Patrick-2013-TeaserPoster“No se conoce nada de Australia si no fuera por esos folletos turísticos que te entregan que realmente no ayudan a que venga nadie, porque no hay mucha gente en el mundo que esté tan interesada en canguros o koalas.” (James Mason, 1969, entrevistado durante la filmación de Age of Consent, de Michael Powell)

No somos Hollywood (géneros degenerados). La frase de Mason, como definiendo una tierra no prometida y que nadie quería buscar, abre cínicamente el documental Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation (Mark Hartley, 2008), una cabalgata en todo sentido (acelerada, festiva, salvaje) por el cine australiano de bajo presupuesto que en los 70 y 80 entregó películas absolutamente libres, sugestivas y originales como Wake in Fright (1971, Ted Kotcheff), la trilogía Mad Max (1977/80,George Miller), Arlequín (1980, Simon Wincer), Razorback (1984, Russell Mulcahy), Fair Game (1986, Mario Andreacchio), Largo fin de semana (1978, Colin Eggleston), Patrick (1978, Richard Franklin) y otras típicamente clase B descamisadas como El hombre de Hong Kong (1975) y Dead End-Drive In (1986), de Brian Trenchard-Smith, máquina de filmar al estilo Corman venerado por –quién más podía ser- Quentin Tarantino, que no solamente aparece entre los entrevistados salientes del documental de Hartley: fue factótum para que Not Quite Hollywood pudiera hacerse, y su característica verborragia e hiperexpresividad caen como perfecto hilo conductor de esta salvajada.

Mire que es lindo mi país, paisano. Despreciada por la historia oficial del cine australiano, esta movida exploitation que buscaba hacer industria con un cine que no movía la aguja comercial y que desafió las buenas costumbres de una sociedad pacata, se caracterizó por abordar los géneros más populares (acción, horror, suspenso) pero también el porno soft, todos ellos con absoluta anarquía pero a la vez con un claro sello de procedencia. Las comedias sexuales bordeaban el absurdo y el festín orgiástico como llevando la saga Carry On (*) a límites de no retorno que el pudor inglés jamás se hubiera permitido («No sex, please, we´re british!«), mientras que personajes, rostros y el uso de la violencia exacerbada y de los escenarios naturales característicos del país –zonas desérticas y vegetaciones densas igualmente ominosas- de la mano de un tren de filmación animal –poco dinero, cero seguridad, dobles de riesgo suicidas- anunciaban desde esa tierra de nadie un estilo único que recién en 2008 mediante este documental pudo ser contado por sus autores y reconocido por la cinefilia. Y Not Quite Hollywood, si bien también abreva en la existencia de una verdadera nueva ola de cine australiano más prolija, prolífica y con mejor imagen aunque igualmente personal, como el cine de Peter Weir (Picnic en las rocas colgantes, La última ola, Enigma en París, Gallipoli) o Bruce Beresford (Después de la emboscada), toma decidido partido por el libertinaje de las películas antes citadas y decenas más.

Pat-Midline

Nuestros años locos y felices. Hartley, cual Quentin de su terruño, no ahorra aportes al caos conceptual a través de un montaje enloquecido donde mezcla trailers originales, divertidas entrevistas viejas y actuales a los actores principales, secuencias clave de las películas y animaciones ad hoc que reafirman el espíritu del cine de entretenimiento artesanal y lo hacen a esta altura con una mirada nostálgica de algo que ya no es y que no podrá repetirse, aunque se reviva esta fiesta en forma de documental o en forma de doble programa cuando Tarantino y Rodríguez homenajearon al grindhouse de los 70, un pariente lejano de la “ozploitation”. Algo parecido sucede cuando se recuerda al giallo, teniendo en cuenta la decadencia de uno de sus maestros y obcecado continuador como Dario Argento. Ese, a la vez, también parece ser el escollo que tuvo Mark Hartley al haber piloteado la remake de Patrick, obra clave de la Ozploitation  a la cual no termina de hacer sombra aunque tenga dentro del pésimo panorama actual del cine de horror algunos valores rescatables. Poca cosa.

