su éxito. Desde las dos maravillosas peleas entre Rocky y Apollo, pasando por la épica que representó la batalla final de la guerra fría entre Rocky y Drago en Rocky IV, y hasta la notable pelea callejera de Rocky V, los enfrentamientos de la saga de Rocky siempre se dirimieron en el ring. Creed III no se queda atrás en relación a la emotividad de esos enfrentamientos, y si bien la batalla decisiva entre Creed y Anderson no está a la altura de la pelea antes mencionada entre Creed y Víktor Drago, Jordan la filma de un modo salvaje, capturando de modo genuino la violencia de todo lo que está en juego.
Una vez finalizado el combate y con las luces del estadio apagadas, volvemos a darnos cuenta de lo que hace que la saga de Rocky siga funcionado a pesar del paso del tiempo: el universo creado por Stallone funciona como una fábula sobre los vínculos filiales y la amistad, sin dejar de lado las problemáticas sociales que la comodidad y el confort del éxito no logran disimular. El final con Creed y Anderson charlando en el vestuario luego de la batalla funciona como un digno cierre, no exento de cierta amargura, que muestra el contraste entre la gloria ya conseguida y la dificultad por alcanzarla.
Más allá de las virtudes de la película de Jordan, que son mayores que sus defectos, el significado más poderoso y doloroso de Creed III tiene que ver con lo que significa que una saga que está basada en la fidelidad y el amor condene al olvido al creador de esta maravillosa comedia humana. Ninguna continuación que no repare esta ausencia podrá estar a la altura del universo que a puro corazón creó Stallone allá lejos y hace tiempo.
Creed III (Estados unidos, 2023). Dirección: Michael B. Jordan. Guion: Keenan Coogler, Ryan Coogler, Michael B. Jordan. Fotografía: Kramer Morgenthau. Música: Joseph Shirley. Reparto: Michael B. Jordan, Jonathan Majors, Tessa Thompson, Wood Harris, Phylicia Rashad, Mila Davis-Kent, José Benavidez. Duración 116 minutos.
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