Hacérsela a dos muertos. Casi se podría asegurar que la Ozploitation no ha experimentado señales de vida en las últimas dos décadas: la mayoría de los directores que sobrevivieron han decidido –si cabe el término- madurar y en muchos casos emigrar, como Simon Wincer, más cercano a las tv movies en Estados Unidos, Ted Kotcheff luego fue director de la Rambo original y fue quedando en el olvido, Brian Trenchard-Smith, al igual que Mulcahy, aún filma como piña directo a video pero con signos de agotamiento, y George Miller se inclinó por hacer poco y dentro de ello las sagas del chanchito Babe y los pingüinos de Happy Feet pero ahora está tras la remake de su Mad Max… en fin. El joven Mark Hartley, luego de homenajear devotamente al cine que mamó desde niño (es altamente recomendable Not Quite Hollywood pero más aún si se lo ve en doble programa con Machete Maidens Unleashed, documental sobre el cine de explotación filipino de iguales características) decidió probarse las pilchas del finado y hacer de nuevo Patrick, cuyo director original fue Richard Franklin, citado por mucha bibliografía como un discípulo de Hitchcock. No será para tanto, aunque el muy hereje logró una digna Psicosis II veinte años después del insuperable original, con Anthony Perkins nuevamente como Norman Bates.

Patrick es un joven que yace en coma con los ojos abiertísimos y, según la novata enfermera que tiene a su cargo cuidarlo en la clínica psiquiátrica del Dr.Roget (Charles Dance, dónde andabas viejo), responde a estímulos y se comunica, lo cual Roget niega enfáticamente: en el inmenso, aislado y antiguo caserón donde hace sus experimentos bastante crueles todos parecen ser muertos en vida, hasta la jefa de enfermeras sin ir más lejos, pálida y siniestra. Esta comunicación restringida provoca en Patrick celos que irá demostrando brutalmente a través del poder telekinésico, con una serie de asesinatos a cual más sádico.

patrick_poster_01La original Patrick de Franklin se situaba en un hospital común y corriente en Melbourne y más allá de lo siniestro del escenario contrastaba todo lo blanco y aséptico del lugar con el desmadre que provocaba el paciente impacientado, y a la vez el protagonista (Robert Thompson) tenía una mirada –para colmo fija, obviamente no pestañeaba- que uno tardaba días en sacársela de encima después de ver la película. A la vez, el sadismo galeno de Robert Helpmann en la versión Franklin era menos extremo y por ende más humano que el científico loco que encarna Charles Dance. Si bien Hartley sigue casi literalmente el guión original de Everett de Roche (pluma pilar de otros films de la Ozploitation) aquí retocado por Justin King, ambos pichones quieren resucitar a Patrick en otro ambiente y apelan a un caserón gótico y un predominio de grises cuando no la más absoluta oscuridad, y es allí cuando la versión 2013 queda muy pegada al cine de horror de moda: el gore ya no es novedad desde hace rato, Jackson Gallagher es un comatoso muy lindo y musculoso, y algo hemos perdido en el camino. No son suficientes actores australianos, un protagonista inglés (como lo fue Robert Powell en Arlequín, David Hemmings en Thirst, Donald Pleasence en Wake in Fright), ni el legendario productor Anthony I. Ginnane. Encima se pierde sacar provecho de una gran banda de sonido del gran Pino Donaggio, que en dupla con De Palma nos dejó al borde del infarto más de una vez.

Si Hartley, en su primera película de ficción, hubiera echado mano a algo del desprejuicio y la frescura de sus dos documentales, que tan bien caracterizaban sendas movidas de explotación, tal vez el resultado habría sido más novedoso, paradójicamente, que este intento de renovar un clásico en tiempos en que el horror ya es en tantas diversas acepciones, rutinario.

Aquí pueden leer un texto de Claudio Huck sobre La historia del cine australiano, de Adrián Sánchez Esbilla.

Patrick (Australia, 2013), de Mark Hartley, c/ Charles Dance, Rachel Griffiths, Sharni Vinson. Música: Pino Donaggio.

(*) Franquicia cinematográfica inglesa durante los 50 a 70 de comedias paródicas con tono de farsa y cándidas alusiones al sexo, donde los protagonistas más frecuentes fueron Sidney James, Kenneth Williams y Bárbara Windsor.

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